Caza de brujas en Europa

El 25 de enero, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa aprobó una Resolución condenando los “crímenes del comunismo”, conclusión corta para las intenciones del grupo que presentó la moción, el Partido Popular Europeo-Democracia Cristiana (PPE/DC), que pretendía criminalizar el comunismo como ideología. La denuncia anticomunista fue reducida al mínimo por los propios colegas de otros partidos de sus señorías demócratas-cristianas, conscientes del escándalo que produciría tamaña insensatez entre sectores políticos y culturales de sus propios países, en los que se apoyan habitualmente, precisamente para que las masas no se radicalicen demasiado.

Naturalmente no vamos a dedicar ni una línea a la crítica del Informe presentado por el sueco Lindblad, producto del mayor de los cinismos que se pueda concebir. Y no sólo porque no es de recibo que en el cómputo de “personas muertas por los regímenes comunistas” se incluyan los muertos en la lucha de resistencia contra las agresiones del Imperialismo (por ejemplo, contabilizar 1 millón de muertos en Vietnam, es tener poca vergüenza) o por guerras de baja intensidad promovidas por éste, sino sobre todo porque el demócrata-cristiano, como tipo político, no es, precisamente, un dechado de virtudes morales ni un modelo de comportamiento político, como ha demostrado la historia europea. Si no, señores diputados del PPE/DC mírense en el espejo de Giulio Andreotti, prohombre de su corriente ideológica y gran ejemplo de corrupción criminal. El que fue durante décadas jefe de la Democracia Cristiana en Italia era un mafioso cómplice de múltiples crímenes, que protegió y se valió de la Mafia durante décadas y creó una trama secreta golpista (Gladio) para los propósitos políticos del partido que perteneció a su grupo parlamentario europeo. Depuren ustedes su pasado primero, señores, antes de ponerse a dar lecciones de moral y democracia. El comunismo será juzgado por la historia y por los pueblos, no por sus enemigos. El hecho del fracaso de una condena más amplia del comunismo ya dice mucho del sentido en que se decantará ese juicio.

Quien no superará ningún juicio es el capitalismo, el gran criminal de la historia. El siguiente reportaje fotográfico muestra de manera gráfica algunas de las pruebas condenatorias que demuestran que es el capital el que, para su triunfo y desarrollo, necesita anegar en sangre a la humanidad. Aunque podríamos remontarnos más allá ¾ el genocidio de los pueblos de Sudamérica, por ejemplo, que está en la base de la expansión burguesa europea¾, comenzamos con la matanza de indios de Wounded Knee (1890), último capítulo y símbolo del etnocidio de la nación indígena americana en nombre del desarrollo capitalista, y continuamos con las innumerables guerras que el capitalismo ha promovido a lo largo de la historia sólo por motivos de lucro, con sus millones de víctimas (sólo las dos guerras mundiales provocadas por el capitalismo produjeron 80 millones de muertos: ninguna catástrofe ni ningún régimen político totalitario han superado esta masacre) y demás lacras ¾hambre, enfermedad, miseria, inmigración clandestina, racismo, turismo sexual infantil, etc.¾ que cuestan a la humanidad millones de muertos (por ejemplo, al año mueren 6 millones de niños menores de 5 años de hambre). En definitiva, un cuadro fiel del genocidio criminal diario que supone la pervivencia de este régimen económico y político. Las reglas de la iniciativa privada y del mercado son las que rigen hoy el mundo sin contestación alguna. Las consecuencias desastrosas de su aplicación deben, pues, achacarse a su promotor, el capitalismo. No hay otro reo posible.

Parecía que el comunismo había muerto. ¿Por qué tanta preocupación por parte de la clase dirigente europea? ¿Es que, acaso, el fantasma del comunismo vuelve a recorrer Europa? Este episodio ridículo demuestra que el capitalismo reconoce que sólo tiene un enemigo, que no es ni el islamismo ni el comunismo de café y parlamento ¾ con el que al final ha transigido el stablishment político europeo¾, sino el comunismo revolucionario que ha probado estar dispuesto a llevar a cabo los cambios necesarios, aunque sean traumáticos, para terminar con el cinismo y el poder del gran criminal de la historia, el capitalismo.