Una vez más, sobre la camarilla derechista /1
“Es necesario que entre vosotros haya bandos, para que
se vea quién es de probada virtud.”
Pablo de Tarso, Primera epístola a los corintios.
“Sostengo que, para nosotros, es malo si una persona,
partido, ejército o escuela no es atacado por el enemigo, porque eso significa
que ha descendido al nivel del enemigo. Es bueno si el enemigo nos ataca,
porque eso prueba que hemos deslindado los campos con él. Y mejor aún si el
enemigo nos ataca con furia y nos pinta de negro y carentes de toda virtud,
porque eso demuestra que no sólo hemos deslindado los campos con él, sino que
hemos alcanzado notables éxitos en nuestro trabajo.”
Mao Tsetung, Libro rojo.
“La lucha de los marxistas contra los liquidadores no
es sino la expresión de la lucha de los obreros avanzados contra los burgueses
liberales por la influencia en las masas populares, por la ilustración y la
educación política de estas últimas.”
Lenin, Cuestiones en litigio.
“No ha habido ningún movimiento popular profundo y
caudaloso en la historia que no llevara esa inmunda espuma de aventureros y
granujas, de fanfarrones y vocingleros que se arriman a los innovadores sin
experiencia; no ha habido movimiento sin ajetreos absurdos, sin confusión, sin
agitación vana, sin que algunos ‘jefes’ intenten hacer veinte cosas a la vez y
no acabar ninguna.”
Lenin, Las tareas inmediatas del poder soviético.
“[Estoy resuelto] a proseguir por encima de todo mi
objetivo y a no permitir que la sociedad burguesa me convierta en una máquina
de hacer dinero.”
Marx a Weydemeyer.
Cualquiera que conozca nuestra polémica con la
fracción derechista escindida del partido, no sólo comprenderá ahora –una vez
salido a la luz el antagonismo, reconocido por sus miembros, entre su punto de
vista y la línea del partido– la justicia en la expulsión del Comité Central de
sus dirigentes, sino que incluso se preguntará cómo ha sido posible nuestra
convivencia durante todo este tiempo. Pero responder a esto nos estaba vedado.
Sólo quienes orquestaron en la sombra toda la crisis tenían en su mano la
decisión del momento de la ruptura.
Como ya ha quedado expuesto en los anteriores números
de LA FORJA, la mayoría del Comité Central se vio sobrecogida por el sorpresivo
ataque en toda la línea dirigido por el jefe derechista y secundado por un
sector minoritario de la dirección, confiada como estaba en los resultados de
los debates en torno a la Nueva Orientación y –craso error– en la bonne foi
y la labor constructiva de quienes habían sido derrotados en ellos franca y
abiertamente. Por otra parte, la aparente ausencia de toda línea alternativa
mínimamente articulada de modo expreso, siquiera insinuada su necesidad, y la
fingida aceptación de la línea aprobada por nuestra 6ª Conferencia y de sus
desarrollos por parte del Comité Central, sumergieron a éste en un peligroso
estado de confianza en que nuestro proyecto era común. De hecho, la escisión
derechista del partido ha sido precipitada, ha estado dominada por motivos de
carácter personalista y decidida sin proyecto político optativo en que apoyarse
(al menos, de manera expresa, para el conjunto de los miembros de la fracción;
aunque ya sabemos que su jefe sí tiene claro qué línea debe prevalecer, por
mucho que dé largas a su imposición so pretexto del debate), lo que constituye
una grave irresponsabilidad y demuestra la naturaleza bastarda de los intereses
de estas gentes, que se mueven más por criterios egoístas que por los intereses
generales de la clase obrera. De la influencia de este tipo de embarulladores
debe prevenirse nuestro movimiento.
Entretanto, si de las mentes de esta camarilla no ha
salido ningún proyecto político, desde luego sí que sus bocas han tenido tiempo
de vomitar veneno. La labor irresponsable y liquidadora de los derechistas ha
desplazado a la vieja Forja[1] de su
posición de órgano de vanguardia, de su función orientadora del movimiento
comunista, convirtiéndola en un simple foro de debate (“tribuna-debate” la
llaman, aunque no hay confrontación de ideas, ni siquiera hay ideas: todo es
monocorde, acorde con el guión establecido por el jefe) que, con aspiraciones
de monumento burgués al libre pensamiento, sólo alcanza a cenáculo de nociones
vulgares y estupideces las más de las veces. Como tribuna de despropósitos, la
vieja Forja ha sido investida como órgano de la retaguardia más atrasada del
movimiento. La tribuna de “debate” ha caído tan bajo en sus ataques al partido
y a la Nueva Orientación que, naturalmente, no vamos a dedicarnos a perseguirla
por los inframundos de la inmundicia moral que ha decidido habitar. Desde
luego, los insultos, falacias y tergiversaciones rastreras dirigidos contra la
dirección del partido, más de índole personal que de calado político
–principalmente, contra los “padres de la Nueva Orientación”–, ponen al
descubierto lo que ya nos constaba: el tipo de malas artes y de calumnias que,
en ausencia de argumentos políticos dignos, han utilizado los jefecillos
sediciosos para poner a una parte de la militancia contra el Comité Central; y,
por esto mismo, también, el tipo de ideas y criterios que rigen las cabezas de
quienes dan pábulo y se dejan influir por semejantes argucias. Porque, para
nosotros, que pensamos que en la lucha, en todos sus planos, cada cual sabe
escoger el bando que más le conviene, no ha sido casualidad que los putschistas
hayan sido secundados por quienes, en su fuero más interno, no se sentían nada
cómodos con el compromiso comunista reforzado que exige la Nueva Orientación,
por quienes prefieren el camino fácil de permanecer mentalmente sometidos a la
inercia del trabajo tradicional, siguiendo el modelo del dirigente sindical,
que realizar el esfuerzo necesario para convertirse en verdaderos cuadros
revolucionarios, por quienes prefieren seguir sosteniendo como política
comunista lo que no es más que la fetichización pequeñoburguesa de las masas,
la postración ante su movimiento espontáneo, por no hablar de quienes pastan en
el yermo prado de la insignia y del lucimiento del reverenciado icono en la
camiseta.
Con su tribuna-“debate” (en adelante, T-“D”), estos
señores han elevado el chismorreo a categoría política. Nosotros nos morderemos
la lengua, como decimos, para no caer tan bajo –aunque esconden tanta mierda
que no tardará en alarmar los sentidos de quien se acerque, ni a pringar a
quienes la ocultan con tanto celo–, porque lo que nos interesa es debatir ante
la vanguardia, escenario donde sólo valen argumentos serios, porque buscamos
zanjar definitivamente un debate ya agotado con esta versión doméstica de la
línea oportunista de derecha y, finalmente, porque no vamos a permitir que
consigan ahora indirectamente, distrayéndonos en una discusión estéril (con
ellos), lo que no lograron directamente, a saber, el bloqueo de la aplicación
de la Nueva Orientación detrayéndonos de nuestros verdaderos asuntos.
Por toda nuestra experiencia acumulada de lucha de dos
líneas, consideramos suficientemente deslindados los campos con esta tendencia
del movimiento obrero, tanto en el plano estatal como en el internacional. A
partir de ahora, la ofensiva de la Nueva Orientación debe dirigirse hacia
sectores situados más a la izquierda del movimiento comunista, con el fin de
fraguarse como línea proletaria y de delimitar los campos con la burguesía en
una región aún más amplia. Sin embargo, dedicamos una última mirada a nuestros
abominantes derechistas, con el fin de dejar aclaradas algunas afirmaciones
malintencionadas que –igual que otras innocuas ya sólo por su insoportable
falta de gusto– persiguen el desprestigio del partido en temas importantes de
línea política, y, en segundo lugar, para rematar cabos sueltos que pudieran
haber quedado en nuestras argumentaciones durante el debate y adoptar posición
sobre alguna nueva cuestión de interés que en él se haya suscitado.
Chismorreos…
Desde que publicamos el número de LA
FORJA dedicado al debate en el Comité
Central y a la crisis del partido, en enero (nº 30), los renegados han sacado
dos T-“D” con la Nueva Orientación en el punto de mira. Entre la bazofia
seudoliteraria y los artículos de relleno, destacan sendos textos de los dos
actuales dirigentes intelectuales del nuevo chiringuito. Uno de ellos es el
controvertido documento-guión, ahora desarrollado, que el jefe sedicioso
presentó ante el Comité Central. Como se mantiene en sus tesis e incluso las
empeora, y como incluye alguna novedad, no sólo nos ratificamos en nuestra
crítica a la posición política allí expuesta, sino que tendremos algo que decir
ante los nuevos ataques contra el marxismo-leninismo incluidos por añadidura.
En esa nuestra primera crítica, decíamos que los renegados no se habían
atrevido a publicar este documento por bellaquería y poca vergüenza. Ahora lo
hacen y presumen de ello, pero la desvergüenza sigue siendo tal que ocultan su
verdadero carácter, y nos lo presentan como una aportación más a ese debate aeternum
de confrontación con la línea del PCR –y que no es sino la táctica del
avestruz, de dar largas con tal de no encarar valiente y abiertamente las
tareas que impone la revolución– y de clarificación política (a la
clarificación ideológica han renunciado, pues su solución sólo piensan
abordarla “a largo plazo”[2] –vid.,
1ª T-“D”, pág. 2) en el que se han sumergido. Pero igual que la asamblea
fraccional de diciembre dispuso del documento en cuestión y tuvo conocimiento
de él –como jactanciosamente quieren espetarnos ahora ante nuestras protestas–
sólo porque el Comité Central se encargó de ello de manera indirecta, mientras
la primera intención del autor y sus secuaces fue ocultarlo, ahora deben
publicarlo de manera presentable –algo, en verdad, complicado– porque LA FORJA no ha
dejado de denunciarlo hasta la saciedad. Sin embargo, ni así, ni en el plano
ético más formal han sido capaces de dar la talla. ¡Preséntenlo como lo que es,
como el centro de la controversia y como el núcleo de la línea de oposición a
la Nueva Orientación y déjense ya de pamplinas!
Como acto premeditado de ocultación
de su verdadero papel de ariete contra la Nueva Orientación, el artículo del
jefe faccioso se publica camuflado entre otros varios de relleno, mientras
que el papel estrella se le concede al señor Luis Comas, cuyo trabajo abre la
1ª T-“D” (inmediatamente después de la pequeña nota de la redacción donde se
anuncia la ejecución sumaria del órgano de propaganda comunista y su
sustitución por un foro de tertulianos mercachifles). De este señor ya
anticipábamos algo en LA FORJA nº 30 porque sabíamos que, tal como estaban
discurriendo los acontecimientos, jugaría su papel. Y aquí lo tenemos, cantando
como el gallo cuando sale el sol. Sin embargo, el trabajo del susodicho,
aparentemente tan refulgente, tan investido en su papel de estrella, en
realidad no es más que un trabajo de actor –de primer actor, eso sí–, que se ha
limitado a seguir el guión escrito de antemano por su jefe. Lean ambos
artículos y verán que nuestro primer actor continúa las mismas pautas, toca y
desarrolla los mismo temas y se retuerce de indignación ante las mismas
terribles conjeturas que su director, el autor de toda esta tragicomedia.
Empero, no diremos que ha sido en vano. Al menos, en alguno de los puntos de su
crítica hacia nosotros, aunque aleccionado, conoce en cierta medida la materia
que trata. Y esto es un alivio, porque el jefecillo y su consorte empezaban a
acostumbrarnos al resumen de enciclopedia y a la recensión colegial del saber
de cátedra oficial.
Como ya dijimos en su momento, a
principios de los 90 Comas trató de familiarizarse con algunas corrientes del
llamado marxismo occidental, con el fin de hacer cerrojo de lo que él
denominaba marxismo ortodoxo (léase: seudomarxismo prosoviético). De
paso, oyó hablar de Hegel; pero le sucedió con éste lo que con Marx, que se
informó a través de otros. De Marx, en concreto, a través de Althusser. Con
este currículum no es de extrañar que quedase lastrado intelectualmente de por vida
para comprender a Marx, el marxismo y, por ende, como él mismo reconoce, la
Nueva Orientación (ibid., pág. 4). En el eterno debate, dentro
del marxismo, entre positivistas e historicistas, este señor cayó del lado de
los primeros para siempre. Tal vez Gramsci exageraba cuando decía que el
marxismo es el “historicismo absoluto”[3],
pero, desde luego, es más historicismo que positivismo. No en vano advirtió
Lenin que “la dialéctica incluye la historicidad”[4].
Pero pasemos ya al asunto. El primer
punto del guión escrito son los chismorreos; es decir, esas afirmaciones
peregrinas que se airean poniéndolas en boca de otros sin prueba documental ni
otro fedatario que la palabra del jefe faccioso o lacayo de turno. Dudosa
palabra de quien, por ejemplo, escribía las editoriales de LA FORJA
defendiendo la Nueva Orientación y, al cabo de pocos días, hace todo lo
contrario. Pero que cada cual sostenga su vela. A nosotros nos interesa
puntualizar sólo sobre alguno de estos rumores maliciosos, porque atañen a la
línea del partido, pues, por lo que respecta a nuestras personas, decimos lo
que Marx: “estoy habituado a que […] mis intereses personales sufran a causa de
las consideraciones de partido; por otro lado, tampoco me habitué a que se
tengan en cuenta mis intereses personales”[5].
Algo, dicho sea de paso, de lo que deberían tomar nota quienes están montando
un tinglado político muy en consonancia con los intereses personales…, sobre
todo de algunos.
Primer chisme: la santa indignación por las “actitudes
violentas y amenazantes, la negación absoluta de la crítica y el debate, el
caciquismo, la táctica de la expulsión por la discrepancia o el castigo por
revocación de cargo al que no sea sumiso a la personalidad y línea del líder”,
etc. (ibid., págs. 3 y 4). Esto lo escribe el señor Comas, dando la cara
y con el papel bien aprendido, como buen primer actor, pero con las vergüenzas
al aire. Y es que este pobrecito hablador, como recién llegado, no ha
pertenecido nunca a ningún órgano colectivo del PCR, ni de base ni, por
supuesto, de su dirección. ¿Quién le ha infligido, pues, tantas humillaciones?
Su relación con miembros de la dirección a los que ahora puede considerar sus
enemigos fue esporádica y siempre supervisada con la presencia de su actual
director de escena y mentor, que a la sazón era su contacto directo con el
Comité Central. ¿Cuándo y en qué contexto fue tan violentado?, ¿dónde y durante
cuánto tiempo sufrió esa “sumisión al caudillo” de la que habla?, ¿dónde y
cuándo nos oyó decir que, nosotros, los fanáticos intelectuales, tenemos
“odio a la clase”[6], como también se atreve a
decir (ibid., pág. 4)? Comidillas de vieja: el jefe dicta y el primer
actor declama. Pero lo importante es que, de aquí, se quiere llegar a ofrecer
una imagen degradante de quienes hemos permanecido fieles a la trayectoria del
PCR y a los objetivos de la Nueva Orientación, como si fuéramos una
organización “sectaria”, “fanatizada”, ideológicamente “manipuladora”,
“redentora, providencial, mesiánica”. Eso sí, todo fundamentado sobre la base
del chismorreo: al parecer, el “padre de la Nueva Orientación” “llegó a sugerir
que tal vez fuera necesaria la configuración de nuestra organización como secta
durante algún periodo” (ibid., pág. 16), según versión del padre
de los renegados. Algo que alguien dijo… He aquí el terreno en el
que estas gentes quieren debatir: no sobre documentos, no sobre resoluciones,
ni sobre palabras escritas, sino sobre rumores, dimes y diretes. En esto fundan
su crítica a la Nueva Orientación y la construcción de su política. Y lo peor
de todo es que el rumor y el chisme han pasado a jugar un papel tan importante
en la conformación de la fracción antipartido que han tenido que teatralizar
hasta la exageración y hasta el punto de que la farsa cobre vida propia.
Goebels decía que basta con repetir una mentira muchas veces para que parezca
verdad. Pero olvidó añadir que hasta el mentiroso terminaría creyéndola. Esto
es lo que les ha ocurrido a estos falsarios (como demuestra el patético artículo dedicado a las sectas de
2ª T-“D” –que más bien parece un informe de aspirante a una plaza en la
Comisión Europea que un trabajo para la prensa comunista), aunque no debe
extrañarnos de quienes tienen tan arraigados los prejuicios burgueses que
interpretan las palabras en la clave del sistema de valores imperante,
declarando con ello su total alejamiento de la tradición y de la cultura
comunistas, en la que se incluye un bagaje conceptual propio, fruto de una
experiencia independiente como clase. Y una de esas nociones propias, inscritas
en nuestra tradición revolucionaria, es la de secta o, si se prefiere, círculo
conspirativo, sociedad secreta, etc. En cuanto al rumor, es cierto
que el “padre de la Nueva Orientación” planteó como reflexión –y no como
propuesta política práctica– la oportunidad, en nuestra época, de tener en
cuenta la relación que había señalado Marx entre organización sectaria de la
vanguardia obrera y desarrollo del movimiento obrero. Fue precisamente el texto
que cita Comas en su artículo el que se trajo a colación, aunque, naturalmente,
sin la demagogia con la que éste lo usa, ni el espíritu doctrinario y dogmático
con que la interpreta, como si el asunto estuviera ya zanjado por la posición
supuestamente inamovible de Marx:
“El desarrollo del sectarismo socialista y el
desarrollo del movimiento obrero se encuentran siempre en proporción inversa.
Las sectas están justificadas (históricamente) mientras la clase obrera aún no
ha madurado para un movimiento histórico independiente. Pero en cuanto ha
alcanzado esa madurez, todas las sectas se hacen esencialmente reaccionarias.”
(cf. ibid., pág. 3).
Naturalmente, estamos ante sectas
revolucionarias entendidas como sociedades secretas o grupúsculos de propaganda
y agitación comunistas. Sólo mentes enfermas o verdaderamente manipuladoras
pueden interpretar de otro modo el planteamiento originario de la cuestión para
relacionarlo con las modernas sectas religiosas y las sectas destructivas,
que tanto alarman hoy al burgués bienpensante. Pero vayamos al grano. Como si
de buenos sectarios se tratase, nuestros farsantes han tomado al pie de la
letra la doctrina del padre fundador del socialismo científico: el
movimiento obrero está históricamente maduro y las sectas son siempre
reaccionarias. Sin embargo, Lenin, que no era ni dogmático ni sectario –aunque
estuvo organizado a la manera sectaria en sus primeros tiempos de militante
revolucionario, aún después de la sentencia de Marx–, nos enseñó a
distinguir entre conquistas históricas y conquistas políticas del proletariado.
En su polémica con los izquierdistas de la Internacional Comunista acerca del
papel de las instituciones burguesas en la revolución proletaria,
principalmente en lo que se refiere al parlamento, Lenin decía que, siendo una
institución reaccionaria históricamente superada por el progreso social y la
lucha de clases del proletariado –que ya había hallado formas superiores de
organización política del Estado en los soviets–, sin embargo, debía ser
utilizada por la vanguardia cuando aquella conquista histórica no
formara aún parte de las conquistas políticas de las masas. Lo mismo
sucede en el terreno de la organización revolucionaria. Históricamente, el
círculo conspirativo está superado. Por supuesto, el proletariado ya ha sido
capaz de organizarse en partido de nuevo tipo, en Partido Comunista. Pero esto
no implica que políticamente esta conquista pueda cobrar actualidad en
cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia, si bien la lógica dogmática,
como vemos, nos conmina a ello. Es esta lógica la que se halla detrás de los
proyectos de unidad comunista o, como también se los denomina, de
reconstrucción del Partido Comunista, siempre fracasados porque hacen
abstracción de los requisitos políticos objetivos previos y porque
fundan la empresa en el voluntarismo subjetivista y, como parece, en la
providencia de los logros históricos del proletariado, proyectos que, por
cierto, Comas conoce en primera persona mejor que nadie y de los que por lo
visto no ha aprendido nada.
Marx escribió el texto citado en
1871, con la AIT y la experiencia de la Comuna de París como trasfondo
histórico y exponentes máximos del grado de madurez histórica alcanzado por el
proletariado internacional hasta ese momento. Sin embargo, todavía la
vanguardia revolucionaria rusa –incluyendo a los marxistas– se organizará en kruzhoki,
en pequeños círculos clandestinos, hasta finales del siglo. He aquí un ejemplo
histórico concreto y perfectamente comprensible de la contradicción
historia-política, siempre presente en el análisis marxista. Entonces,
examinando los requisitos que el propio Marx establece en este párrafo,
¿podemos afirmar rotundamente que, aquí y ahora, la clase obrera dispone de un
movimiento propio independiente? Y si esto no es así –y no lo es[7]–,
¿hay que reflexionar sobre la “proporción inversa” de la que habla Marx desde
el punto de vista de nuestra línea organizativa como destacamento de
vanguardia?, ¿tendría sentido el planteamiento de un interrogante en estos
términos? En esto, única y exclusivamente, consistía toda la cuestión suscitada
–además, de manera informal– por quien es señalado ahora por ello como objeto
de escándalo y escarnio. Que el lector juzgue sobre la legitimidad del asunto y
sobre quiénes son realmente los que niegan el debate.
Hemos repetido hasta el hartazgo que
nuestros renegados son liquidadores porque su línea sindicalista niega la
necesidad teórica y práctica del Partido Comunista. También fue Lenin quien
mostró esta relación inseparable entre sindicalismo político y aniquilación del
Partido (por ejemplo, en el X Congreso del partido bolchevique); más aún, fue
Lenin quien descifró el hilo conductor que une la negación del trabajo
conspirativo y la liquidación de la organización revolucionaria (por ejemplo,
en las polémicas con los mencheviques entre 1906 y 1912). Pues bien, esta
seudopolémica estrambóticamente orquestada sobre las sectas no es más que la
forma solapada de negar la necesidad del trabajo conspirativo de la vanguardia,
no es más que la creación del ambiente adecuado para iniciar la liquidación de
la línea organizativa de nuestro partido, que siempre se ha sostenido sobre la
combinación del trabajo legal con el ilegal, la creación de las condiciones
ideológicas y políticas para justificar el trabajo abierto entre las masas como
única práctica política[8]. ¡Qué
casualidad! Precisamente la posición que defendía Luis Comas por la época en
que se erigía en adalid del marxismo ortodoxo y látigo del marxismo
occidental. Mucho ha tenido que retroceder el gran gurú de la
fracción derechista para encontrar aliados de cierto empaque teórico que le
ayuden a encontrar una excusa política y una justificación teórica a su
deserción de la revolución.
Desde luego, la correlación trabajo abierto-trabajo
conspirativo es una de las señas de identidad del partido de nuevo tipo
leninista como estructura política. De hecho, la defensa y salvaguarda de la
organización clandestina del partido frente al liquidacionismo menchevique fue
una constante en la historia de la socialdemocracia rusa (sobre todo tras la
Primera Revolución, cuando los mencheviques presionaron con denuedo para
convertir al partido obrero en un partido legal y de masas), y la piedra de
toque desde la que Lenin definió los elementos de su concepción del partido
revolucionario, hasta crear las condiciones para que ese modelo pudiera ser elevado
a modelo universalmente válido como sistema político-organizativo de relación
entre la vanguardia y las masas revolucionarias del proletariado (asunto, éste,
que centra la atención de nuestra Tesis de Reconstitución).
Precisamente, es en este paso donde los revisionistas levantan sus obstáculos:
para ellos –como, por ejemplo, para Roger Garaudy– el modelo de partido
leniniano, sobre todo en los términos en que está descrito antes de 1905
–principalmente en ¿Qué hacer?–, no es exportable porque obedecería,
entre otras circunstancias, a las condiciones políticas específicamente rusas
de clandestinidad de toda actividad política de oposición y de ausencia total
de cauces de participación pública en la política impuestas por la autocracia
zarista. Sin embargo, fue el propio Lenin quien comenzó esa labor
generalizadora –aunque no siempre de la manera sistemática que hubiera sido
deseable– de su modelo de partido revolucionario –al menos, hasta 1917–,
consustancialmente diferente tanto del círculo conspirativo anarquista como del
partido de masas de la II Internacional. Podemos comprobar, por tanto, que la
incomprensión de la labor conspirativa de la vanguardia conduce a la
incomprensión de la naturaleza del partido leninista, como les ha sucedido,
efectivamente, a nuestros derechistas. Como botón de muestra, otra murmuración
del jefecillo mentiroso. Según él, para nosotros:
“Sólo el C. C. (y no todos sus miembros)
merece la consideración de partido y, en la base, únicamente interesan los
camaradas más jóvenes y cultos, en tanto que los demás son valorados como un
lastre del que es preciso desprenderse.” (ibid., pág. 15).
De esto nos acusa quien segregó a los camaradas más
veteranos de nuestra organización en una célula especializada en la
difusión de propaganda como única actividad, porque, a su entender, no servían
para otra cosa y no existían posibilidades de elevación para ellos. El mismo
que iba diciendo por ahí, a hurtadillas, que cada cual vale para lo que vale y
que, en la organización, hay quien puede dedicarse a escribir y quien sólo
podrá hacer fotocopias. Y esto en plena lucha por la Nueva Orientación, enemiga
mortal de esta concepción determinista y de esta tendencia prematura a la
especialización del trabajo militante en la fase actual de la Reconstitución.
De modo que cae por su propio peso esta nueva injuria contra la línea política
del PCR. Precisamente, la Nueva Orientación se basa en la confianza en las
posibilidades de autotransformación del militante comunista, siempre que exista
voluntad para ello. De lo contrario, por supuesto, no arrastraríamos más que
lastre. ¡Como del que por fin nos hemos deshecho con la escisión del grupo
derechista! Pero hemos prometido no caer en el chismorreo. Vayamos a lo
importante, la concepción del Partido de que se nos acusa sobre la base,
nuevamente, del rumor. La Tesis de Reconstitución –sobre la que se
sostiene la Nueva Orientación, que es su Plan de realización– defiende una
definición del Partido Comunista como fusión entre el socialismo científico y
el movimiento obrero, entre la vanguardia y el movimiento de masas, como unidad
entre la conciencia revolucionaria, la teoría de vanguardia, y el movimiento
obrero espontáneo. En lo concreto, la Tesis de Reconstitución describe
al Partido como organización de la vanguardia más sus correas de transmisión
hacia las masas, más la organización del movimiento revolucionario de masas.
Insinuar siquiera que identificamos al Partido con el Comité Central es un
infundio que, en realidad, denuncia a su propio autor, que esta vez se ha visto
traicionado por su propio subconsciente, pues sólo quien profesa una visión
organicista del Partido puede contemplar la posibilidad de interpretarlo como
la reducción a su organismo más elevado. La lógica organicista conduce al
silogismo vulgar según el cual si el Partido Comunista es la organización de
vanguardia y el Comité Central es su organismo más avanzado, entonces el
Partido Comunista es el Comité Central. Por el contrario, nuestro partido
ha denunciado ya la simplificación organicista del partido leninista como destacamento
de vanguardia, en la medida que esta fórmula es comprendida sobre todo como
organización sans phrase, como aparato político, y en tanto que,
en la historia de nuestro movimiento, se fue interpretando cada vez más como
estructura política de reunión de individuos y menos como centro de referencia
en la interrelación de los distintos sectores de la clase obrera en orden a su
grado de conciencia, como punto de partida para la construcción de vínculos ideológicos
y políticos con las masas[9]. En
lo fundamental, el organicismo consiste en circunscribir el sistema de relaciones
ideológicas y políticas al grupo de individuos reconocidos que conforman
la organización, por lo que se trata de un sistema cerrado, de un sistema
interno que separa claramente a la vanguardia del resto de sectores de la
clase. Por el contrario, el partido leninista es un sistema de relaciones
políticas e ideológicas abierto al conjunto de la clase, con vocación de ser
establecido entre todos sus sectores y organismos (es decir, el Partido
no es un conjunto de individuos, sino un conjunto de organizaciones). Esto,
que a los practicistas que han decidido cambiar el trabajo comunista por el
sindicalismo les puede parecer sutilezas de intelectuales, es en realidad muy
importante desde el punto de vista de la táctica para la Reconstitución del
Partido. Así, el organicismo conducirá ineluctablemente hacia la unidad de
los comunistas; sólo la Tesis de Reconstitución y la Nueva
Orientación expresan la verdadera perspectiva leninista en la construcción del
Partido.
…
(Entre chismorreo y chismorreo, un paréntesis para hablar del Partido)…
Pero dejemos que sea el propio Lenin quien arroje luz
sobre este asunto. En una carta escrita en agosto de 1902 y dirigida a
Smidovich, el futuro jefe bolchevique se esfuerza por aclarar el fondo de su
visión del partido revolucionario:
“[…] ¿Quién podía pensar en ‘disolver’
los círculos, los grupos y las organizaciones de obreros, en lugar de
multiplicarlos y fortalecerlos? Usted escribe que no señalé cómo puede
vincularse con las masas obreras una organización rigurosamente clandestina.
Eso no es así, pues (aunque eso vient sans dire [se sobreentiende]) […]
Usted mismo cita un pasaje [del ¿Qué hacer?] en el que se habla de la
necesidad de que existan ‘en el mayor número (la cursiva es de Lenin) y
con las funciones más diversas’, ‘multitud de otras organizaciones’ (NB!) (¡¡multitud!!)
(o sea, además de la organización central de revolucionarios profesionales).
Pero es un error suyo encontrar una antítesis absoluta donde yo sólo establezco
una gradación y señalo los límites de los eslabones extremos de esa gradación.
Pues aparece toda una cadena de eslabones, empezando por el puñado de
personas que forman el núcleo rigurosamente clandestino y bien entrelazado de
revolucionarios profesionales (el centro) y terminando por ‘la organización’
de masas ‘sin militantes’. Yo señalo sólo la orientación en el carácter
cambiante de los eslabones: cuanto más ‘masiva’ sea la organización, menos
definidamente configurada y menos clandestina debe ser: esa es mi tesis.
Pero Usted interpreta que esto significa ¡¡que entre las masas y los
revolucionarios no se precisan intermediarios!! ¡Por favor! Pero si toda la
esencia está en esos intermediarios. Y puesto que yo señalo las
características de los eslabones extremos y subrayo (y subrayo con fuerza)
la necesidad de que existan eslabones intermedios es evidente que estos últimos
estarán ubicados entre la ‘organización de revolucionarios’ y la
‘organización de masas’; entre, por lo que se refiere a su tipo de
estructura, es decir, serán menos estrechos y menos clandestinos que el centro,
pero más que un ‘sindicato de tejedores’, etc. […]. ¿No se deduce esto
lógicamente de lo que se dice en el libro de Lenin?”[10]
La verdad es que no. Por desgracia, la historia ha
demostrado que la desorientación experimentada por Smidovich ante el ¿Qué
hacer? fue demasiado habitual entre las filas del movimiento comunista
internacional. Este texto ha pasado por ser el libro de cabecera de los
comunistas en cuestiones relacionadas con la naturaleza y la organización del
Partido, el lugar donde se encuentra desarrollada de la manera más amplia y
sistemática la concepción del partido de nuevo tipo proletario. Lo cual, a
decir verdad, no es cierto del todo, porque, como permite entrever la carta de
Lenin, el ¿Qué hacer? deja abierta la puerta a la tendencia a interpretar
el Partido como la organización de vanguardia exclusivamente, como
“organización central de revolucionarios profesionales” aparte de las masas,
sin la “cadena de eslabones” intermedios que vinculan a la vanguardia, a la
“organización central” con las masas “sin militantes” revolucionarios. Y esto
es así porque Lenin se centra, en aquella obra, en el aspecto principal de la
unidad de contrarios que conforma el Partido Comunista (vanguardia-masas), el
“extremo” más importante de la “gradación” que configura el Partido, la
vanguardia organizada de revolucionarios, el “núcleo” “bien entrelazado de
revolucionarios profesionales”, desde el punto de vista de su construcción como
tal vanguardia y de la esencia de sus relaciones y de sus tareas políticas. De
ahí la confusión de Smidovich, y de ahí las condiciones teóricas para el
posterior dominio de aquella tendencia reduccionista que se haría patente
durante el periodo de la III Internacional[11] (a
lo que contribuyó tanto o más, todo sea dicho, la necesidad constante de
insistir hasta la exageración en el papel del destacamento organizado de
vanguardia para combatir el otro reduccionismo, más peligroso aún, el
socialdemócrata, que identifica al Partido con las masas). En ¿Qué hacer?
sólo hay un pasaje, por lo demás bastante enigmático, que nos puede permitir intuir
la verdadera dimensión del tema que está tratando Lenin y adivinar, al mismo
tiempo, un trasfondo de mayor calado en el que se incorpora. Refiriéndose a los
economistas y a los terroristas, les acusa de no saber “vincular el
trabajo revolucionario con el movimiento obrero para formar un todo”[12].
Este es el único fragmento de ¿Qué hacer? donde se invoca de alguna
manera las tesis del Partido como fusión entre vanguardia y masas, como unidad
entre socialismo científico y movimiento obrero en una totalidad distinta y
superior a sus partes constitutivas, tesis que Lenin venía defendiendo
desde el principio de su carrera, pero que en su libro no se desarrolla desde
el punto de vista de ese “todo”, de esa totalidad, sino desde el de una
de sus partes. Es por esta razón que es preciso tener en consideración la obra
completa de Lenin, y no sólo un trabajo señalado, para hacerse una idea
correcta de su verdadera concepción del Partido Comunista. Sin embargo, el
movimiento comunista jamás realizó este trabajo crítico; al contrario, fue
ganando terreno en él la visión organicista, la visión del Partido como
organización de la vanguardia, como “organización central de revolucionarios”
exclusivamente, hasta su triunfo definitivo. Por nuestra parte, como los
renegados están embebidos de esa tradición y son fieles exponentes de esa
cultura dogmática que revisó unilateralmente la concepción leninista del
Partido, no han podido evitar dejar al descubierto su tendencia espontánea a
interpretarlo como organización central únicamente y a proyectar en otros, en
nosotros, sus propias limitaciones[13].
Por otro lado, a diferencia del tratamiento concreto y
minucioso de la problemática de orden teórico y organizativo que rodea a la
construcción del destacamento de vanguardia, Lenin atiende en este libro al
otro “extremo”, a las masas, de modo abstracto, como un factor dado y amorfo y
como mero objeto de actividad directa de la vanguardia organizada para
ello. Esta es la percepción que se extrae de una lectura no muy atenta del ¿Qué
hacer? en cuanto al tratamiento de la relación vanguardia-masas. Desde
luego, esta interpretación es mucho más probable que la que expone Lenin en el
fragmento de la carta que aquí hemos transcrito, puesto que ofrece muy pocos elementos
que permitan “sobreentender” o “deducir lógicamente” la correlación entre
vanguardia y movimiento obrero de la que habla Lenin. No es de extrañar,
entonces, que Smidovich –y muchos otros igual que él– terminara pensando en
“disolver” las organizaciones obreras intermedias, al no vislumbrar otro tipo
de labor que la actividad política directa de la vanguardia sobre el
movimiento social, al interpretar “que entre las masas y los revolucionarios no
se precisan intermediarios”. Precisamente el redil al que han ido a refugiarse
finalmente nuestros sicofantes tras renunciar a la Nueva Orientación, que
explica, en un esfuerzo de recuperación del espíritu leninista original, la
necesidad de la mediación entre la vanguardia y las masas, y que permite
entender por qué justamente “toda la esencia está en esos intermediarios”, por
qué el Partido Comunista es una cadena de eslabones que gradualmente conectan a
la vanguardia con el movimiento de masas –lo que, en otras ocasiones, Lenin
denominaba “suma de organizaciones”[14],
aunque sin dejar tan clara y explícita su jerarquía interna, esa “gradación”.
En otros términos y para reforzar el contraste con su visión como organización,
el Partido Comunista debe ser contemplado, en sentido amplio, como un movimiento
político revolucionario, un complejo de relaciones políticas orquestadas
(organizadas) por el sector más avanzado de la clase, que abarca a la parte de
ésta que sigue sus directrices en la lucha de clases y comparte sus objetivos
revolucionarios programáticos. La descripción que nos ofrece Lenin en su misiva
no se refiere a una estructura orgánica estática, sino que describe un
movimiento (organizado, naturalmente) en sus distintos elementos: encabezado
por “el núcleo rigurosamente clandestino y bien entrelazado de revolucionarios
profesionales”, alimentado por “multitud de otras organizaciones” que le sirven
de “intermediarios” (correas de transmisión) con su base social, las
organizaciones de masas, incluyendo aquellas “sin militantes” comunistas.
Esta última apreciación sobre las organizaciones de
masas “sin militantes” como último eslabón de la cadena, como el otro “extremo”
opuesto a la vanguardia, es muy ilustrativa y encierra, por cierto, gran
importancia porque deja claro, de manera definitiva, que para Lenin el Partido
no es la suma de sus miembros[15], no
es su militancia, su organización, sino un conjunto de vínculos
político-ideológicos, un sistema de relaciones sociales en el que
perfectamente puede incorporarse –gracias a la atracción de los
“intermediarios”– un sector de las masas sobre el que posiblemente no haya
actuado directamente ninguno de los organismos intermedios ni ningún miembro
reconocido de la “organización central”, a condición de que se sitúe en la
dirección del movimiento político que señala el núcleo de vanguardia[16]. Se
recoge, de esta manera, todo un abanico, toda una “gradación” que permite
hablar del Partido Comunista como organización del movimiento revolucionario.
Lo que sí queda muy claro en ¿Qué hacer?, lo
que sí se puede “deducir lógicamente” –y mucho mejor con la clave que nos
aporta la carta de Lenin que comentamos– es el procedimiento de construcción de
ese movimiento revolucionario, el punto de partida y la posición inicial que
debemos adoptar. No cabe duda de que es desde la organización de vanguardia
y desde la teoría de vanguardia donde Lenin señala incuestionablemente que
debe comenzarse todo el proceso, y que la construcción de la cadena debe
continuarse de arriba abajo en sus sucesivos eslabones
intermedios, desde la “organización central” hasta alcanzar e incluir a las más
amplias masas en el movimiento revolucionario, incorporando en este proceso
sectores y organismos que nos permitan y ayuden a ampliar de manera creciente
las bases sociales y políticas de nuestro movimiento. Lenin articula este
modelo político desde el problema del trabajo conspirativo de la vanguardia y
del tipo de relaciones que de esta actividad se derivan. Sin embargo, y
considerando que el eje conformado por la relación trabajo legal-trabajo ilegal
es irrenunciable y adquiere carácter estratégico para la lucha de clase del
proletariado[17], podemos hacer abstracción
de esta circunstancia y admitir –al contrario que el oportunismo garodista– que
el modelo leninista de construcción política es un modelo universal,
independientemente del peso específico que en cada momento tenga cada uno de
los elementos del trabajo partidario en esa relación. En este sentido, la Tesis
de Reconstitución es la teorización de ese modelo universal, y la Nueva
Orientación su aplicación a las circunstancias históricas del ciclo
revolucionario concluido. Nuestros renegados, en cambio, han renunciado al
leninismo, a la Tesis de Reconstitución y a la Nueva Orientación, y han
retornado al partido de masas. Eludiendo la tarea de construcción de los
eslabones del movimiento revolucionario, se dirigen directamente al “movimiento
real” de la clase para “elevarlo” y para que se transforme en movimiento
revolucionario. Lo cual, naturalmente, es una quimera, quimera que tiene entre
uno de sus presupuestos el concepto de partido de masas, ya sea en su versión
estaliniana de “organización central” (constituida como suma de individuos)
independiente de ellas pero que las dirige, ya en su versión socialdemócrata de
organización política autónoma de las masas desde la influencia de la
vanguardia. Ambas versiones, como se ve, no son más que las dos caras de la misma
moneda, sólo se diferencian en que cada una de ellas contempla uno solo de los
“extremos” de la cadena. Por lo que respecta a los nuevos economistas
salidos de nuestro partido, sólo admiten la construcción política del
movimiento desde abajo, desde la realidad de las luchas
inmediatas de las masas[18]. Si
algo queda meridianamente claro en ¿Qué hacer?, si algo se puede
“deducir lógicamente” de lo expuesto en el libro de Lenin, es, precisamente,
que su punto de vista es absolutamente contrario a esto.
Este debate sobre las vías para la construcción del
Partido no es tampoco estéril, pues de él se deriva –igual que del relacionado
con su naturaleza– el otro gran criterio táctico que puede guiar la
Reconstitución por uno u otro camino, el revolucionario o el oportunista: la línea
de construcción política desde la vanguardia sintoniza con el leninismo y con
la Tesis de Reconstitución del PCR; la línea de construcción desde el
“movimiento real”, desde la práctica inmediata entre las masas es la sintonía
de la unidad comunista. Y es por esta última vía por la que se ha
desbocado irremediablemente, empujado por la lógica de las premisas teóricas y
de los conceptos políticos que en su rectificación oportunista ha ido
adoptando, el sector derechista de nuestro partido, dedicado cada vez más a
mendigar por los foros de internet un hueco en el “movimiento real” del
proletariado. ¿Participar en la realidad material de la lucha de clases del
proletariado? Aunque erróneo, incluso esto sería respetable. Sin embargo,
nuestros renegados son incapaces de realizar siquiera este trabajo, que puede
llegar a ser abnegado, porque requeriría demasiados sacrificios; es más fácil
hacerse un sitio entre los vocingleros del comunismo, es mejor la realidad virtual
del juego político entre los oportunistas, es mejor jugar a la
revolución. Pero prosigamos y comprobemos a qué tipo de nociones sobre el
Partido se han pasado con armas y bagajes los desertores del PCR:
“A) La posición de los fundadores del
socialismo científico no tiene nada en común con el reformismo y la
contrarrevolución, por mucho que su obra práctica fuera luego derrotada y
traicionada por el enemigo revisionista (al igual que lo fue, más tarde, la del
dirigente bolchevique… ¿defenderlo sería entonces otro síntoma de reformismo?);
B) Lenin no negó absolutamente el Manifiesto
del Partido Comunista de Marx y Engels o los principios políticos y
organizativos de éstos, porque la única verdadera diferencia entre esos dos
modelos de partido se debe al cambio de circunstancias históricas, al paso del
capitalismo a su fase imperialista, por el cual el oportunismo dejó de ser un
mero reflejo de inmadurez de las nuevas capas del proletariado que traían a la
clase los prejuicios de sus orígenes pequeñoburgueses. El soborno a la
aristocracia obrera posibilitado por el monopolio capitalista escinde al
movimiento obrero que ve nacer en su seno a un partido contrarrevolucionario.
Por eso, para asegurar el desarrollo de dicho movimiento como movimiento
revolucionario es preciso concentrar todos los esfuerzos en la construcción de
un partido de vanguardia contrapuesto a aquél. Vanguardia es, para Lenin, un
concepto relativo a las partes de un mismo movimiento obrero y nada tiene que
ver con la élite intelectual que los Nuevos Orientadores quieren construir fuera
de dicho movimiento. Oponiendo absolutamente las formas de organización marxistas
respecto de las leninistas, quieren hacer pasar por correcta su propuesta de
construir vanguardia y teoría revolucionaria fuera de la clase obrera, de su
movimiento real. ¿Y qué es vanguardia fuera del movimiento obrero? Sólo puede
ser puro movimiento intelectual, pura intelectualidad, es decir, otra clase
social llamada a usurpar el papel histórico del proletariado.” (ibid.,
págs. 21 y 22).
Ya hemos denunciado, y más adelante continuaremos
haciéndolo, la interpretación ecléctica y metafísica que de la dialéctica
profesan estos señores. Luego lo abordaremos en el plano abstracto, ahora nos
ceñiremos a su aplicación concreta al tema del Partido. Para empezar, no se
trata de si los “dos modelos de partido” se oponen “absolutamente”, tan sólo si
se oponen, si son “contrapuestos” en sentido dialéctico. Nuevamente, el
subconsciente ha traicionado al filisteo desvelando la verdadera naturaleza de
su pensamiento: sólo quien no comprende la dialéctica, quien opera mentalmente
con el método lógico-formal, puede interpretar la negación o la antítesis como
algo negativo e inasumible, contraproducente, como algo excluyente e
incongruente, como “negación absoluta”; sólo quien ha asimilado la doctrina
como revelación puede escandalizarse ante la idea de una oposición, de una negación
dialéctica en algún punto entre Marx y Lenin. Y esta cuestión es crucial
para comprender los mecanismos de desarrollo del pensamiento proletario, en
primer lugar, porque si la posición de Marx y Engels “no tiene nada en común
con el reformismo y la contrarrevolución, por mucho que su obra práctica fuera
luego derrotada y traicionada por el enemigo revisionista”, además de
encontrarnos de bruces con una “negación absoluta” y dogmática como
planteamiento, rehuimos comprender que hay elementos internos contradictorios
en toda su obra y pasamos a interpretarla como un bloque monolítico íntegro y
siempre actual; en segundo lugar, porque si la obra de Lenin, también
“derrotada y traicionada”, sólo es un aporte positivo que se acumula sobre el
legado anterior “de los fundadores del socialismo científico”, entonces no
puede ser dilucidada como negación dialéctica, como resultado de la crítica de
aspectos teóricos y prácticos de ese legado inadecuados al desarrollo de la
lucha de clases, so pena de caer en el campo del “enemigo revisionista”, en el
campo de los traidores al marxismo-leninismo, so pena de caer en el terreno de
la “negación absoluta”, del enfrentamiento sacrílego entre los profetas.
En consecuencia, se niega todo principio de contradicción –y, por tanto, el
principio dialéctico– como motor de desarrollo para el pensamiento proletario,
y se pasa a imputar los errores y el fracaso no al factor interno, a un posible
tratamiento incorrecto de las contradicciones en el método, en el pensamiento
de los marxistas y en su relación con la práctica, sino a un elemento externo,
a la tergiversación, a la traición, a la acción de un agente ajeno, “el revisionismo”,
que toma la verdad y la adultera, confundiendo a los obreros, etc.
¿Dónde está ahora la unidad dialéctica entre marxismo y revisionismo? Ha
desaparecido. ¿Es que el marxismo no contiene en sí el revisionismo, no es éste
la expresión de su permanente necesaria actualización, de su permanente
revolucionarización como teoría de vanguardia? ¡En absoluto, la doctrina
revelada es pura y no puede ni rozarse con “el enemigo”! Nuestros eclécticos
insisten mucho en la unidad de los contrarios cuando se trata de atenuar las
consecuencias de la lucha y del antagonismo, como es de esperar de todo
oportunista y de todo futuro funcionario sindical serio y responsable;
pero se vuelven dogmáticos cuando se trata de aplicar esa misma regla a su
santa religión, momento en el que se muestran intransigentes y se visten con
sus togas de inquisidores.
Pero seamos serios de verdad. Centrándonos en el
Partido y situándonos en el marco histórico que sirve de contexto a “esos dos
modelos” (el paso del librecambio al monopolio), si el monopolio es la
antítesis de la concurrencia, su negación –como Lenin demuestra en su
estudio del imperialismo[19], y
esperamos que por esto nadie le acuse de “negar absolutamente…”–, ¿cómo no iba
a reflejarse este fenómeno en el pensamiento proletario?, ¿es que no es éste
también una caja de resonancia del desarrollo social? ¿Dónde está aquí la
aplicación elemental del materialismo elemental del que hacen gala nuestros
profesorcillos? Esta filosofía ha resultado no ser más que un barniz bajo el
que se oculta el idealismo, el sacerdocio de la doctrina revelada. Si es
correcta la definición de Stalin del leninismo como el marxismo de la época del
imperialismo, ¿se puede afirmar seriamente que no hay ninguna contraposición
entre Marx y Lenin?, ¿por qué no es el pensamiento de Marx el marxismo de la
época del imperialismo? Y si esto no se comprende de manera consecuente,
alguien que aplique tesis adecuadas al capitalismo concurrencial, pero
inadecuadas en el imperialismo, aunque lleven el sello de Marx (¿algún marxista
puede negar esta posibilidad?), ¿no demuestra “síntoma de reformismo” con
ello?, ¿no se trata de la refutación de la tesis estaliniana antedicha? Pues
quídam lo niega y lo refuta, y, con ello, sustrae de todo sentido al leninismo
como fase específica de desarrollo del pensamiento proletario.
Como ya vaticinó la Resolución del Comité Central
dedicada a estos derechistas, no tardarían mucho en oponerse también a la tesis
del ciclo revolucionario, hasta ahora la principal conclusión de nuestro
estudio de la experiencia histórica de construcción del socialismo. Y, en
efecto, la lógica positivista del avance ideológico por acumulación se enfrenta
de manera radical al principio cíclico. Uno de los pilares sobre los que se sostiene
la tesis del ciclo consiste en percibir la obra de Marx y Engels no sólo como
la fundamentación primordial de una nueva concepción del mundo, sino también
como la expresión teórica de un grado determinado de desarrollo –relativamente
inmaduro– del proletariado como clase y de su lucha de clases. Esto implica,
por un lado, la cristalización de esa expresión teórica en un modelo o visión
del desarrollo de la revolución proletaria, y, por otro, la aceptación de
límites en la formulación y en la aplicación de ese modelo paradigmático en
virtud, precisamente, del carácter relativo del desarrollo de la clase como
clase revolucionaria, y, en consecuencia, implica asimismo la apertura de
líneas de evolución teórica desde la revolucionarización de ese paradigma
en función del contraste permanente con la práctica y con la autocrítica
teórica. Sin embargo, desde la defensa de un supuesto marxismo ortodoxo
–al que se han adherido tras abandonar el marxismo vivo de la Nueva
Orientación– no se admiten insuficiencias ideológicas, no se admite que la
causa última de los errores, de la “derrota” y del triunfo de la “traición”
radique principalmente en el seno del propio marxismo-leninismo, cuyas
contradicciones, en su desenvolvimiento, han creado las condiciones para el
colapso de todo un ciclo histórico y del paradigma revolucionario que sobre él
se sostenía. Para los ortodoxos, por el contrario, Octubre permanece
abierto como experiencia histórica a la espera de nuevos elementos que puedan añadirse
a ese proceso de acumulación positiva de enseñanzas realizado sobre un mismo
marco teórico-conceptual vigente desde 1848. Este marco es inamovible y
permanente, cual verdad eterna. Rompemos, una vez más, con el materialismo,
porque se impone la madurez ideológica a una clase ya desde su más tierna
infancia. Sólo cabe esperar sucesivas revelaciones de nuevos profetas a agregar
a la verdad primigenia, pero jamás en contradicción con ella[20]. La
teoría y su aprendizaje consisten, pues, en el repaso de la galería de profetas
que poco a poco nos han ido legando su viejo testamento, sobre el que
cardenales y rabinos erigirán sus iglesias.
Pero volvamos al Partido, al punto de vista que sobre él
han terminado adoptando los hijos pródigos del partido obrero de masas. Para
comprobarlo, el parrafito que acabamos de citar resulta del todo revelador. La
lógica de su discurso es la siguiente: no existe diferencia entre el partido
obrero decimonónico y el partido de nuevo tipo fuera del plano formal, debido
“al cambio de circunstancias históricas”. El oportunismo de la época del
capitalismo concurrencial, del típico partido de la II Internacional, era
debido a la inmadurez de la clase en su formación como clase económica, era “un
reflejo” del todavía reciente origen pequeñoburgués que aún arrastraba el
proletariado como clase histórica en formación. El oportunismo, así, tiene sus
raíces en la conciencia pequeñoburguesa del proletariado, en “los prejuicios de
sus orígenes pequeñoburgueses”. Por lo tanto, la conciencia de clase que va
surgiendo de su desarrollo en el contexto de las relaciones de producción
capitalistas, su conciencia espontánea como clase económica madura, es ya
plenamente conciencia proletaria, no una forma de conciencia burguesa (como
defiende Lenin en ¿Qué hacer?), y no se le puede designar en ningún caso
como base ideológica del oportunismo. Al contrario, sólo puede tratarse del
punto de partida, del “embrión” de la conciencia revolucionaria. Por otra
parte, el oportunismo en la etapa monopolista del capitalismo se debe al
“soborno a la aristocracia obrera”... ¡Pero, alto ahí, hemos visto la trampa!
Aquí, por lo menos, hay dos saltos en el vacío. Primero: si la aristocracia
obrera ya existe, se da por supuesta, preexiste como casta privilegiada,
entonces, ¿por qué sobornarla? Lo que ocurre en realidad, lo que se nos
esconde, es que, en términos históricos, lo que hace el capitalismo monopolista
es dirigirse a las masas obreras con el fin de destacar de su interior
un determinado sector y transformarlo en aristocracia obrera. Con este pequeño olvido,
nuestro tramposo ha querido ocultar el segundo salto mortal: si en la época del
capitalismo monopolista la clase obrera ya está conformada económicamente, ya
es una clase materialmente madura, la influencia de los prejuicios
pequeñoburgueses no puede ser determinante como base ideológica del
oportunismo; entonces, ¿sobre qué tipo de conciencia puede el capital sobornar
a un sector del proletariado, artífice postrero de toda la obra oportunista y
revisionista en el movimiento obrero? No puede ser más que sobre la conciencia
de clase espontánea, sobre la conciencia del proletariado como clase
económicamente formada, sobre la conciencia de clase en sí, que nos
desvela, de este modo, su verdadera naturaleza, toda su dimensión como forma de
conciencia burguesa, como la conciencia burguesa propia del
proletariado, la conciencia burguesa que genera espontáneamente el proletariado
como sujeto social inmerso en el sistema de relaciones capitalistas. Es decir,
el capital estuvo en condiciones de sobornar a un sector de la clase obrera
para formar una casta reaccionaria de privilegiados como garantía de seguridad
para el sistema, precisamente, porque existía la base ideológica y cultural
adecuada para ello, la base que deja preparada la maduración del proletariado
como clase económica producto del desarrollo capitalista, la base ideológica
que es el reflejo en la conciencia social de esa condición, que es, entonces,
una conciencia burguesa.
A partir de aquí, se derrumba todo el quebradizo
edificio político que pretendían construir los nuevos economistas sobre
terreno tan movedizo: no es el capital quien escinde un movimiento obrero que,
supuestamente, en su desarrollo espontáneo engendraría movimiento
revolucionario a condición de que mantengamos “despejado” y sin obstáculos su
toma de conciencia natural[21]. Ni
tampoco se trata solamente de “asegurar” tal desarrollo con la construcción, en
el seno de ese movimiento, de un partido “contrapuesto” al que supuestamente
crea el capital ex novo para corromper la evolución cuasi
espontáneamente revolucionaria del proletariado. En absoluto. Como, en la época
de los monopolios, el movimiento obrero ya maduro, en su desenvolvimiento
espontáneo es un movimiento burgués que reproduce las condiciones del modo
de producción capitalista, su lucha de clases inmediata es una lucha por su
reafirmación como clase (productora, explotada, etc; en absoluto, como
clase revolucionaria) en el conjunto de las relaciones sociales de
producción capitalistas, entonces, no es el capital el que necesita “escindir
al movimiento obrero”, el que hace “nacer de su seno un partido
contrarrevolucionario”. No es preciso, el movimiento obrero, tal como surge del
modo de producción capitalista, y en la medida en que es premisa y resultado de
él, ya es reaccionario. Y esta característica se pone de relieve
fundamentalmente en la época del imperialismo. Es el partido obrero
revolucionario el que se escinde del movimiento obrero espontáneo, es la
vanguardia revolucionaria la que construye un partido para “contraponerlo” al
dominante movimiento obrero que, para su supervivencia, genera espontáneamente
organismos sociales y políticos de carácter burgués adaptados al sistema
capitalista y que, a la larga, lo apuntalan y reproducen en sus presupuestos
materiales y culturales. Es la conciencia revolucionaria del proletariado,
su conciencia para sí, la que se escinde de su conciencia burguesa, de
la conciencia en sí, para construir un movimiento revolucionario
independiente y antagónico respecto de todas las formas políticas de dominación
burguesa –incluido el movimiento obrero burgués, con su aparato sindical y todo
su sistema de correas de transmisión entre el capital y las masas. Es la
revolución la que divide al movimiento obrero, es el sector consciente del
proletariado, que se niega a integrarse en el sistema, el que rompe con las
viejas formas acomodaticias de la época de desarrollo pacífico del capitalismo
y de acumulación de fuerzas del proletariado como clase, entre las que se
incluyen los sindicatos, los viejos partidos obreros y los modernos partidos
revisionistas (de origen o de credo marxista-leninista, maoísta, etc.). De
hecho, es de este modo como se produce en la práctica histórica este fenómeno:
es el ala izquierdista, el ala revolucionaria, la que se escinde de la
Internacional obrera para construir la Internacional Comunista desde la
secesión de sus secciones de la socialdemocracia internacional. Históricamente,
pues, el movimiento comunista nace como escisión del movimiento obrero.
Y este estigma de nacimiento es indeleble, acompaña a toda verdadera empresa de
construcción comunista, cuando quiera y donde quiera.
La imagen del movimiento obrero elevándose
desde su conciencia en sí hacia su conciencia revolucionaria, que tal
vez tuvo cabida durante la época del capitalismo liberal, ha caducado. Ahora,
en el imperialismo, el desarrollo revolucionario del proletariado sólo es
posible en confrontación con sus formas burguesas de movimiento político. Toda
la obra de Lenin y toda la experiencia del proletariado internacional posterior
a 1917 ratifican esta verdad. Y algo que resulta crucial: sólo desde este
planteamiento adquiere sentido el partido de nuevo tipo, que, en consecuencia,
no se construye desde el “movimiento real”, desde el movimiento
económico, desde las luchas de resistencia de la clase obrera, sino desde
la teoría de vanguardia, desde la conciencia revolucionaria, desde la intelligentsia
revolucionaria erigida como centro, como “organización central”, y
contra las formas políticas y organizativas que genera el
movimiento espontáneo de la clase. La vanguardia revolucionaria no es un competidor
que lucha contra el oportunismo en el interior “de un mismo movimiento obrero”
para desarrollar al sector revolucionario dentro de ese único
movimiento obrero; al contrario, desde esa misma lucha frente al oportunismo la
vanguardia crea otro movimiento, construye un nuevo movimiento obrero,
de nuevo tipo, un movimiento revolucionario fuera del movimiento obrero
espontáneo e independiente de él[22], sobre
la base de la escisión de éste[23],
sobre la base del deslindamiento ideológico y político como condición
para la sustracción y atracción de cada vez más organismos y más amplios
sectores del proletariado[24]. Es
en este punto cuando podemos comprender la importancia del modelo de
construcción política desde arriba descrito por Lenin en ¿Qué hacer?
y en su carta a Smidovich, y todo su profundo sentido político e histórico,
además de la vacuidad y lo reaccionario de las críticas demagógicas dirigidas
contra los esfuerzos de la vanguardia por construir cuadros revolucionarios,
por elevarse y formarse en la teoría; comprobamos el sentido del desprecio de
quienes han rebajado el marxismo al tradeunionismo, de quienes han rebajado la
formación del cuadro de vanguardia al del funcionario sindical (¿para qué más,
si el movimiento sindical es potencialmente revolucionario?); comprobamos el
significado verdadero del desprecio por la intelectualidad por parte de quienes
han sido derrotados en la lucha de dos líneas y son incapaces de contemplar un
horizonte más elevado que la realidad empírica del “movimiento real”;
comprobamos y comprendemos el ramalazo anarquista, izquierdista, que ha
sobrevenido a nuestros derechistas, para los que todo lo intelectual “está
llamado a” ser burgués y a “usurpar el papel histórico del proletariado” (los
anarquistas, tan esencialistas ellos, dicen, por ejemplo, que el poder
“está llamado a” corromper a quien lo ejerza); comprobamos, con esto, la
revisión de la doctrina leninista del surgimiento y del papel de los jefes en
el movimiento obrero[25] y
del siguiente principio inmovible y piedra cardinal de la construcción del
partido revolucionario: “nuestra misión no consiste en propugnar que se rebaje
al revolucionario al nivel del militante primitivo, sino en elevar a
este último al nivel del revolucionario”[26]. Y,
lo mismo, a escala social: elevar el movimiento de masas a la posición de la
vanguardia. Esto es movimiento revolucionario, esto es Partido Comunista.
Con estos elementos podrá el lector juzgar si se nos
puede acusar de reduccionismo organicista respecto del Partido. Sería más
comprensible si se nos culpara, por ejemplo, de confundir al Partido con las
masas, puesto que hablamos de un concepto de Partido asimilable a la idea de movimiento
político[27]. Pero clarificados los
términos en que entendemos esta acepción, aclarado que el movimiento del que
hablamos se sitúa fuera del movimiento obrero espontáneo y que tal movimiento,
construido desde la conciencia revolucionaria, es, para nosotros, el Partido
Comunista, quedarán lejos todas las malas interpretaciones y todas las posibles
ambigüedades conceptuales en el futuro.
Continuando este pequeño debate sobre el Partido, y ya
que hemos traído a colación a Garaudy, ideólogo del eurocomunismo y del modelo
francés de socialismo, veamos con quién congenia más su visión reconocida y
contrastadamente revisionista del Partido. Habla uno de sus exegetas:
“Según Garaudy, ¿Qué hacer? no
constituye más que un aspecto y un momento de la teoría del partido. […].
Pero la aportación específica de Lenin a
la concepción de un partido de tipo nuevo no se encuentra ahí.
Si Lenin en 1902, y según las doctrinas
de Kautsky, ponía el acento unilateralmente sobre la idea de que la conciencia
socialista debe ser aportada desde fuera de la clase obrera, coloca en su
verdadero lugar, que es el primero, desde 1905, a partir de la experiencia
vivida de una revolución, el papel de la iniciativa histórica de las masas […].
Nunca se remarcaría demasiado la maldad
de esta tesis sobre ‘la conciencia aportada desde fuera de la clase obrera’,
cuando es interpretada de una manera dogmática. Se encuentra al comienzo de
todas las sustituciones del partido y de su aparato respecto a la clase obrera misma
en su papel de dirigente […].
Lenin no ha cesado de luchar contra el
dogmatismo y el empobrecimiento de la dialéctica que deriva de la
subestimación, en la dialéctica de la historia, de la iniciativa de las masas
[…].
Todas las tesis de Garaudy sobre la
organización y el funcionamiento de un partido revolucionario se derivan de
estos principios.
Cuando insiste, por ejemplo, sobre el
hecho de que el Partido Comunista no puede atribuirse a priori y de una
vez para siempre ‘un papel dirigente’, sino que debe conquistar en una
emulación cotidiana su hegemonía en el movimiento revolucionario, subraya la
necesidad que tiene este partido de rehacer constantemente la prueba práctica
de su actitud para estimular la iniciativa histórica de la clase obrera y de las
clases particulares, para articular y para hacer converger las acciones de
todas las fuerzas revolucionarias […].
Una verdadera política revolucionaria es
la obra común de cientos de miles de militantes. […].
Finalmente, admitir la posibilidad de
construir el socialismo con una pluralidad de partidos, de formaciones, de
organizaciones sociales, es reconocer que cada uno de los participantes en la
construcción del socialismo no se encuentra ahí solamente para camuflar la
dictadura de un solo partido o para servir de correa de transmisión. Admitir la
posibilidad del pluralismo es reconocer a cada uno de los elementos que
componen el movimiento sin reserva el derecho y el deber de iniciativa en el
cumplimiento de la tarea común.”[28]
Como ya sabe el lector, estaríamos de acuerdo con
Garaudy en que el ¿Qué hacer? no abarca toda la doctrina leniniana del
Partido, pero por motivos diametralmente distintos de los suyos. Frente a la
intención manifiesta de infravalorar esta obra de Lenin en su contribución a la
teoría del partido de nuevo tipo proletario, nosotros consideramos que se trata
de su obra principal en esta materia, la más sistemática y la que aborda sus
aspectos principales. El objetivo de Garaudy es tergiversar la teoría del
Partido Comunista para desplazar su auténtico centro de gravedad hacia las
masas, hacia el “extremo” opuesto a la organización de vanguardia, que es el
centro de las preocupaciones del libro de Lenin. Como no ha comprendido su
significado, como ha terminado compartiendo la interpretación vulgar, aunque
generalizada durante todo el Ciclo de Octubre, del Partido como relación directa
e inmediata entre la vanguardia y las masas, considera que todo es tan
sencillo como trasladar el peso de esa relación hacia el extremo que
representaba el papel secundario en ¿Qué hacer?, y de la crítica a la
unilateralidad del papel de la conciencia socialista, se cae en el error de la
unilateralidad del papel autónomo de las masas, de su “iniciativa histórica”;
del dogmatismo estaliniano –como él mismo lo define[29]– se
pasa al dogmatismo menchevique, socialdemócrata. Exactamente el mismo recorrido
que han realizado los desertores de la Nueva Orientación en su huida por la
derecha hacia la charca de la espontaneidad de las masas, hacia el credo de la
“iniciativa de las masas”, hacia el mito de la masa autónoma asumiendo y
jugando el papel de dirigente del proceso político revolucionario, etc. Del
culto a la teoría al culto de las masas, y viceversa. Este es el recorrido, en
una dirección u otra, que han cubierto todos los elementos vacilantes en la
historia de nuestro movimiento durante el pasado ciclo revolucionario, y que
retoman quienes aún permanecen en él, con evidentes “síntomas de reformismo”.
De la misma manera, Garaudy y nuestros derechistas coincidirían, con toda
seguridad, en que la Nueva Orientación es una interpretación “unilateral”,
“dogmática” e intrínsecamente “malévola” de la tesis fundamental del ¿Qué
hacer?, del origen externo y del papel determinante y dirigente de la
“conciencia socialista”, potencialmente suplantadora, “sustituidora”, “llamada
a usurpar el papel histórico del proletariado”. ¡Cuántas coincidencias! Una
más. Garaudy dice que el Partido Comunista debe pugnar permanentemente por la
hegemonía “en el movimiento revolucionario”. Esta afirmación presupone un
determinado concepto de los mecanismos de la revolución, consistente en
entender que el movimiento revolucionario es diferente e independiente del
Partido y de su actividad, es decir, la revolución está subordinada a un
dispositivo espontáneo y fatal, sensible exclusivamente al estado de la marcha
de las frías leyes objetivas de la economía y sus crisis, y ajeno y separado de
la actividad consciente, que genera un escenario que precede a la actividad de
dirección política efectivamente revolucionaria de la vanguardia. Para
conquistar esta dirección debe competir por la hegemonía en el contexto
de la revolución dada. Éste es el concepto de revolución inherente a la teoría
revisionista de las fuerzas productivas; ésta es la lógica implacable que se
encierra en el discurso del culto a la espontaneidad y la iniciativa de las
masas, lógica a la que se van acercando a marchas forzadas nuestros futuros
garodistas. Y para que vean cuál es el penúltimo tramo del trayecto
revisionista por el que se han encaminado, les dedicamos la última parte de la
cita, donde aquella lógica se muestra finalmente en toda su descarnada
evidencia: liquidación del papel dirigente del Partido, pluralismo político y
conciliación de clases en la búsqueda del socialismo, ruptura de los
“organismos intermedios” que vinculan a la vanguardia proletaria con las masas,
de esas “correas de transmisión”, o sea, liquidación del Partido Comunista como
partido revolucionario y su conversión en un partido obrero neorrevisionista
funcional para el sistema, etc. Garaudy, ¡un buen espejo en el que mirarse!
La vereda que han tomado los derechistas es amplia y
está expedita, no sólo porque es el camino más fácil, sino también porque está
muy trillado al haber sido transitado, durante décadas, por innumerables
experimentos y proyectos políticos. Todos terminaron igual, como el comunismo a
la francesa de Garaudy, integrándose en el sistema para incubar la
conciencia burguesa de los obreros que permitiera, un día, designar a los
ministros comunistas del gobierno burgués. En resumen, como en todos los
ámbitos de la lucha de clases, en el problema de la construcción del Partido
Comunista sólo existen dos vías: el vínculo directo, la unidad externa,
de la vanguardia con las masas, de donde sólo puede surgir el partido de masas
–en sus versiones izquierdista u organicista y derechista o socialdemócrata–, y
la Nueva Orientación, el único verdadero plan leninista de Reconstitución del
Partido Comunista porque se guía por las reglas de la unidad dialéctica
de la vanguardia con las masas.
Para ir concluyendo estas reflexiones dedicadas al
Partido, vamos a ir, sin embargo, un poco más lejos. Dejemos a los
intelectuales de segunda fila como Garaudy y recurramos a otros cuya
influencia ha sido mucho mayor. De paso, ratificaremos una vez más cómo, en
realidad, la tendencia dominante entre la intelectualidad filoproletaria de
extracción burguesa, entre los marxistas occidentales que tanto
desprecio provocan en los sindicalistas de nueva hornada, es el derechista
culto hacia la espontaneidad de las masas, la postración hacia su iniciativa y
la adulación del obrero medio frente al cuadro revolucionario. Este fenómeno
generalizado de idolatría de la masa entre la intelectualidad burguesa
–característico de la época de vigencia del Ciclo de Octubre– resulta curioso.
Es como si de un macro-acto colectivo de expiación freudiana de una culpa se
tratase. Como si sus componentes sintiesen la imperiosa necesidad de sacrificar
en el ara del culto a las masas la rémora de su origen social burgués. Servir
al pueblo se convirtió, de esta manera, en la consigna paternalista y
burguesa de moda –que denotaba más divorcio que integración en las masas, por
cierto– durante toda una época. Algo parecido les ocurre a nuestros
derechistas, sólo que lo que necesitan limpiar es la mala conciencia que les
produce su condición de aristocracia obrera[30]. Sin
embargo, como toda esta filantropía romántica respecto de las masas no es más
que una penitencia, únicamente tiene sentido exculpatorio para el contrito: no
sirve al pueblo, sino a uno mismo. El ídolo a quien se ofrece semejante acto de
contrición (las masas) permanece ajeno y extraño, de modo que no cambia la
relación con él, ni consigo mismo: el intelectual sigue siendo intelectual y el
aristócrata, aristócrata. Y ambos continuarán pecando según su naturaleza, cual
feligrés de cualquier religión: el intelectual continuará elaborando teoría
burguesa, y el aristócrata política sindicalista, cuando no se meta–como es
ahora el caso– a teórico, aunque sea de tercera –que también lo es. Pues bien,
esta vez habla Herbert Marcuse:
“En verdad, la estrategia leninista de
la vanguardia revolucionaria apuntaba a una concepción del proletariado que iba
mucho más allá de una mera reformulación del concepto marxista clásico; su
lucha contra el ‘economismo’ y contra la doctrina de la acción espontánea de
las masas, su afirmación de que la conciencia de clase debe ser infundida al
proletariado ‘desde fuera’, anticipan la posterior transformación fáctica del
proletariado, que de sujeto pasó a convertirse en objeto del proceso
revolucionario. […] El desarrollo de esta tendencia [en ¿Qué hacer?]
amenazaba con invalidar la noción del proletariado como sujeto revolucionario,
sobre la que se basaba toda la estrategia marxista. Las formulaciones de Lenin,
que pretendían salvar a la ortodoxia marxista del embate reformista, pronto se
convirtieron, sin embargo, en parte de una concepción que ya no daba por
supuesta esa coincidencia histórica entre el proletariado y el progreso que la teoría de la
‘aristocracia obrera’ todavía conservaba. De esta forma se echaron los
cimientos para la construcción del partido leninista, mediante el cual los
intereses auténticos y la conciencia auténtica del proletariado quedaban
localizados en el seno de un grupo separado y distinto de la mayoría del
proletariado. La organización centralizada, justificada al principio por la
‘inmadurez’ de las condiciones atrasadas y aplicable sólo a estas circunstancias,
iba a transformarse más tarde en un principio general estratégico a escala
internacional.
La constitución del partido leninista (o
de la dirección del partido) en representante auténtico del proletariado no
podía llenar el vacío existente entre la nueva estrategia y la antigua
concepción teórica. La estrategia leninista de la vanguardia reconocía de hecho
lo que negaba en teoría: el cambio fundamental que se había producido en las
condiciones objetivas y subjetivas de la revolución.”[31]
A dios lo que es de dios y a Marcuse lo que es de Marcuse. Digamos, más bien,
que es la lectura marcusiana del partido leninista que aparece en ¿Qué
hacer? lo que no le permite a él comprender “el cambio fundamental que se
había producido en las condiciones objetivas y subjetivas de la revolución”. Se
trata de la misma lectura dogmática, predominante en su tiempo e incapaz de
hallar la unidad dialéctica entre conciencia y movimiento, que hemos visto en
Garaudy –y en los renegados–, la interpretación del destacamento de vanguardia
leniniano como organización aparte de las masas y usurpadora de sus “intereses
auténticos”, de su “conciencia auténtica”, de su papel como “sujeto
revolucionario”; se trata del mismo malentendido que divorcia al proletariado
del socialismo científico, que lo aparta de éste y que insinúa que la clase
obrera tiende de manera natural y espontánea hacia el socialismo. Por cierto,
como vemos, nuestros derechistas coinciden particularmente en la acusación
marcusiana dirigida al leninismo de reducir, a fin de cuentas, el Partido a su
núcleo de dirección. Y todas estas coincidencias no son de corte nominalista
simplemente, sino que se refieren a contenidos conceptuales y a apreciaciones
fundamentales de la política.
Pero el argumento que concentra toda la crítica de
Marcuse al leninismo –y que encierra de la mejor manera el significado último
del giro político dado por los desertores de nuestro partido– es la tesis de
que la concepción del Partido de Lenin transforma al proletariado, de sujeto,
en objeto revolucionario. Aquí es donde se pone de manifiesto el hecho de que
los intelectuales burgueses y los militantes practicistas no comprenden la
naturaleza del partido leninista, ni tampoco las condiciones nuevas en las que
surge. No dudamos que algunas actitudes políticas y algunas formulaciones
teóricas de Marx y Engels, así como el epos político de la
socialdemocracia de la II Internacional, presuponen al proletariado como sujeto
revolucionario in actu; como tampoco dudamos de que no alcanzaba esta
condición, ni siquiera cuando, en determinados episodios, protagonizó
auténticas gestas heroicas (jornadas de junio de 1848, Comuna de París[32]). De
hecho, históricamente, el proletariado es un producto del capital: primero, de
su acumulación originaria y, después, de su constante ciclo de acumulación
ampliada, que tiende a transformar todas las relaciones sociales en relaciones
capitalistas, y que tiende a convertir en proletarios a la mayoría de la
población. El proletariado es un objeto de cristalización de las nuevas
relaciones de producción capitalistas, las cuales lo sitúan como fuerza
productiva objetivada en el marco de su modo de producción. Marx demostró que
el capital diluye todo aspecto subjetivo del proletariado como fuerza de
trabajo, que los medios de producción como capital fagocitan toda esfera de
espiritualidad del obrero, convirtiéndolo en mero apéndice de la máquina, y
constriñéndolo en una relación objetiva de producción dentro del proceso de
trabajo como mero productor de valor. De este modo, en el nuevo sistema
económico, el capital es sujeto y el proletariado objeto o atributo.
Verdaderamente, el marxismo decimonónico ejecuta un salto mortal en el vacío
cuando transforma, desde la simple buena voluntad, a este proletariado
cosificado como mercancía y con personalidad subjetiva sólo en tanto que
reproductor de las relaciones sociales de las que es objeto (en lo que se
incluye también su capacidad de autoorganización como clase económica) en
sujeto revolucionario de manera inmediata. En la práctica, este salto,
naturalmente, sólo podía ser alicorto y alcanzar solamente a situar al
proletariado en la consideración de sujeto político sin más (sin verdaderas
connotaciones revolucionarias), integrado como un guante en el marco de
relaciones institucionales del capitalismo. Es la época de dominio de la
socialdemocracia reformista, que hegemonizará todo el periodo
prerrevolucionario de la historia de la clase obrera.
Desde el punto de vista político, durante el siglo
XIX, en la época del capitalismo concurrencial, la actividad del proletariado
transcurre por dos etapas. Durante la primera (1848-1876), la clase obrera
aparenta alcanzar el estatuto de agente social independiente; sin embargo, su
actividad revolucionaria es puntual y localizada, está protagonizada por un
sector de vanguardia más que por grandes masas, y, lo que es más importante, se
desenvuelve todavía al calor del movimiento democrático de la burguesía
radical. En su conjunto, el estamento del trabajo está compuesto, en realidad,
por masas semiproletarias en las que el obrero fabril tiene poco peso y menor
influencia. En esta época destacan líderes como Blanqui y Blanc, expresiones
políticas de la inmadurez del proletariado como clase revolucionaria. En un
segundo momento, durante la época de la II Internacional (hasta 1905), la
actividad política del proletariado se corresponde más todavía con su papel de
pieza del mecanismo de reproducción capitalista, con su consolidación como
objeto económico y como esfera social de referencia en el sistema de relaciones
de la sociedad burguesa. El proletariado se expande como clase asalariada y,
con ello, como clase con intereses objetivos propios en tanto que clase, que se
traducen en organización política para la defensa de esos mismos intereses
objetivos bajo la forma de partido de masas (la revolución, por el contrario,
representa un interés subjetivo y requiere otro tipo de partido). Pero todo
este desarrollo cuantitativo de la clase asalariada como producto objetivo del
capital y con una limitada autoconciencia de sujeto económico, experimenta una revolución,
un salto cualitativo, cuando el capitalismo entra en su etapa imperialista, y de
manera notoria, con la revolución rusa de 1905. A partir de aquí, la clase
obrera debe (pues el capitalismo ha entrado ya en su fase de crisis
general) y puede (pues la acumulación capitalista ha alcanzado un grado
tal que la clase asalariada puede enfrentarse como totalidad social a la
totalidad de fuerzas productivas sociales y apropiarse de ellas[33])
convertirse en sujeto político revolucionario. En esto consiste el
verdadero “cambio fundamental” de las condiciones de la revolución de las que
habla Marcuse, pero sin comprenderlas. Y, como respuesta a este cambio y en
relación con su significado, aparece el partido de nuevo tipo leninista. En
esto consiste el aporte novedoso de Lenin, que tampoco comprende Marcuse.
Ni los intelectuales burgueses, ni los sindicalistas
comprenden el contenido dialéctico de la construcción política que se encierra
en ¿Qué hacer? Lo que Lenin propone es el desdoblamiento simultáneo de
la clase proletaria en objeto y sujeto políticos. Mediante la proyección, fuera
de su movimiento económico espontáneo, de una organización política
independiente, el proletariado se dota de un sujeto político para sí mismo.
Entonces, el proletariado pasa a ser objeto y sujeto revolucionario. La
organización de vanguardia que Lenin diseña en ¿Qué hacer? no supone la
usurpación del papel que corresponde al conjunto de la clase proletaria, no
supone un extrañamiento, una alienación (Veräusserung), de su condición
de actor social, sino su proyección, su alienación (Entäusserung), como
exteriorización del resorte para un nuevo mecanismo de desarrollo como clase
revolucionaria. Ocurre que si durante el periodo de progreso pacífico del
capitalismo y de crecimiento extensivo del proletariado el desarrollo de éste
se realizaba mediante la dialéctica proletariado-burguesía, mediante la
lucha abierta entre las clases antagónicas, lucha que tenía como contenido la
resistencia económica y la reforma política, en la época del
imperialismo, en cambio, tiene lugar un desplazamiento estratégico según el
cual el motor del desarrollo revolucionario –pues éste es el nuevo
contenido de la lucha de clases– de la clase obrera se localiza en su interior,
en la dialéctica vanguardia-masas. La confrontación principal entre las
clases, entonces, pasa a dirimirse en este terreno: el primer frente
estratégico de la lucha de clases es la lucha de la vanguardia contra el
oportunismo, que es la nueva forma que adopta la burguesía. El poder de ésta
dependerá de la influencia del oportunismo en el movimiento obrero. Por eso,
éste pasa a ser objeto de la acción política de la vanguardia –eso que,
en su incomprensión, disgusta tanto a Marcuse–, y sólo se transformará –el
movimiento obrero– en sujeto revolucionario en la medida que, desde
aquella acción política, se eleve hacia la posición de su vanguardia. El
proletariado es aquí objeto porque pasa a ser el principal objetivo de
transformación para la vanguardia, y es sujeto en tanto que masa revolucionaria,
en tanto que movimiento revolucionario, es decir, en tanto que esa labor de la
vanguardia incorpora a cada vez más sectores de las masas al movimiento
revolucionario. Esta unidad sujeto-objeto (vanguardia-masas) cristaliza como
partido de nuevo tipo tal como lo describe Lenin en la carta a Smidovich aquí
comentada.
Por su parte, el enfrentamiento clase
contra clase predominante y característico del periodo precedente, pasa
ahora a segundo plano y a convertirse en una especie de subproducto del otro enfrentamiento,
situado ahora en el campo de batalla principal, entre vanguardia y oportunismo.
La pugna clase contra clase, de contenido principalmente
económico durante el periodo premonopolista del capitalismo, pasará de nuevo al
primer plano como guerra de clases, cuando la unidad (fusión)
objeto-sujeto, cuando el proceso de unidad desde la mutua transformación
dialéctica entre la vanguardia y las masas, alcance un grado determinado: el
que marca la Reconstitución del Partido Comunista, el que indica la maduración
del proletariado como clase revolucionaria, como verdadero sujeto
revolucionario. Los marxistas del siglo XIX, y quienes transponen su
pensamiento al mundo de hoy con evidentes “síntomas de reformismo”, pensaban y
piensan en un sujeto inmediatamente –espontáneamente–revolucionario. Aunque
permaneció vigente durante todo el Ciclo de Octubre, este modelo ya había
fracasado, y lo que no entienden, ni los Marcuse ni los derechistas, es que
cambiar de modelo no supone abandonar el marxismo, sino desarrollarlo. En este
sentido, no es ninguna casualidad que Marcuse aluda a la consideración, por
parte de “la teoría de la aristocracia obrera” –es decir, el revisionismo de
viejo y nuevo cuño–, del proletariado todavía como sujeto de progreso, porque
pone de manifiesto su incapacidad para asimilar los elementos nuevos que ha
traído “el cambio fundamental” en las luchas de clases de la época del
capitalismo monopolista. Y uno de esos elementos consiste en que,
efectivamente, la aristocracia obrera –no el proletariado en general, sino el
sector privilegiado del proletariado de los países imperialistas– actúa como
sujeto político inmediata y directamente. Ciertamente, la aristocracia obrera
disfruta de este otro privilegio también, pero en absoluto como sujeto revolucionario,
sino como fracción de clase aliada con la burguesía imperialista con el fin de
disfrutar del botín de la explotación de las propias masas y del expolio de los
pueblos oprimidos. En esto ha quedado la vieja tesis socialdemócrata del
proletariado como sujeto histórico inmediato, en un discurso funcional respecto
del papel acomodaticio de un estrato predilecto de la clase obrera, en
particular, y respecto de los intereses imperialistas del capital, en general.
Y es que quien se acerque al marxismo desde una concepción del mundo burguesa
(caso de Marcuse) o desde una concepción ortodoxa del mismo (como
nuestros althusserianos, que están demostrando que existe una línea directa que
permite vincular a Garaudy y Marcuse, por un lado, y a Althusser y los
marxistas ortodoxos, por otro, y a todos ellos con la concepción del
mundo burguesa), inevitablemente dejará al descubierto, cuando menos, algún que
otro “síntoma de reformismo”.
Por último, para finalizar estas
consideraciones sobre el Partido, señalemos que los argumentos hasta aquí
ofrecidos nos permiten ensanchar un poco más los límites de la teoría
marxista-leninista al respecto como resultado de su confrontación con las
distintas versiones oportunistas. Efectivamente, hasta ahora, el desarrollo de
nuestra visión del Partido se ha ido forjando desde la lucha de dos líneas con
la táctica de unidad comunista. Frente a nuestra tesis de fusión, de
unidad entre vanguardia y masas como estrategia de Reconstitución –según la
cual, su resultado, el Partido, ya es el movimiento revolucionario–, la unidad
comunista defiende la unidad de la vanguardia, la fusión orgánica entre sus
diversos destacamentos, de modo que, una vez consumada y reconstruido el
Partido, éste se dirigiría hacia las masas para implementar el proceso
revolucionario, etc. Esta es la vía oportunista de corte organicista –de
izquierda si se quiere– en la que la voluntad subjetiva de los
participantes juega el papel principal. Lo cual, por cierto, no está reñido con
el trabajo directo entre las masas desde la unidad de acción de esos
destacamentos como catalizadora del proceso de unidad; es decir, la línea de
izquierda de Reconstitución del Partido no está reñida con una línea de
masas derechista. En absoluto. De hecho, lo común es su convivencia, lo cual
expresa a la perfección la triste realidad de que, en materia de política
proletaria, la desviación de derecha y la de izquierda son dos caras de
la misma moneda oportunista-revisionista. Sin embargo, como decimos, hasta
ahora no nos habíamos enfrentado de manera directa y en profundidad a la línea
derechista, socialdemócrata (kautskiana), de Reconstitución del Partido
Comunista. La explicación es doble. Primero, porque es poco común –al menos en
el Estado español– ya que, tratándose de grupúsculos que reivindican la
tradición de la III Internacional, esta vía, que supone la pérdida de
sustantividad política de la tarea de construcción partidista independiente del
movimiento y su disolución en el conjunto de las demás tareas dentro del
movimiento, significaría una pérdida de identidad en relación, por ejemplo, con
los grupos de filiación trostskista, que tradicionalmente han sido quienes han
aplicado este modelo socialdemócrata de construcción del partido político (y,
en honor a la verdad, una vez suprimida ésta, pocas diferencias quedarían entre
los herederos degenerados de la III Internacional y la degenerada IV
Internacional). En segundo lugar, y más importante aún, porque la paz,
aunque fuera pasajera, con el ala derechista del partido exigía la
autoimposición de ciertos límites en cuanto al alcance de la lucha de dos
líneas en distintos puntos de nuestra táctica. Es en este sentido que la
formulación de alcance de nuestra tesis sobre el Partido ha venido siendo
gradual. En ello, por supuesto, ha influido mayormente el proceso progresivo de
conocimiento del tema desde la aplicación práctica de los primeros postulados
teóricos y preceptos tácticos; pero, también es cierto que aquella formulación
ha reflejado siempre la incorporación de un elemento de acuerdo o pacto
político interclasista. Así, en la primera exposición sistemática de nuestra
visión del proceso de construcción del Partido Comunista, la Tesis de
Reconstitución, sólo hablábamos de la unidad de la vanguardia con el
movimiento obrero a través de la fusión entre vanguardia
teórica y vanguardia práctica. Posteriormente, como resultado del
debate que culmina en la 6ª Conferencia con la victoria de la línea proletaria,
el nuevo deslindamiento y la derrota de la tendencia derechista permiten que la
Nueva Orientación plantee la cuestión como un proceso de escisión-fusión:
separación y construcción de la vanguardia marxista-leninista (desde la
lucha de dos líneas con el resto de la vanguardia teórica) antes de la
subsiguiente fusión con la vanguardia práctica. Ahora, al calor del
nuevo debate y rotos todos los compromisos tácticos con la derecha oportunista,
podemos afirmar que –según las consideraciones expuestas hasta aquí– el
desarrollo político del proletariado revolucionario consiste en la unidad
dialéctica de un proceso en el que, de manera constante, sucesiva y recurrente,
se produce un movimiento de escisión-fusión-escisión. Es decir,
la escisión de la vanguardia marxista-leninista para su fusión posterior
con la vanguardia práctica y su unión con el movimiento de masas
a través de ella, con el fin de conquistarlo y escindirlo del movimiento
espontáneo de la clase obrera como movimiento de masas revolucionario
independiente de él.
Esta consideración es importante
porque permite alejarnos de toda censura estrecha de la tesis de construcción
del Partido desde la conciencia. Sobre todo, nos permite alejarnos del punto de
vista kautskiano estricto, que con posterioridad y erróneamente le fue achacado
a Lenin, es decir, que el Partido es el factor político que cumple la función
de llevar la teoría revolucionaria al movimiento obrero. Esta tesis fue acogida
por la III Internacional, como ya hemos dicho, al confundir vanguardia y
Partido, y terminará difuminando las diferencias entre la construcción política
comunista y la socialdemócrata. Pero, como hemos tratado de demostrar, el
verdadero planteamiento leniniano de la cuestión es superior al de Kautsky,
porque no se limita a la función de introducir desde fuera la conciencia
en el movimiento de masas. En Lenin, el principio de fusión teoría-práctica
conlleva también algo no implícito en el planteamiento kautskiano, a saber, que, con la
transformación de la conciencia de las masas y la elevación de las mismas hacia
la posición política de su vanguardia, la construcción del movimiento
revolucionario se realiza hacia fuera del movimiento espontáneo tras
haber arraigado en él.
… más chismes…
El último chismorreo que vamos a considerar –porque no
podemos estar pendientes de todos y cada uno de los alfilerazos de estos
rufianes– es la acusación de que pretendemos sustituir el marxismo-leninismo
por la Nueva Orientación (ibid., pág. 20), o que ésta es, para nosotros,
“una nueva etapa en el marxismo” (ibid., pág. 6). Esta insinuación
demagógica, además de mendaz, no puede provenir más que de mentes estrechas que
sólo han sido capaces de asimilar el marxismo-leninismo como doctrina pura y
como recetario político; sólo puede proceder de un concepto ortodoxo de
marxismo-leninismo y de espíritus ineptos incapaces de aplicar en la práctica
la teoría revolucionaria. Nuestros mentecatos se han reunido con la pretensión
de erigirse en potencia a favor de la proyección práctica de la teoría de
vanguardia; pero esta conjura de los necios sólo ha demostrado su
impotencia para salir del atolladero en el que les ha metido su escuálida
formación, basada en la repetición de fórmulas gastadas, su impotencia para
superar la fraseología tradicional de nuestro movimiento. Los necios han
querido erigirse en los portaestandartes de la política como centro de la
actividad de la vanguardia, pero no han salido de la trinchera desde la que
defienden los lugares comunes, las vagas generalidades y la reiteración hueca
de los dogmas. La Nueva Orientación es el marxismo-leninismo hecho práctica, la
teoría traducida en línea política proletaria[34] en
función de las necesidades actuales del movimiento revolucionario. No queremos
sustituir el marxismo-leninismo, al contrario, no sólo nos alimentamos de él
sino que queremos demostrar que está vivo, que es una teoría plenamente vigente
como guía para la acción; queremos romper los estrechos moldes de la ortodoxia
y demostrar que el marxismo-leninismo puede dar las respuestas que necesita el
mundo de hoy, que puede volver a ser la teoría de vanguardia que necesita el
proletariado para recuperar su papel de clase revolucionaria. Consideramos que
la Nueva Orientación muestra este camino porque es marxismo-leninismo hecho vida.
La ortodoxia ha muerto, ¡viva el marxismo-leninismo!
Tras el fracaso del Ciclo de Octubre no ha quedado en
pie nada que pueda servir de base teórica a la formulación de una línea
política revolucionaria acabada de inmediata aplicación. Negar esto es absurdo.
Sin embargo, la mayoría de los grupos con aspiraciones revolucionarias eluden
reconocerlo, y nuestros abanderados de la práctica como criterio de la verdad,
que se empeñan en aferrarse a lo que la realidad ha dado definitivamente la
espalda, insistiendo en considerar el ciclo todavía abierto (esto, más que
incongruencia, es cinismo; más que ortodoxia, es fanatismo), se han
unido finalmente a ellos por incapacidad intelectual y pereza mental, pues
recuperar aquellas bases requiere un esfuerzo que no están dispuestos a
realizar. No existe ortodoxia posible cuando la doctrina debe ser
reconstituida. Los únicos puntos de partida factibles son el marxismo-leninismo
como discurso coherente (por lo que es preciso afrontar críticamente sus
incoherencias internas) y su experiencia histórica en bruto (que es preciso
refinar desde la crítica histórica para que pueda ser digerida como aporte al
desarrollo de ese discurso). Sin cubrir estas tareas, no habrá teoría
revolucionaria, y “sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento
revolucionario”[35]. Es lógico, por tanto,
que, al comprender esto, nuestros saboteadores de la recuperación teórica del
proletariado hayan renunciado al Plan de Reconstitución y a la tesis del ciclo,
y hayan tenido que aferrarse a la vieja tesis de la ortodoxia. Esta
tesis siempre gozó de predicamento entre los intelectuales y dirigentes del
movimiento obrero. Kautsky fue el gran defensor de la ortodoxia marxista
en la II Internacional, y los jefes de la Komintern se esforzaron por fijar una
ortodoxia marxista-leninista. La idea de ortodoxia parte de que
existe un corpus doctrinal básico e inmutable en el marxismo, ya sea de
índole metodológica (Lukács[36]), ya
ideológica (Gramsci[37]) o
doctrinal (Zinoviev, Stalin[38]). De
modo que apoyándose en la supuesta existencia de ese núcleo teórico básico,
pero firme, no es descabellado, sino posible, pasar a la práctica de masas
inmediata con cierto prurito revolucionario, tratar de convencer –aunque sea
por medio del autoengaño– de que la actividad que se sigue está sostenida por
unas sólidas bases teóricas revolucionarias de partida. La ortodoxia nos
presta esa apariencia de seriedad y fundamentación ideológicas y, además, nos
exime de todo interrogante incómodo acerca de la validez de sus contenidos,
pues, por definición, la ortodoxia es axiomática y no contrastable. No
es la Nueva Orientación quien pretende sustituir al marxismo-leninismo, sino
los ortodoxos los que quieren momificarlo después de asesinarlo.
… patrañas…
Finalmente, no vamos a concluir este repaso de los
infundios sembrados por las lenguas viperinas sin aludir a una de sus más
importantes tergiversaciones. La principal de ellas se atreve a decir que “en
todos estos largos años nos hemos dedicado a una actividad casi exclusivamente
intelectual” (ibid., pág. 23). Y para remarcarlo, alude a una
descripción metafórica que hace años nos dedicó un grupo de jóvenes comunistas
para expresar gráficamente cómo percibían a nuestra organización: “monasterio
rojo” (ibid., pág. 24). Pues bien, en primer lugar, para ser fieles
a la verdad y alejarnos de la manipulación de los hechos, habría que decir que,
hasta ahora, el PCR ha realizado una actividad principalmente
teórica. De ahí el apodo. Pero hay que hacerse mucho el desmemoriado para
insinuar que el partido no ha realizado trabajo práctico en general y trabajo
de masas en particular; no sólo actividades de propaganda, sino también de
organización y participación en movilizaciones y luchas concretas. Otra cosa
muy distinta es que no hayamos aparecido abiertamente con nuestras siglas por
delante. ¡Naturalmente que no! “En todos estos largos años” hemos cuidado mucho
la relación entre trabajo conspirativo y trabajo legal (ya hemos indicado nuestra
posición al respecto, y no se trata sólo de un planteamiento teórico), y no
íbamos a mostrarnos abiertamente con motivo de cualquier movilización social,
tal como está, hoy por hoy, la correlación de fuerzas en la lucha de clases. El
esperpento llega a tal punto que un determinado personaje, que firma como Abo,
llega a escribir, por ejemplo, “que estamos exagerando nuestro aislamiento del
movimiento obrero. Ya son más de 10 años. Podríamos hacer alguna práctica
(adaptada) en la realidad”, etc. (ibid., pág. 14). ¡Pero si este sujeto
no ha hecho otra cosa que práctica “en todos estos largos años”! ¡La práctica
era su obsesión! Y sólo se avino a intentar comprender la importancia de la
teoría –en ninguna de cuyas áreas participó nunca– y a dedicarle un esfuerzo a
la formación después de haber fracasado estrepitosamente en su labor práctica cercana
al movimiento obrero. Para que el lector se haga una idea de la situación: en
la segunda mitad de 2004 el Comité Central recibía informes de las actividades
de estudio de este personaje sobre textos del programa de formación ¡de 1994!
¿Diez años con solo teoría? ¡O muy perezosos o muy mentirosos![39]. La
idiotez se ha extendido entre los miembros de la fracción derechista, y no nos
cabe duda de que el foco desde el que se ha difundido el mal puede localizarse
en la cabeza del jefe faccioso. Hay que ser muy idiota para abandonar la
posición del partido, cuando se es o se ha sido un dirigente, sólo para obtener
un argumento. Y esto es lo que ha hecho el aprendiz de caudillo: al tildar al
PCR de “monasterio rojo”, se sitúa en el punto de vista de las masas, en el
punto de vista exterior de quien observa desde fuera el trabajo de la
organización como destacamento de vanguardia. Con esta actitud, él mismo se
desacredita, él mismo se retrata, él mismo se reconoce como indigno miembro de
la vanguardia, ajeno a su punto de vista y capaz únicamente de adoptar el de
las masas, que sólo recibirán la información pertinente en materia de
organización. Hay que decir, entonces, en este punto, que la apariencia de
“monasterio rojo” es sólo eso, simple apariencia, pues, como ya hemos dicho, se
ha realizado trabajo abierto entre las masas, aunque camuflados, por
supuesto. Por lo demás, en todo caso el mote nos enorgullece, porque lleva
implícito cierto respeto por nuestra labor teórica (si los monjes medievales
fueron los depositarios del saber de la época, con este símil se nos reconoce,
de alguna manera, como depositarios del marxismo-leninismo, nuestra labor para
su recuperación y difusión), y porque es síntoma de que hemos estado aplicando
correctamente nuestro trabajo de masas, impidiendo que fuera relacionado
orgánicamente con el partido[40].
Pero no abandonemos todavía el escenario del drama. El
señor Comas permanece aún sobre el tablado. Parece que se niega a salir de
escena sin antes obsequiarnos con una demostración de su amplitud de registros
como actor. Ya nos ha deleitado con sus dotes dramáticas; ahora, viene la
comedia: “Toda la experiencia de estos años debe servirnos…” (ibid.,
pág. 3). Así comienza Comas su pieza cómica. ¡Y en verdad que es para
troncharse de risa si no despertara la mayor indignación! ¿Comas valorando “la
experiencia de estos años” del PCR? ¡¿Pero cuándo ha habido entre Comas y el
PCR un nosotros?! ¡Jamás! ¡Nuestra experiencia y la de este señor son
absolutamente diferentes, completamente ajenas! ¿Por qué se arroga este papel
de juez? ¿Qué se pretende con esta farsa?, ¿por qué se llega hasta niveles tan
miserables de engaño y falsedad? Naturalmente, porque la mentira emponzoña la
verdad e impide que se vea. Pero aquí está. Este espécimen, adaptado a
sobrevivir y a depredar en ambientes políticos de marcado dominio oportunista,
se salió de nuestra organización justo cuando ésta se constituía en PCR, porque
quería construir el Partido en el plazo de un año sobre la base de la redacción
de los preceptivos documentos en los que se plasmaran unas Tesis políticas, un
Programa y unos Estatutos. Naturalmente, nuestra Conferencia rechazó esta
paranoia y él nos rechazó a nosotros, largándose y tildándonos de idealistas y
de izquierdistas (este hombre, como se ve, comenzó su carrera como cómico: pone
plazos para el Partido, ¡y los idealistas son los demás!), se constituyó con su
pequeño grupo local en Organización Comunista y se lanzó a la aventura de la unidad
comunista, primero, con el Frente Marxista-Leninista de España de monsieur
Antonio de Miguel, y, después del fracaso, se dirigió derechito hacia un nuevo
fiasco cuando formó el Comité de Organización desde el acuerdo de unidad de
acción con la Organización Leninista de Cataluña y el Colectivo
Marxista-Leninista de Navarra. Como durante todo este tiempo hizo de cacatúa
del jefe del cotarro en esta empresa, el líder de la OL, de esta experiencia
aprendió, sobre todo, a hacer en adelante de cacatúa del jefe de turno en todo asunto
que fuera menester, siempre y cuando se tratase de figurar con el mínimo
esfuerzo y no fuera demasiado en serio desde el punto de vista de la
revolución. Pasaron los años y se nos presenta, de repente, anunciándonos el
fracaso del Comité de Organización y su deseo de retomar el contacto con
nosotros. Estamos hablando del otoño de 2000, justo cuando comenzábamos los
debates que desembocarían en la Nueva Orientación. Reanudamos el contacto y en
agosto de 2001 nos presenta su autocrítica, pasando a la situación de aspirante,
mientras estudiase, difundiese LA FORJA y tratase de organizar algún núcleo partidario en su
zona. Por supuesto, durante dos años ni difunde, ni organiza nada, y su
relación con la dirección es muy esporádica. Y lo que es más importante para lo
que nos ocupa, tampoco toma parte en los debates que se estaban desarrollando
en torno a la Nueva Orientación. El caso es que en el verano de 2003 ingresa en
el partido por la puerta de atrás (por la vía de los hechos consumados impuestos
por su mentor, que pasó por encima del órgano competente para tomar esa
decisión; ¡así se las gasta este demócrata de pacotilla!). En resumen,
el señor Comas no conoce en primera persona la experiencia de aplicación del
Plan de Reconstitución del PCR durante el periodo crucial –crucial de cara al
balance-debate de la Nueva Orientación– que transcurre entre 1994 y 2000. ¡Y
con este currículum pretende presentarnos él el balance! (aunque no dudamos de
su maestría para hablar de oídas y de cosas que no conoce). ¡Pero si ni
siquiera fue capaz de realizar un diagnóstico sobre el fracaso de la vía reconstrucción-unidad
comunista en la que sí participó! En su autocrítica, Balance-rectificación
de unos años de trabajo de un comunista, sólo se lamenta de sus errores personales
cometidos para con nuestro partido. En este balance, superficial y astutamente
medido, no nos dice nada que no sepamos, ni nos aporta nada que pudiera servir
como lección de provecho para el conjunto de la vanguardia sobre su experiencia
en la aplicación de los preceptos de una determinada vía de recuperación del
Partido Comunista; no nos enseña nada sobre el fracaso, su fracaso, en la
aplicación de la táctica de unidad comunista. Fracaso que es su única y
verdadera experiencia, la única de la que puede hablar con conocimiento de
causa. En este documento, en verdad, hay más crítica hacia nosotros que
autocrítica propiamente dicha. Se trata, más bien, de una autojustificación en
su mayor parte. De hecho, se ratifica en sus errores de fondo, y no oculta sus
discrepancias graves con la Tesis de Reconstitución[41] y
con la visión que el PCR tiene del marxismo-leninismo como Weltanschauung,
como concepción del mundo[42]. Sin
ninguna duda, sería muy aleccionadora la publicación de este documento, pues en
él se encuentra ya gran parte de la munición teórica con la que la fracción
derechista está disparando contra la Nueva Orientación y el PCR. Tal vez haya
que hacerlo. Por el momento, nos conformamos con situar los elementos que
permitan valorar al lector si, en puridad, semejante sujeto, completamente
ajeno a la experiencia práctica de nuestro partido, puede participar, con tono
tan altanero y en los términos que lo hace, en este debate entre el partido y
los sediciosos derechistas. ¡Tragicómico, verdaderamente!
…y confesiones
Con sus chismes y sus patrañas han ido confesando los
renegados de nuestro partido su verdadera intención liquidacionista y su
verdadera posición oportunista. Sólo hemos tenido que ir realizando una lectura
marxista-leninista de su discurso para desvelar lo que realmente oculta. Sin
embargo, en otras ocasiones, esta gente es menos críptica, o más torpe, y se
confiesa abierta, clara y directamente. No repasaremos todas sus confesiones
por lo tedioso del asunto, pero sí indicaremos las más sangrantes. En primer
lugar, el eclecticismo burdo como modo de pensamiento. Más adelante
desentrañaremos otros rasgos y manifestaciones del mismo que requerirán mayor
indagación, pero, en este caso… ¡es tan evidente!:
“[…] no voy a poder recoger aquí lo
positivo que, a mi juicio, hay en la N[ueva] O[rientación], sino que me veo
obligado a concentrarme en la antítesis, en la denuncia de su hilo argumental,
de su esqueleto […]” (ibid., pág. 15).
¡Vaya, vaya! Aquí, parece que la “antítesis” ya no es
“negar absolutamente”, que la “denuncia” desde la crítica no excluye la
síntesis, ni es “antagonismo” ajeno a la unidad de la contradicción, ni juguete
de intelectuales pequeñoburgueses. Nada de eso, ahora es la luminaria de los
practicistas quien se digna a hacer uso de los instrumentos de la teoría;
entonces, todo se trastoca, todo se transmuta, el contacto del santón con la
teoría provoca la transustanciación y la teoría pura ya no le convierte a uno
en “intelectual puro” y, por lo tanto, en burgués; ya no es preciso estar rodeado
de obreros para alejar las nefastas influencias: por una vez, se dispone a
levitar por encima de sus cabezas y a desarrollar la teoría proletaria
(¡agárrense!)…, ¡sin el proletariado! (vid., ibid., pág.
24). ¡Menuda bazofia! Pero, a lo que vamos. La dialéctica, según dice este
encantador de serpientes (¡y en verdad que se ha llevado un buen cesto de
víboras!), es la oposición de contrarios que halla su síntesis en su unidad, en
la unión de lo positivo de cada uno de los aspectos de la contradicción.
Esto es eclecticismo a gritos. En primer lugar, porque la unidad de la
contradicción no es igual a su síntesis. Semejante ecuación de equivalencia
supondría, llanamente, la liquidación del proceso de desarrollo, del
desenvolvimiento de la contradicción, la supresión de la lucha y su
reducción a la sola unidad de los contrarios. En segundo lugar, porque,
derivado de lo anterior, la anulación de la lucha de contrarios como proceso
objetivo permite que el antagonismo pueda ser reducido al momento subjetivo de
cada uno de los dos aspectos opuestos, a mi aspecto. Es esta maniobra de
subjetivación lo que permite que se instale la perspectiva teórica de la
posibilidad del anticipo del resultado de la contradicción agregando en una
síntesis espuria lo que ad hoc se considera positivo de cada uno
de los lados en oposición. Esta positividad –que sí es una
absolutización unilateral de la dialéctica, porque excluye la negatividad,
el antagonismo– sólo puede consistir en lo que de común existe entre ambos
opuestos, en su unidad primigenia (an sich, en sí), en su identidad inmediata,
siendo, de este modo, descartada toda unidad mediatizada como
síntesis, como negación de la negación, como unidad superior (für sich,
para sí). Se trataría, pues, de la liquidación de la dialéctica como principio
de desarrollo, de su reducción subjetivista, la cual prestará un marco teórico
adecuado al voluntarismo, a la tendencia idealista a resolver la contradicción,
casi siempre, como vemos, desde el eclecticismo. Desde el punto de vista
teórico, se trata de la filosofía metafísica del dos hacen uno, de la
unidad externa desde el encuentro de los elementos comunes de los opuestos;
desde el punto de vista político, se trata de la liquidación práctica de la
lucha de clases como principal motor de los procesos sociales, a cambio
de la conciliación de clases. Se trata de la negación del antagonismo entre
las clases y de su solución desde su lucha, a cambio de la búsqueda de lo
que hay de común entre ellas, del respaldo y fomento de su unidad. Además,
como se niega el carácter objetivo de la contradicción y su despliegue real
desde la lucha abierta entre sus opuestos, independientemente de nuestra
voluntad y en función de su propia naturaleza como contradicción específica,
virtualmente se está sustrayendo cualquier papel a la práctica, puesto que todo
quedará resuelto ad hoc en el esférico mundo supraterrenal de las ideas
y su santa, selectiva e interesada voluntad[43].
Todo esto, por último, en cuanto al plano de la
teoría; respecto a la práctica, queda en evidencia, de manera patente, directa
y natural, que este modo de pensamiento ecléctico es el reflejo lógico y
fidedigno de la táctica política que han adoptado los escisionistas, al mismo
tiempo que la fuente intelectual desde la que se justificará y reproducirá en
sus elementos ideológicos. En concreto, como estos señores anteponen lo que
hay de común, lo que conforma la unidad de la contradicción, no les queda
más remedio que, en el terreno de las contradicciones de clase en la sociedad
capitalista, dirigirse allí donde la unidad entre la burguesía y el
proletariado prevalece sobre la lucha entre ellas. Ese lugar no es otro que la esfera
de la producción capitalista, el plano económico donde esa contradicción social
se presenta como oposición entre capital y trabajo. De aquí el llamamiento de
los derechistas a que la vanguardia se oriente hacia las luchas inmediatas, de
ahí la línea de masas sindicalista que proponen, de ahí el entronamiento de la
lucha de resistencia y de la conciencia de clase en sí. De este modo,
mientras se pone el acento en el sector de las relaciones sociales donde la
tendencia dominante empuja de manera irrefrenable hacia la conciliación de los
intereses de clase, hacia el pacto social, hacia la conducción de la lucha sólo
hasta un determinado límite, las esferas de la sociedad donde esa lucha puede
aplicarse de manera intransigente y consecuente hasta el final, hasta la
solución verdadera de su carácter antagónico –las esferas de la política y de
la ideología–, quedan desplazadas y desatendidas.
Pues bien, aunque a nuestro ecléctico farsante le
gustaría coger pizca de aquí y pizca de allá para componer una caricatura de
línea política que le permitiera salir del paso, es imposible, porque la Nueva
Orientación es un bloque compacto y homogéneo cuyas partes constitutivas sólo
casan entre sí. Pero no le importa, en su proyecto de plan de trabajo cabe
todo, todo es posible y abarcable[44].
¿Acaso no hemos impuesto el punto de vista unilateral y subjetivo frente al
mundo?, ¿acaso no hemos impuesto nuestra santa voluntad a la realidad? El caso
es que para la Nueva Orientación no es así: no se trata de un plan centrífugo,
de dispersión de la actividad sin un centro claramente definido que aglutine
toda la labor, es un plan centrípeto de conexión y cohesión paulatina de
esferas de actividad, un plan sensato, acorde con la situación actual de las
relaciones de clase, no un caótico rompecabezas sin ligazón ni unidad. Nosotros
enfrentamos la Nueva Orientación a la línea oportunista de derecha como bloque
teórico-político; no pensamos encontrar en ésta aspectos positivos para
integrarlos en nuestro plan (pues si hay algo atractivo en la forma, será
erróneo en el contenido, y a la inversa), ya que ambos son un todo producto de
sendos e inconciliables intereses de clase con sus respectivas visiones
antagónicas del mundo. Algo, claro está, fuera del alcance del entendimiento
del eclecticismo contumaz, que abotarga la mente de los metafísicos.
Perseveraremos, pues, en la lucha de dos líneas contra la línea oportunista de
derecha hasta alcanzar su derrota completa y su destrucción como línea
política, y perseveraremos en la aplicación práctica de la Nueva Orientación y
en el constante contraste de sus resultados con la crítica marxista, con el fin
de desarrollarla, divulgarla y distinguirla cada vez más de la teoría y la
política burguesas.
En cuanto al partenaire teórico del faro guía de los
derechistas, el señor Comas, como buen althusseriano es estructuralista de
pensamiento, por lo que todo lo relacionado con la dialéctica le es ajeno
(continuaremos comprobándolo), así que necesita cierta ayuda para presentar sus
argumentos al modo dialéctico, aunque sólo sea en la forma. El problema que
tiene es que sólo puede imitar, cual cacatúa, a su mentor, y éste es un
ecléctico redomado:
“Hay que cambiar el concepto de la
relación entre la ciencia y la filosofía, que absolutizan cada una con lo suyo,
cada desviación niega la del contrario. Pero el cambio tiene que ir ligado a la
transformación revolucionaria: a la ciencia habrá que quitarle su ropaje
positivista y a la filosofía su concepción en Sistemas teóricos cerrados. De
esta manera, se conseguirá la superación, el salto cualitativo, lo nuevo
concebido con los elementos progresivos de ambas ‘disciplinas’, para la
transformación revolucionaria, rechazando sus estructuras cerradas y su
sentido clásico contemplativo e interpretativo.” (ibid., págs. 10 y 11.
La negrita es nuestra –N. de la R).
El gran proyecto althusseriano de unificación teórica
ciencia-filosofía en el marxismo (¿por qué no confiesa abiertamente Comas, al
menos a sus nuevos amigos, sus verdaderas intenciones: sustituir el
marxismo-leninismo por Althusser?) conseguido según el método metafísico, con
la varita mágica de la selección, apriorística y subjetiva, de los “elementos
progresivos” de cada una de las dos partes en litigio, y a través del arte de
seleccionar y “quitar” a antojo y de “rechazar” a voluntad lo que (creemos que)
no nos interesa. Aislamos lo “positivo”, lo “progresivo” de aquí, también lo de
allí, lo unimos, ¡y ya tenemos “la superación, el salto cualitativo”! Patética
confesión de eclecticismo y de idealismo subjetivo (estos señores rechazan a
Hegel, el gran idealista objetivo, pero resulta que su pensamiento es
prehegeliano).
Lo peor de todo es que estos enanos mentales no sólo
no han sido capaces de sospechar siquiera de la deriva idealista por la que les
conduce su dialéctica, sino que tampoco se han detenido a reflexionar
sobre el significado y las consecuencias teóricas del uso de términos como “lo
positivo” o “lo progresivo”. Y es que estos conceptos encierran una intención
teleológica, finalista de las cosas, muy a tono, por cierto, con la forma de
pensar idealista[45]. En política, el
finalismo se traduce en fatalismo revolucionario, que es el
sustrato ideológico que sostiene la visión espontaneísta del desarrollo
del proletariado como clase y de su lucha de clases –hermano gemelo de la teoría
de las fuerzas productivas–, y que, como sabemos, han abrazado nuestros
desertores de la Nueva Orientación, es decir, los desertores de la tesis que
defiende que no hay nada prescrito, que todo proceso de construcción
revolucionaria debe ser consciente porque la revolución no obedece sólo a los
mecanismos impersonales de las leyes económicas, porque no es algo
independiente de la voluntad de los hombres[46],
porque lo nuevo no surge de lo viejo espontáneamente, sino que lo nuevo
se construye sobre la base de lo viejo conscientemente. Como se puede
observar, todo va encajando en la deriva derechista y liquidacionista de
nuestros renegados, todos los elementos teóricos y tácticos van acoplándose
poco a poco y la línea oportunista de derecha que van conformando adquiere más
y más nitidez. Más aún. Cada vez van mostrándose con mayor claridad las fuentes
que inspiran esta forma de pensamiento, cada vez va resultando más evidente su
familiaridad con cierta corriente seudomarxista moderna:
“Así pues, la ley de la negación de la
negación es una ley cuya acción está condicionada por el nexo y la continuidad
entre lo negado y lo que niega; a consecuencia de ello, la negación
dialéctica no es una negación huera, ‘inane’, que rechaza todo el desarrollo
precedente, sino una condición del desarrollo que afirma y conserva en sí
todo el contenido positivo de las fases anteriores, repite a un nivel
superior algunos rasgos de los grados iniciales y tiene, en su conjunto, un
carácter de avance, ascensional.” (AA. VV. –Konstantinov, dir.: Fundamentos
de filosofía marxista-leninista. Parte I: Materialismo dialéctico. Ed.
Progreso. Moscú, 1975; págs. 161 y 162. Destacado en cursiva en el original. La
negrita es nuestra –N. de la R.).
Efectivamente, se trata del revisionismo moderno en su
versión soviética, se trata de la escolástica soviética, de la ideología
conservadora y reaccionaria de la burguesía burocrática del denominado campo
socialista del este de Europa, de cuyas ubres han mamado y al calor del
regazo de cuyos aparatos políticos se han criado estos quintacolumnistas
infiltrados en las filas de la revolución. Y, como se puede observar, su
concepción ecléctica y teleológica de la dialéctica coincide plenamente con la
de sus maestros revisionistas en sus conceptos fundamentales. El eclecticismo,
o sea, la negación de la lucha de clases, y la teleología, es decir, la
autojustificación de la propia situación como el resultado necesario e
inevitable del proceso social, son elementos constitutivos del discurso de toda
clase dominante que pretenda mantener las condiciones de su hegemonía, por lo
que no podemos reprochar nada en este sentido a la burguesía soviética –salvo,
claro está, que lo haga bajo el ropaje del marxismo. Pero, ¿qué decir de sus
acólitos occidentales? Hoy en día, desaparecida la burguesía soviética, los
restos supervivientes de su influencia ideológica en el mundo han sido
incorporados en su discurso por un sector radicalizado (por hallarse al
borde de la reproletarización) de la aristocracia obrera con el fin de
expresar, con fraseología revolucionaria, su programa de conciliación de las
contradicciones inconciliables, antagónicas, entre la burguesía y el
proletariado (con el que suplica su no exclusión de la casta de los
privilegiados). Pero pasemos a analizar someramente este pasaje, fiel ejemplo
de la dialéctica revisada por la ortodoxia soviética.
Se trata de la negación de la negación, de la
síntesis superior de los dos opuestos de la contradicción (tesis-antítesis).
Hay que decir que es aquí donde nuestros censores sitúan la polémica, al
acusarnos de que, como “negamos absolutamente”, no puede haber síntesis
posterior (vid., ibid., pág. 17). Ya veremos más adelante, cuando
hablemos de las contradicciones antagónicas y no antagónicas,
qué es esto de negar “absolutamente” (y en esto los soviéticos demostrarán ser
más marxistas todavía que nuestros revisionistas caseros), etc.; pero este
debate se situará en el terreno de la primera negación; ahora, nos encontramos
pisando el de la segunda. Como ya hemos indicado, para nosotros, la dialéctica
de estos señores es falsa, no puede producir progreso, una segunda negación,
sencillamente porque no existe la primera, porque se trata de una dialéctica de
la unidad, no de la lucha de los contrarios: para ellos, de facto –como
queda dicho–, unidad de la contradicción y síntesis en el sentido de negación
de la negación, es la misma cosa. Exactamente lo mismo que hacen los
soviéticos: para definir la segunda negación, se remiten a la primera y,
además, ésta únicamente en lo que tiene de “afirmación” y “conservación”, es
decir, de común, de unidad, con el momento anterior que niega. Además, de paso,
esa “conservación” se refiere al “contenido positivo”, progresivo, que otorga
un “carácter de avance, ascensional” al proceso; es decir, en relación con un
fin teleológico posterior para el que está predestinado que desemboque ese
proceso[47]. La
tergiversación consiste, pues, en primer lugar, en que a la primera negación se
le usurpa su función de crítica, su papel de antítesis, de antagonismo, de
momento de separación y enfrentamiento entre los opuestos, de lucha de
contrarios; a cambio, se le encomienda la búsqueda de la unidad con su
contrario en un acto de subversión lógica sublimado como progreso, como
movimiento “ascensional” hacia el fin preestablecido de antemano. Al parecer,
los soviéticos y sus alumnos, al fin y a la postre, sólo supieron recoger la
dialéctica mistificada de Hegel, su lógica, aún permaneciendo patas arriba,
como la describía Marx. En segundo lugar, se le hurta a la segunda negación, a
la negación de la negación, su cometido de síntesis, de retorno y
búsqueda de esa unidad que cancele, conserve y, a la vez, supere esa
contradicción (Aufhebung), de modo que queda vaciada de contenido. La
verdad es que, muy al contrario, sólo es posible una síntesis superior desde el
desenvolvimiento real, práctico, libre y llevado hasta sus últimas
consecuencias de la lucha entre los opuestos de la contradicción, en cuyo
desarrollo se perfilarán y destacarán los elementos concretos de síntesis que
permitirán la conformación de una unidad dialéctica cualitativamente superior.
No es, por tanto, la negación (antítesis), la que puede conservar “en sí todo
el contenido” que recogerá la unidad superior (síntesis), sino una nueva, constante
y recurrente negación desde el primer momento afirmativo de la contradicción
(tesis). Es este permanente negarse desde la antítesis a la tesis y viceversa,
esta mutua transformación de los contrarios[48], lo
que conforma la lucha que destilará los elementos para la síntesis posterior[49].
La nostalgia por sus orígenes políticos de estos
cachorros del revisionismo soviético revera involuntariamente, a modo de
confesión apasionada, cuando, en su desesperación por “pintarnos de negro”,
sobre todo ante su parroquia –mejor dicho, ante la mentalidad atrasada de sus
parroquianos, cuyo espíritu comparten y sirven gentilmente–, recurren a
argumentos más propios de fajadores que de diletantes en la práctica del
debate. Por ejemplo, como ya sabe el lector, nos relacionan con el marxismo
occidental y, en particular, con Lukács, sólo porque hay similitud en el
nombre utilizado para designar algún concepto. Estos señores no se han
molestado ni se molestarán en demostrar si el contenido de ese concepto es
también análogo; pero no importa, como buenos empiristas, tienen bastante de
nominalistas y de fervor por el poder esotérico de las palabras. Peregrina
operación de analogía ésta. Pero ya hemos hablado de esto, y continuaremos
hablando. De momento, señalaremos que en su afán por estigmatizarnos, han
llevado su peregrinaje más allá, y, después de conducirnos hasta Lukács, han
continuado empujando hasta colocarnos al lado de… ¡Imre Nagy! Saboreemos este
pecado en confesión. Hablando de Lukács, dice el adulador del militante
borrico:
“A mediados de los años 20, acatará la
crítica que le dirigió el Partido Bolchevique, pero, en su vejez, acabará
colaborando con el gobierno contrarrevolucionario húngaro de Imre Nagy y apoyando
a los ‘disidentes’ de la URSS y de Europa Oriental.” (1ª T-“D”, pág. 18).
Este argumento, impensable en los tiempos que corren
salvo para oportunistas montaraces, es una obra maestra de manipulación desde
el conocimiento de los supuestos mentales del público al que va dirigido. Como
éste es de su escuela e inconscientemente está dispuesto a aceptar la maldad
de los “contrarrevolucionarios” húngaros y de los “disidentes” soviéticos,
también inconscientemente identificará la bondad de sus enemigos (mejor
dicho, de sus contrincantes, pues la historia ha demostrado que eran
fracciones de la misma clase burguesa), es decir, ¡los Janos Kadar, Jruschov,
Breznev y demás ralea anticomunista! Esta maniobra alimenta mitos revisionistas
como el de una Unión Soviética socialista hasta la traición de
Gorbachov, y otros por el estilo[50].
Pero no importa qué precio pagar con tal de armar un argumento contra nosotros,
aunque sea a costa de la educación comunista de los obreros. Con este tipo de
prácticas, el jefe traidor muestra su verdadero rostro de manipulador político
compulsivo, su desprecio olímpico por la formación y elevación de sus camaradas
y, por extensión, de las masas en general, su oportunismo recalcitrante guiado
por los intereses personales ante los que no duda ofrecer cualquier sacrificio
(ya sea la línea del partido, ya la ideología comunista) y su desapego hacia
todas las conquistas de la vanguardia obtenidas, precisamente, tras la crisis y
caída de ese revisionismo cuya época dorada tanto añora.
Si la primera confesión abierta nos ilustraba sobre la
talla intelectual de este personaje y de sus seguidores, y la segunda nos ha
permitido conocer la verdadera procedencia de su inspiración política, además
de que nos avanzaba alguna información sobre la calidad de su comportamiento
ético, otras más nos corroborarán la real catadura moral de este engendro que
quiere postularse como guía para el proletariado.
Hablando de la Nueva Orientación y tratando de
exculparse de la acusación –que nosotros le dirigimos y continuaremos
dirigiéndole– de “haber obstaculizado la aplicación de su política” dice el
cabecilla apóstata: “Lo cierto es que la apliqué con convencimiento en todos
los campos, excepto en eso de la ‘reforma del pensamiento’” (ibid., pág.
16). La piedra de toque de la Nueva Orientación es la lucha contra la ideología
burguesa en todos los ámbitos, incluido el personal. No hay Partido Comunista
sin ideología comunista; ésta, por su parte, debe ser reconstituida, y no hay
reconstitución sin revolucionarización del estado actual de la conciencia de la
vanguardia dominada por el revisionismo, comprendida ésta tanto en su sentido
colectivo como individual. En un proceso de estudio, crítica y lucha de dos
líneas –y de construcción en paralelo de los vínculos políticos y organizativos
que permitan su desarrollo–, la vanguardia se transformará hasta alcanzar la
posición que le permita dirigirse a la conquista del movimiento de masas. En el
plano individual, formar parte de este proceso requiere un esfuerzo de
autocrítica consciente de nuestra visión del mundo burguesa y de desarrollo de
la asunción de la concepción del mundo proletaria; es decir, se requiere
precisamente lo que se niega a aceptar el farsante, muy a gusto con su modo de
vida y de pensamiento burgueses, la “reforma del pensamiento” (expresado según
su espíritu pusilánime y siempre correctamente moderado; nosotros
preferimos hablar de revolucionarización de las conciencias). En
consecuencia, nadie puede decir que se “aplica” en todos los campos cuando
reconoce que, al menos, rehuye una tarea; nadie puede decir que colabora “con
convencimiento” cuando esa tarea resulta ser, además, la principal y la que da
sentido al conjunto del Plan. Sobre todo cuando más adelante se queja de
sentirse “oprimido” por los objetivos de la Nueva Orientación (ibid.).
Probrecillo… ¡y ante el Comité Central decía que lo que le oprimía era su vida
familiar! Pero de toda esta farsa nos enteramos ahora, ingenuos de nosotros. Es
ahora cuando, ante tan clara confesión, comprendemos que este taimado mentiroso
estaba al acecho, aceptando sólo de palabra los acuerdos aprobados democráticamente
por la Conferencia del partido, “aplicándose” en una colaboración formal para
atrincherarse en su posición en la dirección, mientras disimuladamente esperaba
la oportunidad para orquestar un contraataque contra la Nueva Orientación. Y,
en efecto, él mismo, con el apoyo de una minoría de la dirección, creó las
condiciones para ello y, finalmente, provocó ese contraataque reaccionario
contra el partido que, como se está demostrando, perseguía la liquidación
completa de su línea política proletaria y de su constitución como destacamento
de vanguardia comunista.
Lo mejor de las confesiones es que lo son. Lo peor es
cuando se hacen con candidez, porque eso demuestra que no se tiene conciencia
del pecado cometido. Lo peor de un Judas es no sufrir el tormento del
remordimiento: después de todo, a Iscariote le redimió el suicidio. Sin
embargo, como se dice, la ignorancia es atrevida, y el necio, en un acto
característico de negligencia intelectual, puede trastocarlo todo sólo con
atreverse a pisar el escenario del drama y ejercer el papel de narrador. El
cándido, entonces, se convierte en histrión, y éste troca la tragedia en mofa:
“La ruptura de las relaciones sociales
en las que el militante comunista se halla inmerso puede llegar a justificarse
en momentos revolucionarios álgidos, cuando la sociedad entera se siente
sacudida por los ‘dolores del parto’, pero no en períodos como el actual, en
que predomina lo evolutivo, el desarrollo cuantitativo del movimiento social
del proletariado.” (ibid., pág. 16, en nota).
Justificando la propia traición por el método de
elevar tan ignominioso comportamiento hasta las cumbres de la aséptica teoría,
el renegado ha conseguido fundar una nueva profesión de fe; en su huida de la
revolución y del hedor a traición que le persigue, el renegado ha proclamado su
nuevo manifiesto evolucionario: acoplarse a las circunstancias es el
criterio; el oportunismo y la política de la menor resistencia la línea a
trazar. Que el creyente de la nueva buena evolucionaria no ose emerger
“de las relaciones sociales en las que se halla inmerso” para independizarse de
ellas y organizarse aparte con el propósito de desarrollar actividad
revolucionaria. ¡Nada de profesionales de la revolución! ¡El ¿Qué hacer?
a la hoguera! Sólo lo que permitan “las relaciones sociales en las que nos
hallamos inmersos”, sólo el profesional evolucionario posible, el
funcionario del sindicato burocrático reaccionario de turno… ¡Lo último en
marxismo-leninismo: las masas delante, la vanguardia por detrás! ¡Qué
vergüenza! Este esperpento de “militante comunista” ha convertido el marxismo
en teoría de retaguardia. ¡Cuánta entrega! Hasta que las masas del proletariado
no se muevan, él confiesa que tampoco. ¡Cuánta generosidad! No se involucrará
si antes el proletariado no le ha garantizado un proceso revolucionario en
marcha. Entonces sí, entonces se desembarazará de esas “relaciones sociales”
que le ahogan y romperá las cadenas de su modo de vida burgués: dejará
las horas extras –que le han convertido en una “máquina de hacer dinero”–,
despedirá a la asistenta polaca sans papiers, dejará de preocuparse de
la hipoteca de la segunda residencia y de si las niñas pueden asistir al
elitista Liceo Francés, y se deshará por fin de la arpía (¡que bajo toda esta
mierda “se halla inmerso” este renegado, que entre toda esta basura de
compromisos con la forma de vida burguesa se hallan ocultas las verdaderas
razones de su traición! –por eso experimentaba la presión proletaria y la
vigilancia revolucionaria del Comité Central como “opresión”).
Marx escribió: “Solamente en un orden de cosas en el
cual no existan clases ni antagonismos de clases las evoluciones sociales
dejarán de ser revoluciones políticas”[51]. La
vanguardia siempre tiene algún objetivo revolucionario. El estado de la lucha
de clases en general y, en particular, su posición en relación con el
movimiento obrero, le indican el tipo de obstáculos que debe superar para
alcanzar la posición idónea como resorte de la revolución. Que el movimiento de
masas esté en calma chicha, que las masas sólo respondan a la resistencia y no
tengan oídos para la vanguardia revolucionaria, no significa que no existan
ámbitos individuales y sociales de menor
escala que sea preciso y necesario revolucionar para crear las
condiciones para el “parto” revolucionario. La crítica de “las relaciones
sociales en las que el militante comunista se halla inmerso” –anterior a la
salvadora “sacudida” espontánea de las masas, si es que ésta tiene lugar– es
uno de esos ámbitos, es decir, la revolucionarización de nuestra actitud individual
hacia la presión del modo de vida burgués, que nos impide formarnos como
cuadros proletarios, como tribunos del comunismo; otro, la lucha por la
reconquista por parte del pensamiento comunista revolucionario de la posición
de teoría de vanguardia, perdida hace muchas décadas por obra y gracia de
gentuza como la que hoy nos ocupa, es decir, la revolucionarización de las
actuales relaciones en el seno de la vanguardia. Sin estas revoluciones
jamás tendrá lugar el salto cualitativo en ese “desarrollo cuantitativo del
movimiento social del proletariado”. Éstas son las tareas revolucionarias, hoy.
Lo demás es cobarde mezquindad, la negación de todo horizonte en las luchas que
se pretenda emprender y la espera sin esperanza. Como cuando al traidor sibilino
y mentiroso increpó el romano irritado, se dirigirá el obrero consciente,
finalmente, al ensoberbecido cabecilla evolucionario:
Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?
[1] El nuevo formato de LA FORJA fue acordado por el Comité Central meses antes de la crisis, en virtud de ciertas novedades en la asignación de funciones de los organismos del partido derivados de la aplicación de la Nueva Orientación. También en esto, pues, nosotros somos los herederos y continuadores del PCR, los únicos continuadores de su plan político originario, mientras la fracción va liquidando instrumentos y objetivos políticos o, en según qué temas, persiste en permanecer anclada en visiones nostálgicas del pasado superadas por la propia marcha de nuestra evolución política.
[2] Esta renuncia es muy importante en cuanto a sus consecuencias, porque se impone inmediatamente la pregunta de con qué teoría de vanguardia van a ir estos señores a las masas. Como, para ellos, la reconstitución ideológica (o, con sus palabras, la “asunción del marxismo-leninismo”) no es el necesario punto de partida, sino un resultado, entonces, mientras tanto, el trabajo sólo puede estar inspirado teóricamente en una concepción dogmática de la doctrina (un supuesto marxismo ortodoxo) o en el puro pragmatismo político; o ambos a la vez, que, conociendo el percal, es más que plausible.
[3] Gramsci, A.: Introducción al estudio de la filosofía. Ed. Crítica. Barcelona, 1985; pág. 115. Como ya señalábamos en LA FORJA nº 30, en gran parte, el debate positivismo-historicismo en el marxismo es espurio. No hay duda de que no hay marxismo sin ciencia, pero tampoco puede ser reducido a una ciencia o a la ciencia en general. La Nueva Orientación aborda este problema en su segunda parte (de próxima publicación), aspirando a aportar el punto de vista correcto.
[4] Lenin, V. I.: Anotaciones al libro de Bujarin; en Bujarin, N.: Teoría económica del periodo de transición. Ed. Pasado y Presente. Buenos Aires, 1974; pág. 196.
[5] Cf. Marx, Engels, Lenin: Concepto comunista de moral. Ed. APN. Moscú, 1974; pág. 31.
[6] En 1ª T-“D”, pág. 15, el cabecilla sedicioso también nos reprocha –¿cómo no, viniendo del apuntador?– un supuesto “odio hacia la clase”. Naturalmente, se trata de una descontextualización más de algo que surgió en un debate en el que, al menos, él sí estuvo presente, aunque, como se ve, más in corpore que in spiritu. En LA FORJA nº 30, ya fijamos nuestra posición al respecto señalando que odiamos a los dirigentes obreros que quieren perpetuar la condición de clase de las masas proletarias, tal cual el susodicho cabecilla. Entiéndase: odiamos las condiciones de existencia a las que el capital somete a la humanidad, odiamos el modo de vida mediocre del obrero medio aborregado, tanto como el modo de vida burgués al que aspira nuestro jefecillo; odiamos a quienes dicen y proponen como principio ético –y de aquí surgió la polémica– el “amor a la clase obrera”, del que hablaba nuestro adulador de las miserias morales del obrero medio, porque, entonces, entendemos que se desea que no desaparezca como tal clase y, en consecuencia, que no desaparezcan ni la opresión ni la explotación. Finalmente, opusimos a este postulado, ya puestos en plan sentimental, el “amor a la humanidad”, entendida ésta, claro está, en sentido abstracto, como especie, no como conjunto social históricamente determinado y organizado en clases (¿por qué esto no lo dicen?), porque se ajusta más y mejor a los motivos y los objetivos del marxismo.
[7] Naturalmente, en esto existe otra interpretación, la oportunista, la reformista y reaccionaria: que las luchas obreras consecuentes, dirigidas por sindicatos o sindicalistas honestos, son formas independientes del movimiento obrero; en otras palabras, que la conciencia en sí no es una forma de conciencia burguesa, sino una forma independiente de conciencia proletaria, digámoslo así, su forma espontánea, pura. Esto supone negar la tesis leninista de que sólo existe una forma de movimiento y de conciencia proletarios independientes, los forjados en el socialismo científico, los revolucionarios; supone negar la tesis leninista –que está en la base de esto– sobre la escisión histórica del movimiento obrero en dos alas, tesis que nuestros abjuradores han repudiado en la práctica para ir a beber al abrevadero economicista-menchevique de Harnecker y cía.
[8] La eliminación de La Forja como órgano clandestino de propaganda comunista es una prueba palmaria de ello, además de un paso más en el derrotero liquidacionista en el que se ha embarcado la fracción antipartido.
[9] Vid., El partido revolucionario del proletariado y las tareas actuales de los comunistas, en LA FORJA, nº 27. Agosto, 2003; págs. 26 y ss.
[10] Lenin, V. I.: Obras completas. Ed. Progreso. Moscú, 1987. 5ª edición. Tomo 46, págs. 239 y 240 (La negrita es nuestra –N. de la R.).
[11] Stalin es quien primero y mejor expresa la unilateral síntesis bolchevique del partido leninista que terminará prevaleciendo una vez instalados los comunistas en el poder, cuando la presión para la masificación del partido aumentó cualitativamente en comparación con los periodos precedentes y, con ella, las condiciones para ceder a la tentación organicista del partido de masas. En sus Fundamentos del leninismo, entre otras inconsistencias (vid., El partido revolucionario del proletariado, págs. 28-33), el georgiano define al Partido como “organización central” por oposición al resto de organizaciones obreras “sin partido” a las que dirige “en una misma dirección” (Stalin, J.: Obras. Ed. VOSA. Madrid, 1984. Tomo VI, pág. 185). Para esta época (1924), el aparato de dirección del Estado y de las bases del partido había desplazado completamente toda posible visión de una “cadena de eslabones” que recogiera y reuniera todo el movimiento revolucionario de masas, en la que la “organización central” sólo fuera uno de sus extremos y en cuyo intermedio nunca existiese esa muralla china que posteriormente fue levantada. El triunfo de la concepción organicista fue, así, sellado, y del partido bolchevique pasó a la Komintern.
[12] Lenin, V. I.: O. C., t. 6, pág. 80.
[13] La exageración reduccionista de la “organización central” en Comité Central, que se nos atribuye incomprensiblemente, está fuera de la lógica de nuestra visión del Partido, pero, en cambio, no es más que una cuestión de grado para la de nuestros inquisidores. Efectivamente, sólo depende del desarrollo cuantitativo del partido que la organización central esté formada por varios organismos y comités o, simplemente, por un solo comité (o sea, el comité central).
[14] “El Partido es una suma de organizaciones vinculadas en un todo único. El Partido es la organización de la clase obrera, ramificada en toda una red de organizaciones de todo género, locales y especiales, centrales y generales.” (Lenin, V. I.: O. C., t. 24, pág. 35).
[15] En enero de 1905, Stalin, comentando el debate sobre el artículo primero de los Estatutos del Congreso de 1903, dejó claro que la insistencia de Lenin en definir quién era miembro del partido como alguien que participara en la actividad de alguna de sus organizaciones obedecía a una visión del Partido que se basaba en “una organización centralizada y no [en] un conglomerado de individuos.” (Stalin: Obras, t. I, pág. 69).
[16] “El Partido está donde la mayoría de los obreros se ha agrupado en torno a las decisiones del Partido, que dan respuestas coherentes, sistemáticas y exactas a los problemas más importantes. El Partido está donde la unidad de estas decisiones y la voluntad única de aplicarlas honestamente han cohesionado a la mayoría de los obreros conscientes.” (Ibídem, págs. 88 y 89). Lo importante, pues, no es tener el carné, dilucidar la no siempre fructífera cuestión de quién es miembro de alguna de las organizaciones partidistas (lo que no quita que este criterio juegue su papel y deba ser tenido en cuenta), sino comprobar qué sectores de las masas aplican la política de la vanguardia para delimitar el movimiento revolucionario, los contornos sociales del Partido Comunista.
[17] Para conocer los principios en los que se basa la posición del PCR en este asunto, vid., Entre dos orillas, en LA FORJA, nº 16. Febrero, 1998; pág. 22.
[18] Para comprender mejor la base filosófica empirista (burguesa) que sostiene este concepto inmediato de realidad, vid., La desviación de derecha en el seno del movimiento comunista internacional, en LA FORJA, nº 27, pág. 17 y ss.
[19] “Pero el capitalismo se trocó en imperialismo capitalista únicamente cuando llegó a un grado determinado, muy alto, de su desarrollo, cuado algunas de las características fundamentales del capitalismo comenzaron a convertirse en su antítesis.” (Lenin, O. C., t. 27, pág. 404).
[20] Por ejemplo, la visión del mecanismo de progreso de la Revolución Proletaria Mundial, que en el Manifiesto de 1848 se vislumbra como un proceso mundial y que a partir de 1925 se contempla alrededor de revoluciones nacionales, ¿no supone un cambio de modelo, de percepción teórica de los procesos sociales, la sustitución de un paradigma revolucionario por otro contrapuesto, irreductible a aquél, no es su negación?; y el empeño, por parte de Trotski, en permanecer utilizando como guía el modelo de 1848, incluso después de 1925, ¿no es un evidente “síntoma de reformismo”?.
[21] La fracción derechista se considera “ya vanguardia” y cree que sólo podrá desarrollarse como tal “y producir una teoría que realmente sea de vanguardia”, si se vincula “con la clase revolucionaria en sus más diversas expresiones” (1ª T-“D”, pág. 23). Al mismo tiempo se plantean como tarea imprimir al movimiento obrero “la conciencia que le falta” (ibid., pág. 22). Pero, ¿qué conciencia le faltaría si ya es una “clase revolucionaria”?, ¿qué teoría revolucionaria se precisa “producir” como vanguardia si la clase “revolucionaria” ya está en marcha? De este tipo de incongruencias ya advertía el joven Kova en los primeros tiempos de la polémica contra los mencheviques: “Si son la masa misma y su movimiento espontáneo los que nos dan la teoría del socialismo, no hay por qué preservar a la masa de la influencia nociva del revisionismo […].” (Stalin: Obras, t. I, pág.56). Efectivamente, si el movimiento espontáneo genera el “embrión” de la conciencia revolucionaria, entonces, el proceso de toma de conciencia de las masas consiste en su elevación hacia niveles ideológicos superiores, supuestamente, los del socialismo científico, elaborado fuera por intelectuales. En este caso, la vanguardia sólo tiene que “despejar” ese camino de elevación luchando contra el revisionismo, etc. Pero esto es absurdo, como bien señala Stalin. Desde esta tesis, la elaboración externa de la teoría, la organización de la vanguardia en torno a ella y la misión de aportarla al movimiento pierde todo su sentido por superfluo. Lo que realmente defiende el marxismo-leninismo es que el movimiento espontáneo genera conciencia burguesa solamente, por lo que sí se justifica la elaboración de la teoría fuera y su introducción con el fin de revolucionar, de transformar (elevar no es suficiente) la conciencia espontánea del movimiento de masas. Esta transformación implica fusión teoría-práctica (inconcebible desde el otro planteamiento, que contempla el desarrollo ideológico como una permanente proyección mecánica desde la práctica hacia la teoría), es decir, transformación continua de la teoría (éste es el verdadero fundamento del desarrollo del marxismo-leninismo como teoría de vanguardia) y de las condiciones políticas del proletariado en su lucha de clases. Por otro lado, el planteamiento mecanicista deja en evidencia la confusión existente entre la noción de posición social del proletariado como clase y la de clase revolucionaria. Como espontaneístas consecuentes, los derechistas identifican ambos conceptos; es decir, para ellos, es la posición social del proletariado la que le determina como clase revolucionaria, lo cual es falso: se necesitan unas cuantas cosas más para que la posición social se traduzca en disposición revolucionaria. Son esas cosas las que, en último término, explicaron y motivaron la Nueva Orientación, y las que hoy explican y motivan todo este debate.
[22] Para evitar interpretaciones malintencionadas y demagógicas, diremos que esto no debe entenderse, naturalmente, a la manera economicista con la que lo llevó a la práctica, por ejemplo, el VI Congreso de la Komintern, cuando se conminó a las secciones a crear sindicatos comunistas aparte de los sindicatos obreros reformistas. Esto supone confundir un concepto, una visión del proceso a escala histórica, con la táctica política. La construcción del movimiento comunista como movimiento independiente del movimiento obrero general no significa que la línea de masas comunista, base de esa construcción, no se dirija también al movimiento obrero espontáneo; pero tampoco es su alma mater.
[23] El estudio de la experiencia bolchevique en la construcción del partido revolucionario nos condujo a la conclusión de que uno de los resultados más elevados de la misma consistió en erigir el principio de escisión como eje de construcción político-organizativa, frente al viejo principio de unidad de acción –al que, por cierto, se agarran aún los comunistas de hoy, y que nuestros renegados de la lucha intransigente contra el oportunismo han redescubierto– propio del partido obrero clásico (vid., Entre dos orillas, págs. 2-6). Sólo este principio puede servir de base al mecanismo de lucha de dos líneas como motor de desarrollo del Partido, a favor del cual se pronuncia el marxismo-leninismo consecuente.
[24] Los renegados, en su eclecticismo, nos acusan de oponer “absolutamente” la conciencia en sí y la conciencia para sí del proletariado, como si se tratara de contrarios excluyentes (1ª T-“D”, pág. 22, en nota). Es falso. Su concepción metafísica del mundo les impide comprender la dialéctica que se esconde en esa oposición, por lo que, para resolverla, sólo pueden aplicar su método ecléctico basado en reducir toda contradicción a su unidad. El método dialéctico de estos señores es como la noche, en la que todos los gatos son pardos. Todo se somete al mismo rasero dogmático de salvaguardar el principio de unidad, a costa del análisis concreto, a costa de dilucidar qué aspecto de la contradicción es en cada momento el principal, a costa de comprender las tareas, etc., a costa del marxismo, en definitiva. La Tesis de Reconstitución que orienta al PCR señala que el Partido Comunista es la fusión entre las dos formas de conciencia del proletariado, y que se produce a través de la fusión de la vanguardia teórica y la vanguardia práctica. ¿En qué consiste el mecanismo dialéctico? La Nueva Orientación lo plantea en los siguientes términos: del movimiento obrero se proyecta, se escinde, un sector de vanguardia que se enfrenta a él como antítesis, como negación de sí mismo (este momento lógico, este momento de negación, es lo que constituye la esencia del momento político actual, su aspecto principal, que dicta las tareas más urgentes); la lucha de contrarios entre ambos (lucha de clases en todos los escenarios) permite la transformación del movimiento de resistencia del proletariado y su elevación hacia la posición política de la vanguardia, produciéndose, con ello, la fusión, la síntesis, el retorno para sí mismo del movimiento obrero ya como movimiento revolucionario. Como se ve, en este planteamiento sí existe unidad de contrarios, mientras que nuestros metafísicos no pueden ofrecernos más que una relación externa entre elementos de cuyo desenvolvimiento no saben darnos más explicación que la consabida fórmula mecanicista de la evolución gradual desde la conciencia obrera pura, natural, hasta la conciencia obrera revolucionaria. Por ejemplo, en el lugar que señalamos, el fraude llega a ser patente. El caudillo de los mediocres, metido a teórico, llega a insinuar que la propaganda comunista debe consistir en “demostrar el vínculo entre huelga y revolución, entre piquetes y dictadura del proletariado”. Voilà, la teoría espontaneísta de la revolución!: ¡de la huelga general revolucionaria a la conquista del poder! Todo es uno y el mismo camino. Pues bien, esta tesis hace mucho que fue superada por las enseñanzas de la lucha de clases del proletariado. El PCR la ha combatido desde la tesis correcta de la guerra popular como vía de acceso al poder. Renegar de ésta y retornar a aquélla, además de suponer una nueva demostración del carácter retrógrado y reaccionario del proyecto que está proponiendo la fracción derechista, es indudablemente “síntoma de reformismo”.
[25] Vid., Lenin: O. C., t. 6, págs. 127-134.
[26] Ibídem, pág. 134. La desorientación de nuestros oportunistas es tal que han extendido el coqueteo izquierdista con el anarquismo hasta el trotskismo. Efectivamente, si se trata de participar en un único “movimiento real” y la obra de la vanguardia sólo se distingue del oportunismo por el contenido de su mensaje teórico y político, pero no por la conformación organizativa de otro “movimiento real”, distinto y contrapuesto, no simplemente como corriente organizada en el seno del movimiento obrero, del partido obrero, sino como tal movimiento independiente, entonces el Partido puede ser asimilado a la fracción organizada en el interior del movimiento obrero, tal cual el entrismo trotskista. De hecho, ésta es la táctica que aplican todas las organizaciones autodenominadas marxistas-leninistas, todas absorbidas por el culto al “movimiento real” de las masas, todas ejerciendo de fracción dentro del movimiento de resistencia, todas organizadas según el estilo de trabajo trotskista.
[27] Esto ocurrió con el Bloque Marxista-Leninista de Bélgica, tras su lectura del documento que presentamos al Seminario Comunista Internacional de Bruselas, en 2003. Pero este texto no estaba dedicado exclusivamente al concepto de Partido y faltaban algunos elementos teóricos de conexión imprescindibles para la cabal comprensión de nuestra posición. Aún así, el Bloque mostró su talante publicando nuestro documento con una nota crítica (PCR –Espagne: Le parti révolutionnaire du prolétariat et les tâches actuelles des communistes. Komintern.doc. Bruselas, 2003 [consulta: 10/05/04] ‹http://www.geocities.com/komintern doc/komintern023.htm›) y dando ejemplo de consecuencia y sensibilidad ante el debate. Algo de lo que no puede presumir todo el mundo, como los anfitriones en aquel evento ni sus nuevos amigos, nuestros aspirantes a estableros de Augias del revisionismo. En cualquier caso, la exposición que aquí ofrecemos sobre el Partido como movimiento político aparte y diferente del movimiento obrero de masas ayudará a aclarar cualquier malentendido que se pudiera haber producido en aquel sentido.
[28] Perottino, Serge: Garaudy. EDAF. Madrid, 1975; págs. 103-107.
[29] Ibídem, pág. 104.
[30] La zafiedad discursiva de los ideólogos liquidacionistas es tal que nos muestran abiertamente sus miserias intelectuales y morales. Así, el jefecillo organizador del cotarro derechista dice que “la posición ideológica” viene determinada “por la existencia o posición social actual” (ya veremos próximamente las consecuencias que acarrea el identificar existencia y posición social desde el punto de vista del marxismo), y después añade: “Muchos de nosotros mismos, en nuestra existencia económica, somos parte de la aristocracia obrera.” (1ª T-“D”, pág. 23). Es decir: si la ideología depende de la existencia, y su existencia es la de la aristocracia obrera (y, en su caso particular, muy destacadamente), se está reconociendo que la ideología que profesan es la de esta fracción reaccionaria de la clase proletaria. ¡No nos extraña que tengan mala conciencia!
[31] Marcuse, Herbert: El marxismo soviético. Ed. Alianza. Madrid, 1971; págs. 36-38.
[32] Con esta afirmación no queremos decir, por supuesto, que esos episodios no hayan tenido un carácter revolucionario, sólo que han sido protagonizados por una clase trabajadora bisoña en lo ideológico y en lo político, y en una época, además, en que aún eran posibles semejantes gestas por tratarse del ocaso de la burguesía revolucionaria, época en la que esta clase exhala sus últimos estertores, de modo que el proletariado se incorpora a su movimiento político a la vez que incorpora para su bagaje ideológico esas experiencias. Además, ocurre que se trata de episodios revolucionarios espontáneos, en los que las masas trabajadoras no están guiadas por el socialismo científico, pues éste no era todavía la teoría de vanguardia, no había aún conquistado la hegemonía ideológica del movimiento obrero.
[33] Este es el sentido del concepto de totalidad marxiano que Comas es incapaz de entender en toda su dimensión, y se niega a ello porque tiene sus orígenes en Hegel. Esta obcecación le imposibilita para comprender el marxismo. Próximamente, lo demostraremos.
[34] Los necios entienden la actividad política práctica sólo en función “de las necesidades de la lucha de clases” (1ª T-“D”, pág. 6), interpretando ésta como “luchas de actualidad” (ibid., pág. 11). ¿Puede representarse mayor acto de servil genuflexión ante el movimiento espontáneo de las masas? La política no la dictan las masas, la política la dicta la vanguardia desde la adaptación de las necesidades del movimiento revolucionario a las posibilidades del escenario real de la lucha de clases en forma de plan de tareas políticas. Como los necios no entienden esto, nunca comprenderán que la lucha de clases en el campo ideológico como tarea principal es la política que obedece a la “lucha actual” que “necesita la lucha de clases” del proletariado.
[35] Lenin: O. C., t. 6, pág. 26.
[36] “En cuestiones de marxismo la ortodoxia se refiere exclusivamente al método. Esa ortodoxia es la convicción científica de que en el marxismo dialéctico se ha descubierto el método de investigación correcto, que ese método no puede continuarse, ampliarse ni profundizarse más que en el sentido de sus fundadores. Y que, en cambio, todos los intentos de ‘superarlo’ o ‘corregirlo’ han conducido y conducen necesariamente a su deformación superficial, a la trivialidad, al eclecticismo.” (Lukács, Georg: Historia y consciencia de clase. Ed. Sarpe. Madrid, 1984. Vol. I, pág. 74). El problema, en Lukács, es doble: por un lado, nos ofrece una clave del marxismo que a su vez necesita de otra clave. ¿Qué significa, a priori, independientemente de la práctica, es decir, a la manera doctrinal pura, ortodoxa, continuar el marxismo “en el sentido de sus fundadores”? Por otro lado, Lukács identifica el sustrato último del marxismo con un método de análisis del mundo, lo cual no es más que su simplificación positivista, su conversión en una sociología (como bien percibió Gramsci respecto de otros teóricos de la época, como Bujarin –vid., Gramsci: Op. cit., pág. 105 y ss.), en instrumento para conocer el mundo, pero no para transformarlo.
[37] “La ortodoxia no debe buscar en este o aquel seguidor de la filosofía de la praxis, en esta o aquella tendencia ligada a corrientes extrañas a la doctrina original, sino en el concepto fundamental de que la filosofía de la praxis ‘se basta a sí misma’, contiene en sí los elementos fundamentales para construir una concepción total e integral del mundo, una filosofía y teoría de las ciencias naturales con carácter de totalidad, y no sólo para eso sino también para dar vida a una organización práctica integral de la sociedad, esto es, para convertirse en una civilización total, integral. Ese concepto así renovado de ortodoxia sirve para precisar mejor el atributo de ‘revolucionario’ que suele aplicarse con tanta facilidad a diversas concepciones del mundo, teorías, filosofías.” (Gramsci: Op. cit., págs. 111 y 112). ¡El ortodoxo como paradigma del revolucionario! ¿No era éste el objetivo de la búsqueda de Luis Comas en los 90?; ¿no comparte ahora la fracción de renegados como proyecto esta vieja nueva? ¡Luis Comas de la mano de su denostado “socialista humanista” Gramsci!, ¡los renegados de la mano del marxismo occidental! Respecto a la idea gramsciana de ortodoxia, también es ambigua y deja pendiente la localización y definición de “los elementos fundamentales”, además de su posicionamiento sobre si lo categórico en el marxismo, su ortodoxia, radica en que se trata de “una concepción total e integral del mundo” inamovible, lo cual chocaría directamente con lo que nosotros sí consideramos que es un principio absoluto que rige el marxismo: su carácter revolucionario, su permanente estado de revolucionarización teórica (¿hay algo más absurdo que una teoría revolucionaria estática, monolítica u ortodoxa, que no experimenta la revolución ella también como teoría?) y práctica. Se trataría, entonces, de que en su desarrollo el marxismo cambia y de que, en cada momento, es preciso definir los límites de esa transformación, los límites a partir de los cuales el marxismo deja de ser marxismo y se convierte en revisionismo. Pero esto no se puede establecer de antemano, de una vez por todas, desde la salvaguarda de una supuesta ortodoxia; al contrario, lo decide la práctica de la lucha de clases y de la lucha de dos líneas.
[38] Stalin (Fundamentos del leninismo, 1924) y Zinoviev (El leninismo, 1925) fueron los primeros en presentar el pensamiento de Lenin como un bloque homogéneo y acabado de tesis teóricas y tácticas. Desde luego, éste es el planteamiento que otorga mayor radio de acción a la noción de ortodoxia, el que permite abarcar y fijar más elementos de la doctrina; asimismo, puesto que esos elementos son doctrinales y están formulados y muy definidos, es el punto de partida sobre el que mejor puede instalarse una dogmática y una escolástica.
[39] El caso de Abo es sintomático de lo que ha ocurrido en el conjunto de la organización: primero, el fracaso en el trabajo de masas tradicional, y, segundo, la dificultad en asumir la rectificación pertinente debido a la escasa formación ideológica. Finalmente, los más atrasados optaron por no aceptar las consecuencias del fracaso y secundar a los cabecillas renegados por puro seguidismo, guiado por la amistad u otro apasionado criterio ajeno, desde luego, a los intereses del proletariado.
[40] Lo peor de los necios es que lo son y enseguida lo evidencian. Veamos. Si el partido se identifica con lo que realiza abierta y directamente, de modo que nos olvidamos de la labor de otros organismos porque no aparentan serlo –posición que ha adoptado el idiota creyendo que desde ella su crítica genial nos destrozaría –, y si la teoría, a la que parece se ha reducido “casi exclusivamente” nuestra actividad, es producción exclusiva –como así lo ha sido, efectivamente– del Comité Central, entonces, ¿no supone esto identificar, de hecho, al partido con el Comité Central? He aquí la visión organicista del Partido en su expresión más elevada; he aquí los necios desenmascarados como mentirosos.
[41] La crítica que realiza a nuestra tesis del Partido desde el doble prisma del “partido abierto” (guiándose del punto de vista organicista-estaliniano, tilda nuestra visión del Partido como de partido de masas, o sea que, según él, confundimos Partido y Clase) y de la “estructura cerrada” (nos acusa de estrechismo conspirativo y afirma que la organización ilegal no es un principio estratégico de construcción del Partido) demuestra su absoluta incomprensión de la naturaleza del partido de nuevo tipo proletario. ¡Que estudie la carta de Lenin a Smidovich, a ver si consigue entender que “estructura cerrada” de la vanguardia y “partido abierto” hacia las masas son los dos “extremos” de las misma cosa!
[42] En su documento, Comas nos reprocha “una concepción idealista del marxismo-leninismo” porque “define al marxismo-leninismo como una ideología, como ‘un sistema ideológico’ [¡esta crítica nos suena muy reciente, ¿no?!] o como ‘una concepción filosófica abstracta’ (en referencia al materialismo histórico) y no como una teoría con su complejo científico (materialismo histórico) y su complejo filosófico (materialismo dialéctico), pero que forma una única teoría, indivisible, una doctrina, pero como toda ciencia, con la necesidad de desarrollar sus conceptos y como toda filosofía, con la necesidad de desarrollar sus categorías.” (Balance-rectificación de unos años de trabajo de un comunista. No publicado. Agosto, 2001; pág. 8). Esto es Althusser en estado puro. Y como alumno del francés, repite sus errores positivistas e idealistas. No nos centraremos en criticar esto, pero es bueno señalarlo para conocer de dónde procede cada cual y hasta qué punto ha recapitulado sobre sus orígenes. Sólo nos referiremos a un par de cuestiones para dejar claras las diferencias. En primer lugar, el PCR defiende que el marxismo-leninismo no es una ciencia, como Althusser y el Comas aspirante a miembro del partido decían. Hoy, fuera de él (mañana, no sabemos), se cuida mucho de afirmaciones de corte positivista tan peregrinas tras la demoledora crítica de la Nueva Orientación hacia la desviación cientista experimentada por el marxismo durante el Ciclo de Octubre. Para nosotros, el marxismo-leninismo es una forma de conciencia superior a la ciencia –y que la incluye–, la cual no es sino una forma de conciencia burguesa, eso sí, la más adecuada y coherente con ella, la que confiere el más amplio marco de desarrollo a la concepción del mundo burguesa. En segundo lugar, la Nueva Orientación defiende que el marxismo-leninismo es la unidad entre teoría y práctica y no la unidad entre ciencia y filosofía. ¡Esto último sí es idealismo!, ¡con esto sí que se abre el camino a una interpretación especulativa del marxismo, a su simplificación como actividad intelectual puramente contemplativa!
[43] En su Anti-Dürhing, Engels advierte que “la naturaleza de la negación dialéctica está determinada por la naturaleza general, primero, y especial, después, del proceso” (Engels, F.: La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dürhing. “Anti-Dürhing”. Ed. Crítica. Barcelona, 1977; pág. 144). Es decir, no es posible anteponer los resultados de la negación de manera apriorística; sólo el desenvolvimiento práctico de la contradicción según su naturaleza particular podrá desvelarnos los contenidos reales de la forma superior de unidad que resultará de ese proceso dialéctico. Jamás podremos anticiparlos de manera teórica más allá de las hipotéticas tendencias a cuya comprensión nos conduzca su análisis. Pretender más es traspasar la frontera del idealismo.
[44] El maestro demagogo propone: “[…] preparemos nuestra paulatina fusión con el movimiento obrero en sus más variadas manifestaciones, teniendo en cuenta nuestras fuerzas y nuestro objetivo de transformarlo en movimiento revolucionario. Y esto, a la vez que proseguimos nuestras tareas teóricas, priorizando las que necesite la lucha política del proletariado (estudio de nuestro clásicos, balance de la experiencia histórica, aprendizaje de las ciencias, análisis concreto de la realidad concreta, especulación filosófica, etc.)” (1ª T-“D”, pág. 25. La negrita en nuestra –N. de la R.). ¡Cantos de sirena! Una vez más, los “aventureros y granujas”, los “fanfarrones y vocingleros” que pretenden “hacer veinte cosas a la vez y no acabar ninguna”. Por cierto, con este plan omnímodo y tal despliegue de actividad, ¿qué sentido tiene el objetivo de reconstituir el Partido?; semejantes medios, ¿no indican la realidad operativa del Partido ya reconstituido? ¿Qué diferencia cualitativa hay, desde ese proyecto, entre destacamento de vanguardia y Partido Comunista para estos señores? Ninguna: han vaciado de sentido y de contenido el Plan y la Tesis de Reconstitución. Todo lo cual, unido a la teoría de que ellos ya pueden realizar práctica revolucionaria, permite completar los ingredientes de ese voluntarismo absurdo en el que estos petimetres del oportunismo pretenden convertir la política proletaria. Entonces, ¿quién es aquí idealista?, ¿quién izquierdista?
[45] Los renegados no son los únicos que introducen este tipo de nociones idealistas en el marxismo. Por ejemplo, Gramsci, aunque rechaza expresamente la “concepción fatalista de la filosofía de la praxis” (op. cit., pág. 62) y es consciente de su vinculación estrecha con el punto de vista del “mecanicismo” (ibid., pág. 63), no es capaz de advertir, sin embargo, la relación del mecanicismo fatalista con la interpretación teleológica del marxismo, que para Gramsci es introducida a través de la problemática de la “misión histórica” del proletariado, y que él acepta y considera que puede ser “compartido y justificado” por el marxismo (ibid., pág. 102). Efectivamente, la idea de misión histórica presupone la consideración de una naturaleza abstracta –no social– del proletariado como clase desde una esencia interna e independiente de su posición en el conjunto de relaciones sociales, con lo cual se aparta del punto de vista del marxismo-leninismo (fijado, en este asunto, por la VI tesis sobre Feuerbach, de Marx, y por Lenin en su artículo Una gran iniciativa). Es cierto que esa fórmula de la misión histórica cobró gran predicamento durante el Ciclo de Octubre y que aún hoy la aceptan acríticamente sus náufragos; incluso nosotros como partido hemos abusado de ella sin analizarla. Ahora, debemos matizar y rectificar, pero sin renunciar a ella. Lo correcto es afirmar que la clase obrera no tiene una misión histórica por naturaleza, per se, sino que es el socialismo científico quien se la encomienda. Es decir, su papel histórico es uno de esos elementos de conciencia que se le confieren al proletariado desde fuera. Por lo demás, comprobamos que, en todo este tipo de cuestiones relacionadas con la degeneración idealista del marxismo, tenemos de nuevo de la mano a Gramsci y a los renegados, al marxismo occidental y al señor Comas.
[46] En 1920, Lenin decía que “la ley fundamental de la revolución” consiste en que “’los de abajo’ no quieren y ‘los de arriba’ no pueden seguir viviendo a la antigua” (Lenin: O. C., t. 41, pág. 72). Esto supone no sólo que todos los factores de la revolución no son de naturaleza objetiva, sino que los decisivos son de carácter subjetivo. En segundo lugar, significa que “los que no pueden seguir viviendo y gobernando como viven y gobiernan”, “los de arriba”, tienen un margen de maniobra para encauzar las tendencias objetivas en una dirección favorable a sus intereses de clase, por lo que, de la misma manera, “los de abajo” sólo pueden hacer lo propio desde la conciencia y la organización. En resumen, el marxismo-leninismo enseña que las condiciones objetivas prestan un contexto de crisis del sistema, favorable a la revolución, cierto, pero también favorable para la contrarrevolución, y que, por tanto, lo decisivo es el factor subjetivo: su grado de desarrollo, su capacidad de organización y de influencia sobre la lucha de clases. El siglo XX está plagado de ejemplos que confirman esta ley y sus consecuencias (la Alemania de entreguerras es quizá el ejemplo más ilustrativo y lacerante). Sin embargo, en nuestra tradición dominó, y aún domina, la idea de que la crisis da ventaja a la revolución (y este espejismo es capital para las espontaneístas expectativas políticas de nuestros héroes de la derecha), lo cual es falso si antes el sujeto revolucionario no ha conquistado posiciones que permitan hacer realidad esa ventaja (de hecho, en principio, si alguien tiene ventaja de partida es quien posee el aparato del Estado, o sea, la contrarrevolución).
[47] En una carta a Lassalle de 1861, Marx, refiriéndose a Darwin, incluye entre sus méritos el haber dado “por primera vez el golpe de gracia a la ‘teleología’ en las ciencias naturales” (Marx, K. y Engels, F.: Correspondencia. Ed. Cartago, Buenos Aires, 1973; pág. 110). En otras palabras, Marx es un enemigo acérrimo de todo teleologismo, incluido el originado en la práctica científica; de modo que es preciso denunciar toda dialéctica pretendidamente marxista que incluya una causa finalis más o menos expresamente.
[48] “El momento dialéctico [la negación] constituye ese momento especial en que sus determinaciones finitas se suprimen ellas mismas pasando a su contrario”. “La dialéctica, por el contrario, es el tránsito inmanente de un término a otro […]”. “[…] bastará recordar cómo la experiencia universal nos enseña que un estado, una acción llevada a su extremo límite se cambia ordinariamente en su contraria […]. Se ve también cómo en la esfera política los extremos de la anarquía y del despotismo se engendran uno a otro.” (Hegel, G. W. F.: Lógica. Ed. Ricardo Aguilera. Madrid, 1971; págs. 123-127). Queda claro, pues, que la primera negación supone la oposición de los contrarios “llevada a su extremo límite” –esa “negación absoluta” que tanto asusta a nuestros eclécticos– y que, sólo así, tendrá lugar la mutua transformación de los opuestos. Y únicamente de este proceso podrá surgir un resultado positivo, la negación de la negación. Hegel lo explica en los siguientes términos: “La dialéctica [negación] tiene un resultado positivo [negación de la negación], porque tiene un contenido determinado o, si se quiere, porque su resultado no es una negación vacía, abstracta [ésta es la verdadera mala dialéctica, no cuando se opone una “negación absoluta”, como dicen nuestros filósofos timoratos, sino cuando se opone una “negación abstracta”, definición a la que no responde, por supuesto, la crítica teórica marxista], sino la negación [“llevada a su extremo límite”, recordémoslo] de las determinaciones afirmadas que están contenidas en el resultado por lo mismo que éste no es una negación inmediata, sino un resultado [negación mediata o nuevo momento positivo].” (ibid., pág. 128). La dialéctica de Mao también es útil para desenmascarar el eclecticismo metafísico de los renegados: “El caso es que la unidad o identidad de los contrarios en las cosas objetivas no es algo muerto o petrificado, sino algo vivo, condicional, móvil, temporal y relativo; sobre la base de determinadas condiciones, cada uno de los aspectos de la contradicción se transforma en su contrario.” (Mao Tsetung: Obras escogidas. Ed. Fundamentos. Madrid, 1974. Tomo I, pág. 363). Es decir, la unidad de los contrarios no es “lo que tienen de común” o la agregación de “lo positivo” de cada uno de ellos, como dicen estos farolones, sino que consiste en el hecho de que ambos opuestos se transforman mutuamente el uno en el otro, que es algo bastante diferente. Esto es dialéctica materialista; lo otro, idealismo subjetivo.
[49] Hablando del trabajo como dialéctica entre el hombre y la naturaleza, Marx escribe: “Al actuar mediante este movimiento [el trabajo] sobre la naturaleza exterior a él y cambiarla, transforma al mismo tiempo su propia naturaleza. Desarrolla las potencias que dormitan en él y somete el juego de sus fuerzas a su propio dominio.” (Marx, K.: El capital. Ed. Akal. Madrid, 1976. Libro I-Tomo I, pág. 241). Es decir, sólo el proceso real, material, de mutua transformación de los contrarios (hombre-naturaleza, en este caso) puede permitir el despliegue de todas “las potencias que dormitan” en la contradicción. Sin este despliegue en lo concreto, no hay síntesis verdadera. Anticipar los elementos “positivos” o “progresivos” antes de los resultados del proceso real –como hacen los eclécticos, temerosos del despliegue de toda lucha– es idealismo, es negar la dialéctica materialista.
[50] Es de suponer que este tipo de actitudes les ayudará en su retorno de hijos pródigo al redil de las grandes sucursales internacionales de lo que sobrevive de la rama pro-soviética del pútrido revisionismo moderno, como el Seminario Comunista Internacional del Partido del Trabajo de Bélgica (que hoy ya está reconvertido como sucursal pro-china del revisionismo dengxiaopinista).
[51] Marx, K.: Miseria de la filosofía. Ed. Júcar. Madrid, 1974; pág. 260).