El futuro de la
civilización
La contradicción principal de nuestro tiempo, la que
enfrenta a los países oprimidos con los países imperialistas, ha sido
contemplada demasiadas ocasiones únicamente en su aspecto económico: la
desesperación y la necesidad en los países oprimidos han sido, casi en
exclusiva, las razones esgrimidas para explicar los diversos movimientos de
resistencia que han recorrido el planeta durante las últimas décadas. Los
pobres, los desesperados, los inmigrantes, marginados… han sido siempre para
los países imperialistas la encarnación del guerrillero, el terrorista, el
delincuente… al que debemos condenar o con el que debemos solidarizarnos. Es
por eso que en los países imperialistas se ha abrazado la causa
internacionalista sometiéndola siempre a una concepción burguesa de la lucha,
de modo que nunca ha rebasado el marco de la resistencia y ha renunciando de
antemano a cualquier proyecto realmente revolucionario.
Sin embargo, actualmente estamos asistiendo a
acontecimientos que ponen de relieve la insuficiencia de esta corta visión. Los
atentados del 7-J en Londres, realizados no por pobres ni desesperados, sino
por respetables ciudadanos pertenecientes a los sectores acomodados de la
sociedad británica, que se cargaron de bombas y explosionaron en pleno centro
metropolitano; o, más recientemente, a principios de noviembre, el caso de
Muriel Degauque, la panadera, belga de Charleroi, de origen europeo y cultura
occidental, ésa que no le ofreció respuestas –como tampoco ninguno de los partidos del trabajo de su país– sino para huir hacia el Islam, en cuyo nombre se inmoló en
supremo acto de sacrificio y de libre albedrío cerca de Bagdad, como ofrenda de
terror, odio y muerte hacia el invasor. Ante estos hechos, el pragmático modo
de pensar al que estamos acostumbrados se queda sin argumentos. Los suicidas
han hecho estallar con ellos toda la autocomplacencia en la que se regodea
Occidente y ha recordado a nuestra opulenta sociedad la capacidad subversiva
que existe en la conciencia, algo que hace tiempo habíamos olvidado. Dejando
bien claro que no sólo es la cuestión económica la que enfrenta al imperialismo
con lo países oprimidos sino que también, y sobre todo, se trata de
concepciones del mundo enfrentadas. Pero veamos cuales son los rasgos
fundamentales de este enfrentamiento y como influyen en el desarrollo de la
lucha de clases.
Ciertamente la caída del bloque socialista y la
derrota del primer ciclo revolucionario permitieron una ofensiva a gran escala
del capital, ante la que el islamismo, en ausencia de alternativa, quiere
presentarse como la única opción capaz de hacer frente al imperialismo y es
capaz de sumar cada vez sectores más amplios de las masas. Pero la raíz de
clase fundamentalmente burguesa que tiene el islamismo le hace concebir la
lucha antiimperialista únicamente como lucha frente a las potencias opresoras,
negando la lucha de clases que existe en el interior de los países árabes. Por
eso el islamismo podrá quebrantar momentáneamente al imperialismo, pero en
ningún caso puede derrotarlo y mucho menos significar una alternativa
emancipadora para la clase obrera.
Sin embargo el auge de este espejismo poco o nada
tiene que ver con el un supuesto choque de civilizaciones como sostienen
S. Huntington y los demás adalides del imperialismo, teoría que por otra parte
sirve muy bien para comprender el desarrollo ideológico alcanzado por la
concepción del mundo de la burguesía en EEUU y sus aliados. Esta pretende
identificar la democracia burguesa y la libertad de mercado –presentados, eso
sí, de forma abstracta y neutra, ocultando su raíz de clase– productos
netamente occidentales, como valores universales. Con ello pretenden justificar
sus planes hegemónicos al más puro estilo colonial y convierten en terrorismo
todo aquello que los contraviene.
El imperialismo europeo, aunque carece por el momento
de una fuerza militar necesaria para actuar independientemente, y a pesar de
las trabas de los sectores más reaccionarios de las burguesías nacionales,
favorables a la alianza estratégica con EEUU, tampoco le anda a la zaga. Así,
el estado español al tiempo que dobla la altura de la valla de sus fronteras y envía
al ejército para tratar de cerrar el paso a las masas hambrientas, propone
una alianza de civilizaciones
contra el terrorismo, transposición en positivo y en versión eurocentrista de
la teoría del choque que, aparte de demostrar la pereza intelectual del
oportunismo, no puede ser más que un acuerdo reaccionario entre las burguesía
europea y árabe para el desarrollo de sus intereses y, sobre todo, hacer frente
común a cualquier amenaza que pueda ponerlos en peligro.
Mientras por otro lado, en la educada Francia,
abanderada indiscutible de la recepción de culturas, los hijos de los
inmigrantes y los jóvenes obreros de los suburbios, tan franceses como Chirac,
obligan a su gobierno a decretar el estado de excepción, haciendo preguntarse a
medio mundo que es lo que ha fallado. Y es que el imperialismo que esquilma a
los pueblos del mundo condenándolos a la miseria y forzando a sus gentes a
emigrar, solo está dispuesto a aceptar la inmigración que necesita para
abaratar la mano de obra de sus metrópolis. Éste es realmente el efecto
llamada, la verdadera causa de la falta de integración: se necesita
aumentar el ejército de reserva y cuanta mayor sea, mejor para el capital. Una
vez conseguido el objetivo, ya no los necesita y no duda, como con el resto de
los obreros, en dejarlos abandonados a su suerte. Por eso el doble discurso
inmigración legal-ilegal, que se utiliza para encubrir una ideología que basa
el progreso y el desarrollo de unos cuantos en la explotación y la miseria de
mayor parte de la humanidad.
En conclusión, tanto los atentados de Londres como la
revuelta espontánea en Francia demuestran una vez más que el imperialismo es
incapaz de resolver los grandes problemas de la humanidad, y que la salida
revolucionaria no depende ya del desarrollo de las condiciones objetivas, sino
de la capacidad de la clase obrera, y sobre todo de su vanguardia, para
emanciparse de la concepción del mundo burguesa y abandonar de una vez por
todas la política obrerista y el economicismo teórico que han llevado a nuestro
movimiento a su actual estado de postración. Sólo así podrá recuperarse el
marxismo-leninismo como la ideología de vanguardia capaz de elaborar la
alternativa necesaria que derrote al imperialismo.