Ser y conciencia

 

Pero existe otro aspecto en todo este asunto que nos permite afirmar que, a pesar de que los requisitos para la Reconstitución del Partido Comunista son hoy más amplios y exigen mayor esfuerzo para su cumplimiento, su punto de partida se sitúa en un plano históricamente superior al del periodo anterior a 1917. Se trata de las causas y las consecuencias que acompañan a aquel abandono de las posiciones de vanguardia de la intelectualidad burguesa que hemos resaltado como característico de nuestra época. No es que haya perdido vigencia la tesis marxista que explica este fenómeno del paso de ciertos sectores de la intelligentsia burguesa a las filas del proletariado, tesis que señala que “el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan patente que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir”[1], sino que, sencillamente, esa “fracción” ya no ostenta, como en el tiempo en que esta cita fue escrita, el papel de vanguardia ideológica. Naturalmente, el proceso de descomposición del capitalismo y de su clase dirigente continúa. Quizá no haya mejor prueba de ello que el hecho de que ya no pueda gestionar el sistema sin el concurso de la aristocracia obrera. Su crisis ha provocado el falso reflejo de una inversión del proceso de descomposición social, como si éste estuviese afectando más a la clase obrera (todos los seudodebates sobre la supuesta desaparición de la clase obrera o de su transformación en clase media , etc., tienen este trasfondo); pero el desclasamiento arribista de una fracción del proletariado no demuestra sino su vigor y sus posibilidades de futuro, mientras la creciente dependencia de la clase antagónica que experimenta el capital para dar continuidad a su sistema de explotación (ya sea porque necesita el apoyo activo de la aristocracia obrera, ya sea por la pasividad revolucionaria de las masas, para lo cual aquélla juega un papel nada desdeñable) evidencia el estado de desintegración de la burguesía. Efectivamente, igual que durante el período de descomposición del Antiguo Régimen y de promoción política de la burguesía, el hecho de que algunos de sus elementos más acaudalados comprasen títulos nobiliarios expresaba más el ascenso de la nueva y futura clase dirigente que la vigencia de las clases feudales como referencia político-social, la participación de un sector privilegiado de la clase obrera en el reparto del pastel de la explotación y de la dominación capitalistas no significa que la burguesía mantenga su prestigio y sólida su posición social, sino que, muy al contrario, es la señal que da paso, una vez más en la historia, al ascenso de una nueva clase revolucionaria. Por otra parte, sin embargo, en determinadas coyunturas políticas de repliegue de la Revolución Proletaria, como la actual, el proceso de desintegración y desclasamiento de la clase dominante se ralentiza, y se abre el abismo social e intelectual entre las dos clases principales, dando la errónea impresión de que la derrota del proletariado en el Primer Ciclo Revolucionario ha sido definitiva y su propuesta de progreso ha perdido todo valor y vigencia, incluso para aquella parte de la inteligencia burguesa que busca una salida a la desintegración del modo de producción capitalista. Pero, insistimos, esto sigue siendo un espejismo: la causa de fondo consiste en que esos elementos de procedencia burguesa no es que no quieran, es que ya no pueden adoptar la posición de la vanguardia ideológica. Por esta razón, la contribución de la intelectualidad burguesa a la causa de la Revolución Proletaria se hará significar más en etapas posteriores a la Reconstitución del Partido Comunista y en tareas relacionadas con la aplicación y el desarrollo, en su sentido amplio, de su Línea y de su Programa (y menos en la elaboración original de ambos). Por esta razón, también, en coyunturas desfavorables se reduce o desaparece el goteo de elementos burgueses hacia el proletariado, porque aún no está desbrozado el campo en el que puedan germinar las semillas que quieran aportar en el arduo camino de la abolición de las clases.

La Tesis de Reconstitución advierte ya sobre la importancia de prestar atención a la originalidad histórica del proletariado a la hora de comprender los saltos cualitativos en el desarrollo social. La unidad de medios (lucha de clase del proletariado como tal clase) y objetivos (emancipación de la humanidad) que esta clase social porta como peculiaridad cuando pisa el escenario de la historia conllevan implicaciones globales para la lucha de clases en su conjunto, pero también para determinados sectores especiales dentro de las clases, como son la intelectualidad y los sectores cultos de las clases poseedoras. La previsión de la crisis social y de la necesidad del cambio histórico, ya fuera de modo consciente o inconsciente, ya de forma favorable o contraria, ha sido siempre atributo de esas capas sociales, desde la Antigüedad al capitalismo. Pero aquí la actividad intelectual respecto al cambio se presenta fuera del proceso de transformación social; el movimiento intelectual se muestra ajeno al movimiento social y lo observa simplemente como objeto, desde una actitud externa y pasiva de sujeto contemplativo. El estoicismo, el individualismo y el nihilismo social con que los filósofos de las escuelas helenísticas y latinas pusieron de manifiesto la crisis del mundo antiguo, o el criticismo racionalista con que los pensadores ilustrados destruyeron los cimientos espirituales de la sociedad feudal, resumen el modo cómo participaron las elites cultas en dos importantes épocas de transición entre sociedades diferentes. Bajo el dominio de la burguesía, sin embargo, la actitud de observador filantrópico de los reformadores sociales alcanza su límite cuando Marx interpone el imperativo de la transformación del mundo por encima del de su interpretación o simple contemplación. Pero el mismo Marx –al igual que todos los socialistas de su época– no pudo superar ese límite. Antes de 1917, el marxismo es la teoría crítica más avanzada de la época ( crítica revolucionaria ), es la expresión más alta de la conciencia social (la teoría de vanguardia , como la definía Lenin), pero que aún no ha podido realizarse como teoría realmente transformadora, que todavía no ha podido unirse al proceso del desarrollo social: lejos de haberse fundido con el ser social en una única totalidad histórica, todavía lo contempla desde fuera .

La unidad entre el ser social y la conciencia, unidad que implica la mutua transformación dialéctica de ambos elementos y que pone en marcha un proceso de autotransformación (desarrollo consciente) de la sociedad, tendrá lugar con la constitución del organismo social capaz de conseguir la fusión entre la teoría y la práctica social, del organismo social capaz de dar al mismo tiempo un contenido material a la teoría y de inducir una dirección consciente al devenir histórico. Este organismo social es el partido de nuevo tipo que diseñó Lenin en sus rasgos fundamentales (y que, probablemente, constituye su principal aporte al marxismo). En el partido de nuevo tipo leninista, en el Partido Comunista, se funde la teoría, la labor intelectual pura , con la práctica inmediata en una actividad de progresiva transformación de la realidad. Aquí, el ser social ya no es contemplado, regido o dictado desde fuera por la conciencia; aquí, nos encontramos ante el ser social autoconsciente en proceso de autotransformación y desarrollo. Aquí, por fin, el viejo intelectual metido a reformador social, el mejor legado de las elites cultas de las clases dominantes y última expresión del saber subjetivo , del sujeto consciente que no se funde con el objeto, desaparece como tal, desaparece como figura independiente en la historia. A partir de este momento rinde su estandarte de abanderado del progreso y se somete a la dialéctica implacable de la lucha de clases: o se integra en el organismo revolucionario, donde perderá su título de intelectual individual, pero se sumará al intelectual colectivo que encabeza el movimiento de transformación consciente del mundo; o bien, la estúpida vanidad ególatra le llevará a ponerse al servicio de las clases reaccionarias y de la contrarrevolución, so pretexto de una pretendida libertad intelectual .

Antes de la experiencia revolucionaria del Ciclo de Octubre, ser y conciencia se desarrollaban por cauces paralelos. La tecnología, la forma de aplicación de las ciencias experimentales a la realidad, principalmente a la producción capitalista, es el modo en que la burguesía ha llegado más lejos en el problema de unificar teoría y práctica. La representación de la realidad a través de leyes objetivas y la abstracción del mundo desde las reglas que rigen su movimiento facilitó la racionalización de la experiencia a través de la intervención desde esas leyes y reglas (ciencia) con instrumentos inspirados en ellas (tecnología). La técnica, pues, sería el punto de convergencia entre una concepción del mundo racionalista y la racionalización de un mundo que el sujeto va transformando a su imagen y semejanza. Pero se trata de un método espurio, ya que la aplicación de la tecnología se basa en el principio de verificación y de reproducción de las leyes objetivas, y no admite ningún principio de transformación de esas leyes como realidad por parte del sujeto consciente, el cual, a su vez, es concebido como entidad separada del objeto sobre el que ejerce su actividad. Por el contrario, a partir de 1917, cuando se inicia por primera vez en la historia un proceso provocado, encabezado y dirigido, a diferencia de todos los procesos similares anteriores, con un alto componente de espontaneidad y en gran medida productos finales del agregado de innumerables sucesos aleatorios –y nunca de una única iniciativa consciente con medios y fines definidos–, por un organismo político colectivo cohesionado ideológicamente, aquellos dos cauces paralelos convergen en un proceso revolucionario de transformación de la totalidad social, donde la actividad cognitiva no es ya una actividad de aprehensión y verificación de la realidad, sino de cambio de esa realidad, y donde el desarrollo de la misma no puede separarse de la constante revolucionarización de nuestras premisas conceptuales, de nuestra concepción del mundo. La Revolución de Octubre abre una nueva era en la que el sujeto consciente es un organismo social con capacidad para transformar la realidad objetiva en un proceso creativo de integración que abrirá nuevos estadios de desarrollo y organización para las comunidades humanas. Después de terminado el ciclo revolucionario que abrió Octubre, en la parrilla de salida del nuevo ciclo no se sitúa ya el intelectual individual armado con su teoría crítica: el desarrollo histórico exige que en el punto de partida se encuentre el organismo capaz de desbrozar el camino del progreso social a través de una total transformación del mundo, el Partido Comunista. Históricamente, por tanto, el debate sobre el papel del intelectual en la sociedad o ante el progreso ha perdido vigencia, ha caducado, ya no está en el orden del día. Consumado el Primer Ciclo Revolucionario, plantear la cuestión de la emancipación significa poner en primer plano el problema del Partido Comunista, el de su naturaleza y todas las cuestiones relacionadas con los requisitos para su construcción.

Tomando todo esto en consideración, afirmamos que, en comparación con el Primer Ciclo, la preparación del segundo ciclo se sitúa en un plano superior. La conquista de la posición de vanguardia revolucionaria ya no puede estar en manos de una pretendida vanguardia ideológica que no ha adquirido capacidad de influir sobre el proceso social, que no ha construido vínculos sociales –con la clase que genera toda la riqueza y que sirve de motor a la sociedad– que le permitan ejercer una práctica transformadora. Antes de 1917, todavía podía jugar algún papel el núcleo de vanguardia aislado formado por audaces intelectuales dispuestos a ponerse a la cabeza de los acontecimientos revolucionarios. Pero la concepción del partido de nuevo tipo leninista, su papel a lo largo de todo el ciclo histórico de la Revolución de Octubre y, sobre todo, la obra de transformación y novedosa construcción social que se forjó en torno a ese partido, exigen hoy que el punto de partida de cualquier futuro proceso revolucionario deberá estar ocupado por un tal partido, exponente del salto cualitativo en los requisitos que hoy exige la preparación del ciclo revolucionario, salto cualitativo que se expresa en que ya no es suficiente con que el factor subjetivo de la revolución se presente como vanguardia ideológica pura, sino que necesita haber superado una fase de socialización , de fusión con el movimiento práctico en forma de Partido Comunista. Es por esta razón, porque la experiencia histórica de la Revolución desde 1917 sitúa al proletariado en un estadio más elevado de madurez política, que la completa y más coherente visión del Partido Comunista (nuestra Tesis de Reconstitución ) no ha podido ser formulada sino después de la misma, aplicando esa experiencia a las condiciones de preparación del siguiente ciclo revolucionario.

Sin embargo, el hecho de que el debate del intelectual ante la sociedad y ante el progreso esté trasnochado o superado no significa que haya dejado de jugar un papel la función intelectual ante ese progreso, papel que el Partido debe retomar asimilándolo y superándolo en el contexto más amplio de la preparación del Comunismo. Éste es el problema de fondo al que se enfrenta actualmente la vanguardia (incluida nuestra organización), problema que es preciso resolver y que se traduce, en primer término, en la necesidad de conquistar la posición de vanguardia ideológica (algo que hoy es insuficiente, pero necesario, para iniciar el ciclo revolucionario) como paso o primer requisito de Reconstitución del Partido como vanguardia revolucionaria efectiva.

Notas:

[1]MARX, K. y ENGELS, F.: Obras escogidas . Madrid, 1975. Tomo 1, pág. 32.