Casi en el mismo momento en que aparecieron las clases en la sociedad, esa división según la cual unos hombres viven de la explotación y del trabajo de otros hombres, surgió en la conciencia social la necesidad de la emancipación, de la supresión de esa explotación y de la opresión que ésta llevaba consigo. Espartaco, en la época del esclavismo, o Münzer, para la era feudal, encabezaron movimientos cuyo fin era la liberación de los esclavos y de los siervos. Ambos simbolizan la conciencia de la emancipación de los oprimidos en la historia anterior al capitalismo, ambos supieron penetrar la naturaleza antagónica de las relaciones sociales de su tiempo y reducir al máximo el carácter irreconciliable de esas relaciones sociales: el enfrentamiento entre poseedores y desposeídos, el enfrentamiento entre ricos y pobres, independientemente de la forma que este enfrentamiento revistiera en cada época histórica.
Pero igual que las condiciones materiales de la sociedad permitían abrir a la conciencia del hombre las ideas de emancipación, también le imponían un límite acorde con el insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas. No sólo el lenguaje místico-religioso con el que estaba expresado casi siempre ese programa de liberación (sobre todo en el caso de la mayoría de las revueltas campesinas antifeudales), sino principalmente el programa mismo, que no daba más alternativa al esclavo que la huida ni al siervo otra salida que convertirse él mismo en propietario individual y privado de la tierra que trabajaba (y, por consiguiente, promovía la perpetuación de las clases), ponían de relieve aquel límite.
Es con el capitalismo, modo de producción que desarrolla las fuerzas productivas a una velocidad nunca vista, cuando la producción va adquiriendo un carácter social tal que implica a todos sus componentes en la economía y va integrándolos por lazos económicos de interdependencia y cuando surge una nueva clase de explotados que son jurídicamente libres y que crean toda la riqueza pero que no poseen nada, el proletariado, es en esta época cuando se crean las condiciones objetivas para la verdadera emancipación de la humanidad y cuando su programa de justicia y libertad puede ser formulado científicamente.
Ni al esclavo ni al siervo le libran de su mísera situación la lucha permanente y a veces heroica contra su amo y su señor. Es la propia desintegración del régimen esclavista junto a la importación de relaciones sociales nuevas en el mundo antiguo, para el primer caso, y la entrada en juego de una clase social que se había ido desarrollando en esferas secundarias de la sociedad (la burguesía), para el caso del feudalismo, lo que soluciona definitivamente la cuestión de la superación de los viejos modos de explotación. No es directamente la lucha de clases entre los productores que cargan sobre sus hombros la creación de la riqueza y quienes se apropian de ella lo que resuelve el problema de la explotación social, sólo sus formas. Por eso, la historia de la humanidad anterior a la aparición del proletariado se resume en el simple cambio de las formas de explotación, en el simple relevo de unas clases por otras (tanto de explotadores como de explotados) y de unos modos de producción por otros en el escenario de la sociedad. Y es en estos términos como se expresa, desde el punto de vista político, la contradicción que comparten todas las formaciones socio-económicas precapitalistas, según la cual la supresión de las relaciones sociales de explotación, de las que los oprimidos van tomando conciencia, no es obra suya ni de su lucha de clases, sino de la entrada en acción de otras fuerzas sociales ajenas a las que constituían el eje central de aquellas formaciones (la relación amo-esclavo o la existente entre el siervo y el señor).
Esta contradicción, sin embargo, esta separación que el desarrollo social había interpuesto entre la conciencia del explotado y su programa de emancipación, por un lado, y los resortes y los medios para eliminar esa explotación y cumplir el programa liberador (básicamente la lucha de clases), por otra, será superada cuando el feudalismo deje paso al capitalismo, el señor se convierta en burgués y el siervo en proletario.
Efectivamente, el capitalismo va eliminando poco a poco todas las viejas formas de producción o va asimilándolas y supeditándolas bajo su mando y, con ello, va convirtiendo a todos los productores en asalariados o sometiéndolos a las férreas leyes del mercado capitalista. La ley general de acumulación capitalista transforma progresivamente todas las relaciones sociales en relaciones capitalistas y divide a los productores, de una manera radical, en propietarios que monopolizan los medios de producción - que cada vez van siendo menos y más poderosos - y en no propietarios que sólo tienen su fuerza de trabajo. El capital socializa la producción, parcializa al máximo los pasos necesarios para la producción de una mercancía e implica a un número creciente de hombres en ese proceso, a la vez que desplaza al productor directo e individual. La división social del trabajo se profundiza al mismo tiempo que la organización de toda la producción social se concentra en cada vez menos manos. La satisfacción de las necesidades personales deja de ser una cuestión individual y pasa a ser un asunto social. La contradicción entre la progresiva socialización de la producción y su forma privada de apropiación se desarrolla y agudiza, impregnando todas las esferas de la sociedad. Los problemas de la explotación y de la opresión propias de toda sociedad de clases adquieren un nuevo contenido y, al mismo tiempo, reclaman una nueva solución.
El trabajo esclavo sostenía una sociedad parasitaria de nobles y gentiles que no lo reconocían como parte integrante de su vida política. La liberación del esclavo pasaba por la manumisión (es decir, el convertirse en parásito), la huida o la muerte por extenuación. El siervo alimentó el ocio y las correrías guerreras de las mesnadas feudales durante siglos, mientras el campesino luchaba por desembarazarse de su condición servil y emanciparse como clase (convertirse en propietario libre de la tierra). Pero esta emancipación era la de una clase que ambicionaba convertirse en clase independiente. No significaba la supresión de las clases. De la emancipación campesina surgió el capital y el capital engendró al proletariado. La meta de esta nueva clase sólo podía estar orientada por el camino de la emancipación de su misma condición de clase - y, con ello, de la liberación de toda la humanidad de la división en clases - , de la supresión de las mismas y de la supresión de todo el oprobio y la miseria que lleva consigo. El capital proletariza a toda la humanidad y, a la vez, la expropia de sus medios de vida. El proletariado sólo tiene que expropiar a los expropiadores para que todos los hombres vuelvan a ser dueños de sí mismos y de su destino. Por primera vez en la historia, la posición especial de una clase permite que la apropiación de sus medios de vida acarree la desaparición de la propiedad privada y de las clases, y que la sociedad pueda ser organizada no por el imperio de la necesidad, sino según la asociación libre de sus miembros, que dejan de depender de los medios y del producto de su trabajo y pasan a ser soberanos y sujetos plenos de sus vidas.
Pero esta tarea plantea nuevas exigencias y nuevos problemas relacionados con los instrumentos y con los medios de los que el proletariado debe dotarse para cumplir esa misión histórica. El primero y principal es el de la lucha de clases. El proletariado, a diferencia del resto de las clases explotadas a lo largo de la historia, puede establecer una correlación positiva entre la implementación de su lucha de clase y el programa de autoemancipación y de emancipación de la humanidad de la explotación y de la opresión, puede establecer un camino directo entre su lucha como clase y la destrucción de las clases. Para ello, sin embargo, necesita destruir el poder político del capital (Revolución Proletaria) e implantar el suyo para construir una nueva sociedad sobre bases diferentes (Comunismo). Pero para que el proletariado pueda convertirse en una fuerza política necesita primeramente constituirse en partido político.
Una de las peculiaridades históricas de la clase proletaria es que a su condición de clase va aparejada paralela y simultáneamente su condición de partido político. Efectivamente, el proletariado aparece en la historia como clase no cuando la burguesía comienza a producir en forma capitalista y a expropiar y convertir en asalariados a los productores, ni siquiera cuando la industrialización en masa de la economía convierte a la gran mayoría de los productores en asalariados; la clase obrera surge en la historia cuando esos asalariados o sus representantes más avanzados adquieren conciencia de que constituyen una clase aparte con intereses propios y opuestos a los de las demás clases de la sociedad. Entonces, se organizan como clase: tratan de luchar por las mismas reivindicaciones, tratan de unir esas luchas, tratan de crear sus organizaciones unitarias para la defensa de sus intereses, etc. Estas luchas y este afán unitario por la defensa de sus intereses comunes es el motor del movimiento obrero. En este sentido, el proletariado es clase porque, en su movimiento, adquiere conciencia de sí misma como tal clase, de su peculiaridad social y económica; pero todavía no tiene conciencia de su papel histórico como clase. El proletariado, en esta etapa, ve lo que es, pero aún no lo que debe ser; toma conciencia de clase, pero todavía no ha adquirido conciencia de clase revolucionaria.
Ciertamente, el propio marco de la sociedad burguesa puede dar cabida, sin sentirse subvertida, a la organización política de una parte de su cuerpo social. De hecho, la burguesía no niega ni puede negar la existencia de las clases, ni de intereses sociales dispares, ni de la organización política para la defensa de esos intereses. Y, de hecho, como dijo Marx el surgimiento del proletariado como clase desde la centralización de sus luchas en una lucha nacional y, por lo tanto, en una lucha de clase, significa, también, el nacimiento del proletariado como partido político, pues "toda lucha de clase es una lucha política". Pero el carácter de esta lucha política se corresponde con el carácter del estado de conciencia y organización de la clase en el nivel de desarrollo relativo a su reciente formación como clase social; es decir, se corresponde con el nivel de conciencia y organización como clase que es consciente "de sí misma" y no todavía "para sí misma". Por eso, el contenido político de los programas y de la actividad de las organizaciones obreras, en esta fase de desarrollo, es principalmente económico y reivindicativo, reformista. Este contenido político se corresponde, desde el punto de vista de la sociedad en general, con el desarrollo aún ascendente del capitalismo, y desde el punto de vista de la clase proletaria en particular, con el período de acumulación cuantitativa - o de "acumulación de fuerzas" - previo al salto cualitativo, paralelo a la entrada del capitalismo en su etapa imperialista o de crisis general, que pone en el orden del día la Revolución Proletaria. En este período, la conciencia y la organización espontánea, economicista o tradeunionista, del tipo sindical o del tipo del viejo partido obrero reformista (socialdemócrata), ya no está a la altura de las necesidades de la clase obrera: en este período es precisa la organización política de nuevo tipo del proletariado.
Esta organización política de nuevo tipo es el PC, que comienza a surgir cuando el proletariado, principalmente a través de su sector más avanzado, adquiere conciencia revolucionaria. De hecho, el PC es consecuencia de este paso histórico y, al mismo tiempo y una vez creado, es también su causa; es decir, el PC surge porque la clase ha empezado a comprender su papel revolucionario, y surge como instrumento que la clase se da a sí misma para asumir y cumplir plenamente ese papel.