EDITORIAL

Stalin y la futura revolución

 

¿A cuento de qué viene ahora recordar y evaluar la figura de Iosif Vissariono Dzhugashvili “Stalin”? ¿Qué utilidad práctica tiene esto cuando lo que preocupa a la gente es el paro, la carestía de los alimentos frescos y de la vivienda, las desigualdades, la corrupción, la guerra, la violencia, el terrorismo, la represión, …? Así es como ve las cosas incluso la mayoría de los sectores políticamente más avanzados, la mayoría de los activistas de la izquierda. Esta vanguardia práctica no ve más allá de aquellos problemas y, cuanto más se encierra en su tratamiento inmediato, más se aleja de su solución. Hay, no obstante, otra parte minoritaria de la vanguardia que sí estima importante el análisis de la experiencia histórica de la Revolución Proletaria pero, también entre esta vanguardia teórica, predominan aún quienes no lo consideran una necesidad práctica inmediata , porque lo subordinan a su lucha por influir sobre el movimiento espontáneo de masas. Pretenden simultanear ambas tareas y de facto dedican todos sus esfuerzos a la última, conformándose en lo ideológico con reafirmar las opiniones clásicas de la fracción del movimiento comunista en la que se inscriben: así, unos atacarán a Stalin para ganar audiencia entre las masas atiborradas de anticomunismo y los otros lo alabarán para atraerse a los luchadores que, por instinto, se posicionan a contracorriente. Todos ellos sacrifican la verdad a cambio de ventajas momentáneas que, a la larga, no producen más que fracaso y frustración.

A la pregunta: ¿es posible avanzar hacia la revolución sin resolver previamente la cuestión Stalin?, se le puede responder hoy de la manera más concreta y tangible: lo que inhibe que las masas se enrumben hacia la revolución es que la cuestión de Stalin se les presenta resuelta, aunque en realidad sólo se trate de la interpretación que le conviene a la burguesía. Así, las masas proletarias ven coartada su iniciativa por culpa de la ideología anticomunista que han asumido, mientras que la vanguardia teórica se encuentra a la defensiva, evitando el enfrentamiento directo con este principal obstáculo y desperdiciando sus energías en paliativos y rodeos. Y esto porque ella misma no tiene claro el problema de Stalin. Por supuesto que el verdadero problema de Stalin no es otro que el de la experiencia práctica de la Revolución Proletaria hasta nuestros días, porque toda la variedad que ésta pueda presentar tiene como núcleo o referencia el modelo soviético de socialismo y sus premisas. Lo trágico del asunto es que la reanudación de la causa emancipatoria de la clase obrera es imposible sin el legado de Octubre, pero tampoco es posible con él. En efecto, las revoluciones del siglo XX y la doctrina marxista que las inspiró fueron lo más avanzado que se conoció y, por consiguiente, la base imprescindible para continuar el camino; pero, al mismo tiempo, resultan hoy globalmente insostenible por dos razones: 1) porque están preñadas del fracaso en que concluyeron y 2) porque, en razón de este resultado final, el proceso social de su desenvolvimiento fue el del paulatino y contradictorio tránsito de la revolución a la contrarrevolución, revistiendo ésta unas formas que, en ocasiones, fueron todavía más reaccionarias y repugnantes que las prácticas ordinariamente visibles del capitalismo; y esto, convenientemente instrumentalizado por la propaganda burguesa, viene apuntalar la conciencia conservadora que prevalece en las masas fuera de los momentos puntuales de crisis revolucionaria. Esto es tanto como sostener que debemos tomar por base el Ciclo de Octubre, a la vez que debemos romper con él.

Lo que permitirá quitar este dogal que oprime a las masas será el análisis verdaderamente científico de la historia del socialismo, y esto implica el contraste del mismo con el curso de la lucha de clases, principalmente de la lucha de dos líneas como expresión de ésta que rige la construcción del sujeto revolucionario (la Reconstitución del Partido Comunista). No se trata de la investigación histórica como fin en sí, sino como medio de que se vale la lucha de clases del proletariado para el cumplimiento de su misión histórica. Ésta es una de las grandes tareas en que consiste la Reconstitución Ideológica del Comunismo que propugnamos. La otra es la de responder a la pregunta de por qué la vanguardia teórica de nuestra clase mantiene en este cometido un perfil tan bajo (cuantitativa y cualitativamente). Aquí, con respecto a este sector que elabora su pensamiento con la mayor independencia y soberanía frente a sus condiciones objetivas de existencia, precisamente por eso, no cabe alegar a éstas últimas como causas determinantes de su mediocridad intelectual. Pero es con este burdo objetivismo -caricatura autocomplaciente del materialismo- con el que se pretende justificar tanto filisteísmo. Y esto es un síntoma más de que el problema principal de la vanguardia hoy radica en la concepción del mundo, de que en la larga y ardua lucha que libran las dos clases en el plano ideológico desde que nació el marxismo, la burguesía ha conseguido tener la última palabra, ha dado con un sistema de reproducción cultural que desactiva y castra el espíritu crítico y revolucionario de la vanguardia teórica. Poner al desnudo tal mecanismo y destruirlo de raíz es el otro gran reto de la Reconstitución Ideológica del Comunismo. Y quizás exista una identidad entre ambas tareas en un estrato más profundo que todavía no alcanzamos a ver.

¿Acaso no está bastante claro que las “condiciones objetivas” claman a gritos por la revolución? Incluso las ultimísimas noticias que nos sirven los medios de comunicación de la clase explotadora lo evidencia así. Vamos a comprobarlo enseguida y, a continuación volveremos a lo realmente importante, al problema que suscita la realidad social y práctica, pero no en sus más recientes manifestaciones pobres, agónicas y patéticas propias de un ejército en desbandada, sino el que se refiere al último capítulo de la lucha de clases franca, el del más reciente intento del proletariado por cumplir su misión histórica: el Ciclo de Octubre de la Revolución Proletaria Mundial.

Una sociedad que se pudre de madura

El Programa Mundial de Alimentos de la ONU se encuentra actualmente frente al nivel más alto de emergencias de los últimos 40 años, teniendo que nutrir a 110 millones de personas de un total de 800 millones de hambrientos. Un estudio reciente para la UNESCO recoge que 674 millones de niños se hallan en una situación de pobreza absoluta. Al día, mueren 40.000 niños de hambre y enfermedades hoy curables, en un mundo en el que las tres cuartas partes de la población son tratadas como bestias para que el otro cuarto consiga una prosperidad ficticia que no es más que una vida sin sentido y deshumanizante. Todo esto, con el agravante de haber alcanzado un desarrollo económico y técnico más que suficiente para cubrir las necesidades de todos, pero que es desaprovechado y despilfarrado sistemáticamente (desempleo, reducción de la superficie de explotación agropecuaria, expropiación de masas de campesinos, desmantelamiento de industrias, destrucción de mercancías que, aun necesarias, no pueden ser absorbidas por el mercado, crisis económicas, etc.). Sólo en el Estado español, según Caritas, 30.000 personas viven y duermen en la calle.

He aquí una pequeñísima muestra de los “logros” económicos del capitalismo, que se resumen en la pauperización de la mayoría de la humanidad bajo múltiples formas y la destrucción de su hábitat natural, como consecuencia obligada de que toda la organización social está gobernada por el principio de la acumulación de capital. Y, como ésta produce la tendencia a que baje la tasa de ganancia, los intentos de los capitalistas por contrarrestarla multiplicando los sufrimientos de los mismos ya sufrían.

Por ejemplo, la ONG Intermon denuncia que los “países ricos” condicionan la ayuda que prestan a los “países pobres” a que éstos les compren con esa ayuda mercancías que tal vez no necesiten, devolviéndoles así su “generosa” ayuda con creces, mientras los países ayudados se vuelven cada vez más dependientes, frágiles y miserables.

Otro método de abaratar una materia prima estratégica como el petróleo, invadiendo Irak (y de paso controlar el acceso a ella de sus competidores): ahí está el asombroso crecimiento de la economía norteamericana del 8,2% en el tercer trimestre del año en curso, mientras la de Europa se estanca, y el Viejo continente se ve constreñido a moderar sus ambiciones y a avalar la resolución que proponía Estados Unidos al Consejo de Seguridad de la ONU para legitimar su actuación unilateral.

Un tercer método es el que emplea el capitalismo español (además de comer de la mano del yanqui y de hacer suyo todo lo más reaccionario de aquél como la doctrina militar del ataque preventivo): nos referimos a aumentar la explotación del proletariado. 1º) De los inmigrantes que consiguen entra en España (más de cien se han ahogado en lo que va de año en las aguas que nos separan de África), van para 100.000 los repatriados -30% más que en 2002-, para que los demás que la Autoridad quiere mantener fuera de la ley (ley que ha vuelto a endurecer) se dejen exprimir silenciosamente por el capital. Sólo en Madrid, el 54% cobra menos del Salario Mínimo Interprofesional Y el 80% vive hacinado hasta el punto de relatarse la existencia de “camas calientes” que se alquilan por turnos. 2º) Según CC.OO., dos tercios de los accidentes laborales corresponden a contratos temporales, a esa precariedad en el vínculo de la masa obrera con sus medios de vida que, sumada al paro, afecta a más de la mitad del proletariado de este país. España encabeza el ranking europeo de siniestralidad laboral: 12.000 muertos desde 1996 (¿dónde están sus viudas, sus huérfanos, las condolencias, los minutos de silencio, los alzos azules, las manos blancas, el endurecimiento del régimen penal para los culpables, su dispersión carcelaria, la ilegalización de la patronal, etc.?). 3º) Buena parte de esos siniestros han sido un subproducto del negocio inmobiliario, uno de los principales impulsores -con el consumo- del crecimiento de la economía española, la cual se ve lastrada por la escasez de las exportaciones y de las inversiones en bienes de equipo. ¡Eso es lo que llaman una economía sana! Entre 1997 y 2003, el precio medio de la vivienda se ha incrementado un 91% (más del doble en las grandes ciudades), quintuplicando el Índice de Precios al Consumo. Esto ha supuesto que, según la Federación de Cajas de Ahorros Confederadas, si en 1988 la financiación de una vivienda se llevaba 2,6 salarios medios anuales, en 2002 eran ya 5,1 (que pueden ser hasta 8 ó 10 salarios anuales de un obrero medio). El 41,9% del presupuesto familiar lo devora la hipoteca o el alquiler. Éste, que es una opción minoritaria -aunque no tanto entre los más pobres-, ha aumentado casi el doble que el IPC entre 1990 y 2002 (un 61,5% más que el IPC en el último año). Vemos cómo son los inmigrantes, los obreros de la construcción accidentados y los proletarios endeudados de por vida los “daños colaterales” del crecimiento económico del que presumen los gobernantes. Éstos son los responsables por activa y por pasiva de la llamada “burbuja inmobiliaria”, la cual sirve para que la gran banca siga incrementando sus beneficios (11,81% en el último año) a pesar de la crisis latinoamericana, para que no deje de acudir la inversión foránea (el 20% de las compras de vivienda son efectuadas por extranjeros no residentes, según el Instituto de Estudios Económicos) y también para su propio provecho y el de los demás partidos parlamentarios a través de tramas de corrupción como la que puso al descubierto la crisis política de la Comunidad Autónoma de Madrid.

Por supuesto que la profunda miseria que engendra el sistema económico capitalista, agravada por su propaganda y su ejemplo moral depredador, provoca, de rechazo, las más variadas formas de resistencia por parte de sus perjudicados. ¿Y cómo responde la supuesta democracia y sus políticos a estas alteraciones del orden, de su orden? Aquí intervienen también factores no directamente económicos como la forma en que se ha configurado históricamente la clase dominante y su burocracia estatal. Siempre que se vean presionados por el pueblo y mientras no afecte a los fundamentos de su régimen, prefieren remedios y paliativos amables. De lo contrario, que es la tendencia dominante hoy, recurren a la violencia, a la guerra, a la represión,… En la arena internacional, el penúltimo episodio ha sido su agresión y ocupación militar de Irak, en la que confiesan haber acabado con la vida de 11.000 a 15.000 de sus habitantes -más de 4.000 eran civiles-, con unas mínimas bajas entre las tropas imperialistas (poco más de un centenar). Claro que, después de esa rápida y modélica campaña bélica, viene ahora la guerra de guerrillas que parece la opción defensiva que tomo el Estado iraquí ante la superioridad anglonorteamericana. Donde los medios oficiales informaban fríamente de frentes, batallas, bombardeos y víctimas anónimas y justificadas, ahora relatan con horror que ya han sido aniquilados casi el doble de soldados invasores desde que Bush dio por finalizada la contienda, que se enfrentan a una resistencia terrorista y que los ejércitos extranjeros no pueden marcharse dejando el país sumido en el caos y a merced de los fanáticos. Pretenden, como en Italia con sus carabinieri o como aquí con los espías del Centro Nacional de Inteligencia, que lloremos a sus muertos. Pero, no son los nuestros, pues sabían perfectamente que iban de matones contra nuestros hermanos oprimidos, igual que actúan aquí contra nosotros, y sirviendo a los mismos amos. Los proletarios revolucionarios, al contrario, nos alegramos de los éxitos de la resistencia iraquí en su hostigamiento contra las tropas imperialistas y reclamamos la solidaridad con su lucha libertadora de todos los explotados y de todos los demócratas verdaderos que se desmarquen de los que no son sino reaccionarios hipócritas.

¿Acaso puede caber alguna duda de que esos burócratas que ahora gustan de presentarse como víctimas son realmente opresores, también en sus propios países? Veamos, por ejemplo, cómo reaccionan ante la “delincuencia” y la “inseguridad ciudadana”. Lejos de cuestionar su origen, esto es, de cuestionarse a sí mismo, golpean a las víctimas, acrecentando su sufrimiento: en EE.UU., ya hay más de 2 millones de personas encarceladas y, en el Estado español, tienen el descaro de presentar como solución el endurecimiento de la represión contra el terrorismo (incluyendo en esta categoría a cualquier sospechoso de cuestionar el marco político consensuado), así como los llamados “juicios rápidos” ideados para limpiar las calles. La consecuencia inmediata ha sido que la población reclusa ha aumentado un 20% en un año, hasta la cifra de 56.000 personas presas. Y continúan reforzando las instituciones más opresivas y reaccionarias, como advertencia…. otros 46 millones de euros antes de fin de año para la policía y la guardia civil, unos presupuestos estatales que asignan un 7,5% más al aparato judicial, un 6% más a seguridad ciudadana y cárceles, un 7,3% más I+D (gasto militar encubierto), un 4%más a la Casa Real (7,51 millones de euros que, sumados al palacio y bodorrio principesco, y al conjunto de expresiones monárquicas en la vida social, están para recordar al pueblo “lo que quedo atado y bien atado”: el orden clasista impuesto a sangre y fuego por el franquismo).

La vigente constitución española, que cumple 25 años, se nos presenta como fruto del consenso entre todos los partidos políticos y clases sociales. Y eso es cierto en la medida en que los partidos de izquierda y sus correas de trasmisión entre las masas oprimidas (sindicatos, etc.) se pasaron con armas y bagajes la campo burgués; dichas masas carecían de conciencia suficiente para comprender esta traición y, más aun, el modo de contrarrestarla; y la burguesía imperialista (producto de la restructuración fascista auspiciada por las clases reaccionarias) resultó tan debilitada interior y exteriormente que se vio forzada a integrar un nuevo bloque hegemónico con las burguesías de las nacionalidades oprimidas por el Estado y la aristocracia obrera. Como fuerza con cierta entidad, únicamente el movimiento popular vasco dirigido por la pequeña burguesía rechazó dicho consenso y continuo la lucha por sus fines. Y este ejemplo de dignidad ha proporcionado indirectamente una posición de fuerza a la burguesía nacional de Euskadi y, algo menos, de Cataluña para conservar su posición en el poder. Pero, entretanto, la burguesía imperialista española, que es la fuerza principal y dirigente del bloque hegemónico, ha salido de sus apuros y se siente en condiciones de reclamar su parte en el reparto del mundo. Para ello, necesita estabilidad interna… y algo más importante aún: espíritu imperial, orgullo nacional, incluso ciertas dosis de chovinismo y de racismo entre la población (exigencia que viene influida, y no poco, por sus orígenes reaccionarios y fascistas apenas disimulados). Quizás ese patriotismo sea lo más necesario y su advenimiento exija romper el viejo modelo de estabilidad interna consensuada, al menos con las burguesías nacionales que representan un peligro o una molestia más inmediatas que la domesticada aristocracia obrera y, además, distorsionan la identidad nacional (al fin y al cabo, el viejo imperio español empezó con la llamada “reconquista” del interior peninsular). Partiendo de aquí, el terrorismo de ETA, el 11-S y otros hechos solo se utilizan como pretextos para implementar una nueva política: la Constitución española cada vez se presentará menos como un amplio y generoso marco de consenso, para pasar a esgrimirse como imposición de unidad (yugo) al servicio de la ambición imperialista belicosa de nuestros amos (flechas).

El “Plan Ibarretxe”, el nuevo Estatuto autonómico para Cataluña, el auge electoral del vasquismo y del catalanismo (el españolismo también se refuerza: en los recientes comicios autonómicos catalanes, el PP mejoró sus resultados un 30%) son respuestas defensivas debilitadas por un contexto de conciencia social reaccionarizada por la derrota del movimiento proletario revolucionario y desestructurada por la subversión posmoderna de toda la superestructura cultural.

Frente a esta creciente marea de lodo y sangre, se alzan las aisladas y silenciadas Guerras Populares de unos pocos partidos maoístas en países poco relevantes de la cadena imperialista; también el Irak resistente al invasor que no podrá ser un nuevo Vietnam, porque el islamismo y el nacionalismo no tienen el potencial liberador de un partido comunista, por mucho que el indochino estuviera infectado de revisionismo; luego, están las revueltas populares de Argentina, Ecuador y la más reciente en Bolivia que hacen caer presidentes pero no cambian el carácter de clase del poder político, como lamenta incluso la nueva abogada del espontaneísmo en que se ha erigido Marta Harnecker.

En los países opresores como España, la resistencia es escasa y está muy canalizada hacia el mecanismo electoral-parlamentario. El Tribunal de Cuentas ha dado a conocer que los partidos políticos recibieron en 2001subvenciones públicas por valor de 150 millones de euros, sin contar lo que obtienen del Parlamento Europeo. El Estado se asegura así la fidelidad de las burocracias partidarias y anula las posibilidades de cualquier expresión política que surja desde abajo. Izquierda Unida está comprometida en lo fundamental con la “democracia” actual, no tiene intención de denunciarla y menos aún de trabajar por su derrocamiento. Además de su dependencia de las ubres del Estado, tiene una deuda equivalente con la banca (más de 9 millones de euros). Ni las elecciones ni la oferta política de estos falsos comunistas despiertan ninguna esperanza entre los explotados con una mínima conciencia de clase. Unos siguen acudiendo a las urnas para dar su respaldo a lo que ya califican de antemano como mal menor -PSOE, IU; IC, ERC, BNG; etc.- y otros se niegan a participar, constituyendo una franja importante de la abstención, como ponen de manifiesto los lideres de “izquierda” cuando reclaman un aumento de la participación para ganar a la derecha.

Con un cuadro de la realidad objetiva tan desfavorable para el capitalismo, como el que no pueden por menos que ofrecer incluso los más interesados en conservar el statu quo , y que esbozamos más arriba, ¿cómo explicar la ausencia de un potente movimiento revolucionario? La respuesta está indudablemente en la falta de una alternativa creíble y seductora, fruto de la impresión negativa causada por la experiencia de las revoluciones socialistas del siglo pasado. Las masas, exceptuando situaciones breves, se mantuvieron cohibidas por los prejuicios anticomunistas alimentados por la clase dominante. Pero la vanguardia oponía resistencia frente a ellos y conseguía contrarrestarlos en parte. El punto de inflexión fue el colapso de la URSS y de los regímenes de Europa Oriental, unido al creciente recurso a métodos propios del capitalismo privado por parte de los países que seguían denominándose socialistas (Cuba, China, Vietnam, …). La propaganda burguesa sobre el fracaso del socialismo ganó credibilidad y la mayoría de la vanguardia se quedó paralizada y sin argumentos. Esa propaganda apesta a defensa interesada del capitalismo, pero “acertó” en anunciar la fragilidad y la caída de los regímenes políticos de Europa Oriental. Y éste es un hecho objetivo que reclama una explicación como condición inexcusable para que, en lo sucesivo, el tránsito al Comunismo no se vea nuevamente truncado por los mismos motivos (y, de ese modo, rearmar ideológica y moralmente a nuestra clase). Lo que temen los reaccionarios es que emprendamos este camino, como expresó Aznar al presidente brasileño Lula: “Los pobres no necesitan ideología, sino oportunidades para prosperar”.

Acerca del análisis maoísta

Más interesante que este pronóstico negativo del enemigo, resulta el que, desde la opción marxista-leninista, formuló la fracción del Movimiento Comunista Internacional encabezada por los PP.CC de China y Albania: tras la muerte de Stalin, la URSS y sus aliados habían sufrido una contrarrevolución o “evolución pacífica” hacia un capitalismo de corte burocrático, al imponerse en sus partidos dirigentes una línea revisionista que renegaba de los más elementales principios marxistas (necesidad de la revolución violenta y de la destrucción del Estado burgués para que la clase obrera conquistase el Poder político; continuidad de la lucha de clases y necesidad de la dictadura y del Partido del proletariado en todo el período de transición al Comunismo; internacionalismo proletario como principio rector de la política exterior de los Estados socialistas y coexistencia pacífica con el imperialismo como táctica subordinada a aquél). Se trata de una apreciación correcta pero insuficiente para disipar las dudas y despejar el camino. En efecto, suscita, las siguientes preguntas: ¿Por qué no basto para evitar qué Albania acabase restaurando un capitalismo liberal y China un capitalismo burocrático? ¿Cómo es posible que, después de tantos años de construir el socialismo en la URSS de Stalin -lo que equivale a destruir capitalismo-, la burguesía resulte tan fuerte que es capaz de usurpar el poder y con tan escasa oposición? En definitiva, ¿Cuáles son las raíces del revisionismo, entendiendo por tales no las supuestas condiciones objetivas “inalterables”, sino las formas embrionarias de ese revisionismo o, al menos, los errores que le abren paso (que son las condiciones que podemos modificar con nuestra acción consciente y voluntaria)? Porque es un hecho probada que algunas expresiones del revisionismo ya se habían incorporado a la línea oficial con anterioridad.

Desde el punto de vista marxista-leninista, conocemos las críticas de Mao Tse-tung y sus seguidores hacia la política del PCUS de Stalin y, a continuación, publicamos una selección de las mismas. Pero, reiteramos que dichas críticas no debieron ser suficientes o del todo correctas. Además, resulta chocante que, cuando los dirigentes chinos más divergieron de la práctica soviética -durante la Revolución Cultural, de 1966en adelante [1]- no profundizaran en el análisis crítico del período de Stalin y los Guardias Rojos se limitaran a divulgar el realizado por Mao a finales de los años 50 para el círculo restringido de los cuadros del Partido. Todo parece apuntar a que la pretensión de éste era corregir las desviaciones más graves de manera que el MCI conservara su fuerza frente al imperialismo, a la vez que China pudiese mejorar el procedimiento soviético en cuanto a construcción del socialismo. Sin embargo, constató pronto que Jruschov y los nuevos dirigentes del PCUS querían deshacerse del aspecto revolucionario y marxista-leninista de Stalin mientras llevaban las desviaciones de éste hasta sus últimas consecuencias; en definitiva, empeoraban la política de su predecesor, al que atacaban desde la ideología burguesa, procediendo de hecho a restaurar el capitalismo. En aquel momento, los comunistas chinos obraron de conformidad con la causa del proletariado revolucionario al primar la defensa de Stalin y la lucha contra el revisionismo jruschovista, a la vez que desarrollaban una nueva práctica que probara a corregir los errores del modelo soviético: era la manera de salvar al entonces poderoso MCI cuando, a la creciente agresividad que sufría por parte del imperialismo (OTAN, cinturón de bases militares, chantaje nuclear, Corea, Berlín, Hungría, Maccarthismo,…), se le venían a sumar los ataques al marxismo-leninismo y su propia historia, ni más ni menos que por parte de los dirigentes del pionero partido soviético, a quienes hacían coro los Tito, Nagy, Togliatti, Carrillo, Ibarruri, etc. El movimiento político práctico nacido al calor de la Revolución de Octubre todavía era fuerte y no se le podía dar por perdido a priori : esperar la rectificación de su orientación dominante como resultado de la lucha de dos líneas era perfectamente legítimo y realista.

¿Defender o criticar?

Hoy, la situación es sustancialmente diferente. Ese movimiento prácticamente ha resultado destruido, ha desaparecido, si exceptuamos algunos rescoldos dignos del glorioso pasado revolucionario (Nepal, Filipinas,…). Este hecho que calificamos de agotamiento del Ciclo de Octubre de la revolución Proletaria Mundial trastoca por completo las prioridades de los comunistas. La defensa de Stalin y, más ampliamente, de la experiencia de dicho Ciclo frente a los ataque de la burguesía y sus lacayos sigue cumpliendo un papel positivo y sigue siendo necesaria, sobre todo para combatir el escepticismo, la resignación y la misantropía que invaden a las masas y a la vanguardia práctica en estos días. Y no se trata de ilusionarlos con la nostalgia de un pasado idealizado, sino de defender la verdad, la cual incluye el hecho siguiente: las revoluciones del siglo XX merecieron la pena, mostraron una mayor madurez política del proletariado que fue capaz de derribar la dictadura de los explotadores y de dirigir un proceso de transformación de las relaciones sociales que, aun insuficiente, fue cualitativamente superior a todo lo realizado anteriormente. Con él, se demostró que podíamos ir sustituyendo la explotación y la competencia por la cooperación y la ayuda mutua, y que, en la medida en que lo hacíamos, podíamos superar las realizaciones del capitalismo en cuanto a desarrollo económico, cultural,… hasta vencerle en la mayor agresión militar de la historia que fue la sufrida por la URSS en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Precisamente ahora que se cumple el 60º Aniversario de la contraofensiva soviética, recordamos con un artículo ese significado de la Batalla de Kursk, con sus luces y sus sombras, combatiendo la negación burguesa de las primeras, a la vez que denunciamos las segundas, las cuales son tenidas por acierto en la propaganda capitalista. Pero, es que incluso lo negativo de la experiencia histórica del socialismo mereció la pena en cuanto que pone al descubierto los escollos para que podamos despejar el camino de la próxima ola de revoluciones proletarias.

Ahora bien, la necesaria defensa de la faceta revolucionaria de Stalin y del Ciclo de Octubre ha dejado de ser la prioridad para reanudar la RPM, sobre todo con relación al sector que representa el eslabón principal, el centro de gravedad de su preparación: la vanguardia teórica. Y esto porque ya no queda movimiento social práctico que siga el impulso de Octubre y porque precisamente es la crítica radical y científica de la experiencia y la consiguiente solución a sus contradicciones lo que permitirá poner en pie otro, no ya de idénticas dimensiones sino cualitativamente superior. La de Mao parece una importante contribución, con la matización ya mencionada. Pero, además, hay que preguntarse por qué se incurrió en tales desviaciones, de dónde procedían, cuáles fueron sus raíces; de otro modo, no habremos superado o resuelto realmente los problemas legados por las revoluciones del siglo XX, no estaremos en condiciones de reemprender la ofensiva con las mínimas garantías y, por eso mismo, no tendremos capacidad para movilizar a nuestra Clase.

Las críticas “izquierdistas”

De las críticas que se remontan más atrás en el tiempo, se ha vuelto muy “popular” la de Trotski que carga las culpas sobre el estalinismo. Sin embargo, en lo esencial, no sirve, por las siguientes razones:

•  Su fuerte carga de resentimiento maniqueo donde él encarna al mesías martirizado y Stalin al mal, como un siniestro conspirador que repentinamente convierte una modélica revolución en su contrario (por cierto que los dogmáticos defensores de Stalin copian esa metafísica para explicar el papel de Jruschov). Su victimismo lastimero está cortado por el mismo patrón que la crítica del hipócrita democratísimo burgués contra la dictadura, hasta tal punto que ha servido directamente como arma de propaganda anticomunista.

•  El carácter erróneo de su tesis central sobre la “Revolución Permanente” y sus implicaciones domésticas (relación entre las clases en la URSS por su desconfianza en el potencial revolucionario del campesinado) e internacionales (contraposición de la revolución mundial a la posibilidad de construir el socialismo en un solo país).

•  Su oportunismo en la denuncia de la opresión burocrática y de la violencia contra los correligionarios, ya que, mientras participó en el Gobierno soviético, lejos de remediar estos hechos, mostró propensión a lo primero y participo en la aplicación del Terror Rojo que incluía la ejecución de “socialistas” del tipo menchevique y eserista.

•  El enfoque no clasista del problema de la burocracia, puesto de manifiesto en su convicción de que el poder de ésta no podía alterar la naturaleza socialista de la economía soviética.

•  Su concepto de partido obrero que prescinde del transcendental aporte de Lenin.

•  Si el bolchevismo arrastró servidumbres en cuanto a los dogmas antimarxistas de la II Internacional, el trotskismo no fue más que el reverso “izquierdista” de la misma moneda socialdemócrata (economicismo, obrerismo, espontaneísmo, partido de masas, …).

En definitiva, el trotskismo empeora no ya el leninismo, sino incluso el bolchevismo en su versión estaliniana. En las páginas que siguen, reproducimos un artículo del joven Stalin que resulta muy pertinente por tres razones: 1º) porque expresa el grado más alto de conciencia que alcanzo el movimiento proletario al inicio de la época de la Revolución Proletaria Mundial, el cual cristaliza en el Partido leninista de Nuevo Tipo (frente a la constelación menchevique-socialdemócrata de la que nunca consiguió desprenderse Trotski) y que posibilitó el ejercicio del Poder político por nuestra Clase; 2º) porque resalta por contraste el retroceso sufrido por la vanguardia actual en el ocaso de la ola revolucionaria, delatando el oportunismo de quienes juran en nombre del marxismo-leninismo y del camarada Stalin para luego arrastrarse tras el movimiento espontáneo de las masas; 3º) porque evidencia la incapacidad del bolchevismo para superar del todo las premisas no marxistas del socialismo de la II Internacional. Vamos a referirnos brevemente a esta faceta del artículo. En él, se defiende el papel activo y principal de la conciencia en la construcción del sujeto revolucionario, la necesidad de que dicha conciencia se forme sobre la base de sólidos conocimientos científicos obtenidos fuera del movimiento obrero para inculcárselos y así poder conquistar el socialismo. Sin embargo, al lado de esto, Stalin realiza una concesión al materialismo vulgar muy influyente en la socialdemocracia de entonces, al tildar de idealista la tesis de que, sin tal conciencia, la clase obrera no podría alcanzar sus fines. Apoyándose en Kautsky y en Lenin, su razonamiento parte de la inevitabilidad de la victoria del socialismo. DE ahí, deduce que, aun sin ideología marxista, el proletariado podría conseguirlo, aunque más tarde y más dolorosamente. Aquí ya no puede encontrar confirmación en Lenin, puesto que éste sostiene algo sustancialmente distinto, a saber, que es la lucha de clases la que conduce inevitablemente a la revolución social, y tal afirmación es más correcta ya que la lucha de clases abarca también la lucha teórica, esto es, la acción de la conciencia marxista sobre el movimiento obrero. Stalin apuntala su punto de vista con una intervención de Gorin realizada en el II Congreso del POSDR -no rebatida por Lenin, ignoramos si por disciplina de fracción o por compartirla- quien equiparaba las revoluciones burguesas y proletaria en cuanto al papel de la conciencia y, por consiguiente, aseguraba que la clase obrera acabaría llevando a la práctica el socialismo por instinto , igual que la burguesía realizó el capitalismo. Tenemos que deshacernos de estos juicios falsos que conducen a los revolucionarios por derroteros contrarios a la concepción del mundo marxista-leninista. En primer lugar, esa creencia de que la revolución o el progreso social en general es inevitable se inscribe en el determinismo evolucionista, el cual sólo contempla la posibilidad de un movimiento ascendente de cada forma de la materia. Sin embargo, la ciencia confirma el punto de vista del materialismo dialéctico que reconoce la contradicción también en las tendencias y resultados posibles del desarrollo de las cosas. Engels habla de dos posibles destinos para el grano de cebada: germinar como planta (negación dialéctica) o ser molido (negación mecánica). El Manifiesto del Partido Comunista constata dos posibles desenlaces en la lucha entre dos clases sociales: la victoria de una o el hundimiento de ambas. Sin llegar tan lejos, Mao sostiene que, en el socialismo, nunca podría darse por seguro “quién vencerá a quién”. Lo que sí está determinado por la naturaleza de cada régimen social es la “tendencia histórica” de su desarrollo positivo o progresivo (la tendencia al Comunismo, en el caso del capitalismo). Pero eso no impide, ni mucho menos, que el proceso ascendente, de lo simple a lo complejo, se vea truncado en tal o cual forma concreta de la materia y, por ejemplo, extinguirse una determinada especie biológica o la propia sociedad humana. Por último, no son equiparables la revolución burguesa y la revolución proletaria en lo que atañe a la importancia de la conciencia. La primera es la sustitución de un régimen clasista, de explotación social, por otro, siguiendo el curso natural o espontáneo; la segunda, consiste en la destrucción de la forma social clasista y la reconstrucción de la sociedad con objeto de emancipar al ser humano, de convertirlo en dueño consciente de su existencia, de llevar el desarrollo de la materia hasta su estado autoconsciente. Por ello, no podrá triunfar la revolución proletaria sin la sucesiva conquista de la conciencia de las masas por parte de la ideología comunista. Todo movimiento obrero que no se guíe por la concepción del mundo marxista-leninista acabará alimentado la reproducción de las relaciones sociales burguesas, en lugar de conducir al socialismo.

Regresamos a la valoración del trotskismo. El rechazo de su contenido esencial no significa que se deba despreciar toda su argumentación. Su oposición extrema a la política oficial del partido soviético y de la Komintern lo situó en un lugar privilegiado para detectar muchos de los aspectos negativos que iban desarrollándose (sobre todo las manifestaciones superficiales de esto, ya que su dogmatismo socialdemócrata le impedía ver más allá). Ahí tenemos un motivo positivo por el que debemos estudiar la literatura de esta corriente. El otro motivo, el negativo, es la necesidad de destruir su planteamiento medular como parte de la lucha contra la influencia de la ideología burguesa y por la Reconstitución de la concepción del mundo proletaria como hegemónica en el seno de la vanguardia proletaria.

Otras críticas interesantes, tal vez más que la trotskista, hacia la línea política que inspiró el Ciclo de Octubre desde sus inicios son las que provienen del anarcocomunismo y del “comunismo de izquierda”. Es cierto que llevan hasta el extremo algunos errores de Trotski: su obrerismo es tal que prescinden de la cuestión campesina y diseñan su política como si no hubiera más relaciones sociales que las del trabajo asalariado con el capital; también conciben la revolución internacional como un acto único o, al menos, como una ofensiva continuada en un corto espacio de tiempo; su espontaneísmo es tan exacerbado que contraponen mecánicamente la vanguardia a las masas, privilegiando a éstas y algunos llegan a oponerse a todo tipo de partido obrero organizado y centralizado, así como a negar la utilidad de cualquier género de cultura que no provenga directamente de la estrecha experiencia del movimiento obrero, generalmente del sindicalismo asambleario. Pero, al lado de esto, han sido capaces de suscitar problemas reales, aunque únicamente fuera de manera intuitiva y, por lo tanto, sin resolverlos: el capitalismo de Estado, la revolucionarización de las relaciones de producción, la supresión de la forma mercancía (valor), la línea de masas, el realce del factor subjetivo,…

Algunos de éstos, así como ciertos intelectuales no adscritos a ninguna corriente histórica del movimiento comunista, se han remontado a los orígenes de nuestra teoría para encontrar la explicación materialista de las posteriores equivocaciones. Sus conclusiones no han sido cabalmente marxistas porque, en algunos casos, forzaron el análisis para justificar sus posiciones apriorísticas y, en los demás casos, no pudieron objetivamente llegar a más al carecer en su momento del “material enjuiciable” suficiente. Es ahora, con la definitiva conclusión del Ciclo de Octubre, que estamos en condiciones de hallar las soluciones a los problemas surgidos de la práctica histórica revolucionaria.

Entre dos ciclos

Esta es la posición que adopta el documento del Colectivo Fénix que publicamos en este número y que lo convierte en un análisis cualitativamente superior a todos los realizados anteriormente, abriendo el camino hacia la síntesis teórica de práctica histórica, hacia la solución imprescindible para la reanudación de la Revolución Mundial.

Aunque algunos de sus argumentos se hayan escuchado en el pasado, aquí ya no se pretende la idealización de unos y la demonización de otras personalidades de la Historia del Comunismo. Se lleva a cabo una crítica radical en el sentido de remontarse hasta las causas y condicionantes primigenios de los errores, incluyendo al propio Marx. Éste, junto con Engels, tienen algo de “culpa” de las desviaciones posteriores por la forma que adoptó su actividad adecuada a las necesidades de su tiempo. Los teóricos socialistas de entonces seguían la moda de imponer sus sistemas ideológicos y filosóficos idealistas al movimiento obrero, obstaculizando así su desarrollo. Los dos fundadores del socialismo científico arremetieron entonces contra la “ideología” y la “filosofía” para liberar la iniciativa de las masas, aunque, en la práctica, nunca dejaron de bregar por orientarlas de conformidad con su cosmovisión. Pero lo primero dio pié a que se reconociera como marxismo al espontaneísmo que corroe a la vanguardia hasta nuestros días.

El artículo del Fénix distingue el marxismo, como concepción del mundo, de la teoría construida históricamente bajo tal apelativo, lo que es tanto como indicarnos el camino hacia la rectificación completa de errores anteriores, recuperando la coherencia de la construcción teórica con la cosmovisión original. Como bien explica, el bolchevismo fue vanguardia en la lucha contra el revisionismo de la II Internacional, pero no fue capaz de romper del todo con él, de ir hasta el fondo para erradicarlo y evitar su resurrección, como asó ocurrió. Por ejemplo, el estrecho enfoque del Partido como mera organización del destacamento de vanguardia que acabó asumiendo -contradiciendo sus formulaciones iniciales y su práctica hasta los primeros años de la revolución-, ciertamente, fue una reacción pendular, además en condiciones de persecución policíaca, contra la tendencia de los economistas y luego de los mencheviques a fusionarse con las masas, pero a la baja, en buena parte, fue un reflejo de autodefensa de la vanguardia. Pero, lo que determinó definitivamente ese organizativismo fue el insuficiente y tardío deslindamiento con el concepto de partido de masas característico de la II Internacional y, en consecuencia, la tardanza en comprender la absoluta necesidad de primarla denuncia del revisionismo que representaba y de preparar la ruptura orgánica con la vieja organización. La vida de fracción inscrita dentro de un partido de masas asfixia, a la vez, la conexión con el marxismo genuino y la conexión con las masas. El bolchevismo obtuvo sus éxitos prácticos porque se emancipó del corsé de la vieja estructura partidaria. Pero, hacerlo tarde y apremiado por las necesidades inmediatas tuvo como consecuencias, primero, que se sacrificara la fusión con las masas para apuntalar la organización de la vanguardia y, segundo, que la renovación marxista de la doctrina socialista heredada se circunscribiera a los imperativos políticos del momento. Pasado ese momento, la tentación de echar mano del arsenal teórico socialdemócrata se volvía muy poderosa. Y no se trata de reprochar nada a los bolcheviques, sino de constatar que lo que, entonces, posiblemente no pudieron resolver más que a medias, hoy, no nos queda más remedio que completarlo.

El Colectivo Fénix da en el clavo cuando apunta a la teoría de las fuerzas productivas como concepción pseudomarxista de la que deriva el revisionismo. El bolchevismo nunca se liberó completamente de ella y acabó sacrificando por ella su veta revolucionario, desatendiendo la elevación de la conciencia de las masas y recurriendo, a cambio, a los viejos métodos burgueses para conseguir desarrollar las fuerzas productivas. Claro que este desarrollo es importante, pero debe abordarse sin convertir a las fuerzas productivas en un fetiche. Hay que restablecer su unidad dialéctica con las relaciones de producción y comprender: 1) que no son neutras; 2) que las fuerzas productivas de carácter social que necesita forjar el proletariado de un país atrasado no tienen por qué coincidir con la forma concreta con la que las ha desarrollado el capitalismo; 3) en una época de revolución social, la principal fuerza productiva es la transformación de las relaciones de producción, de las demás relaciones y de la conciencia.

El documento señala con acierto el verdadero actor de la restauración capitalista -la burguesía burocrática- y cómo se fortaleció a medida que el necesario recurso al capitalismo de Estado se fue confundiendo e identificando con el socialismo, y a éste como una sociedad sin contradicciones de clase. En la medida en que el socialismo es la transición revolucionaria al comunismo, si el capitalismo de Estado ayuda a ello, es también socialista, pero deja de ser una reminiscencia de la vieja sociedad que debe ser sustituida por relaciones nuevas, comunistas (cosa difícil cuando se ha dejado de reconocerlo como capitalismo).

A esto contribuyó la tergiversación de la distinción que Marx establece entre socialismo y comunismo como dos fases sucesivas de la revolución proletaria. Se interpretó que lo primero era el problema de la propiedad y que el socialismo era la apropiación de los medios de producción por el Estado proletario, dejando para la etapa comunista la revolucionarización de las relaciones sociales, particularmente, la supresión de la división social del trabajo. NO sólo la burguesía burocrática quedaba a salvo de la crítica del proletariado revolucionario, sino que éste dejaba intactas las condiciones sociales que permitían a aquélla recuperar desde el Estado su dominación de clase y restaurar plenamente el capitalismo.

El trabajo del Colectivo Fénix demuestra que la paulatina reducción de la sociedad soviética hacia el capitalismo, por parte de Stalin, no es responsabilidad exclusiva suya. Es más, posiblemente el aumento de la represión política desde mediados de los años 30 se deba a un intento desesperado por conjurar las fuerzas burguesas que él mismo convocó a su pesar. Stalin heredó una línea ideológica y política con desviaciones burguesas, no fue capaz de corregirlas, se dejó llevar por ellas y acabó desarrollándolas hasta su final lógico. Él no participo en la elaboración de las bases teóricas del marxismo en Rusia. Se incorporó al POSDR cuando ya estaban establecidas, las estudió como un resultado y no a través de un proceso de lucha de dos líneas. Fue además destinado a actividades prácticas. Estos hechos mueven a cuestionarse el carácter de la formación de cuadros en el partido bolchevique, para evitar en lo sucesivo la reproducción inconsciente de lo erróneo.

A la muerte de Lenin, impulsó la realización del programa del Partido, con lo que éste tenía de acertado y de incorrecto, y le añadió equivocaciones de su propia cosecha. Debemos analizar los aspectos negativos de su política y remontarnos hasta las raíces de los mismos para Reconstituir el Comunismo sobre bases enteramente marxista, proletarias.

La Comuna de París fue la primera revolución proletaria, no se orientó por el marxismo y fracasó. El Ciclo de Octubre de la Revolución Proletaria Mundial fue mucho más lejos porque sé basó en el marxismo-leninismo, pero también fracasó porque el Partido Comunista arrastró concepciones espurias, de matriz burguesa, de sus orígenes. Ahora, estamos en condiciones de restablecer el marxismo-leninismo desde su concepción del mundo, liberándolo de las viejas ataduras porque la práctica histórica las puso al descubierto. Ya no tenemos derecho a fracasar.

El Comité Central, diciembre de 2003

Notas:

[1] Los ideólogos burgueses suelen equiparar este período con el “estalinismo” por el grado de violencia y porque la acción consciente del Partido contrarió el curso natural de las cosas, el cual no puede ser más que burgués cuando la revolución todavía no ha alcanzado a destruir las bases que heredó: producción mercantil, división social del trabajo, vieja superestructura cultural, etc. Sin embargo, la motivación principal no puede ser más dispar: las ofensivas revolucionarias estalinianas ( industrialización, colectivización campesina, planes quinquenales, purgas, etc.) van enfiladas a remover lo que obstaculiza el libre desarrollo de las fuerzas productivas, el cual se concibe como garante automático del avance hacia el Comunismo, mientras que las ofensivas revolucionarias maoístas tienen por objetivo principal la transformación de las relaciones de producción, de las relaciones sociales en general y de la concepción del mundo de las masas como contenido del tránsito al Comunismo. En ambos casos, la lucha de clases es el medio, pero, en el primero, predominan como objetivo los intereses inmediatos de la clase obrera, los cuales pueden coincidir y confundirse con los de alguna capa burguesa en desarrollo, hasta llegar ésta a suplantar la dirección del proceso desviándolo hacia sus propias metas como clase, en segundo caso, en cambio, prevalecen los intereses finales o esenciales del proletariado como clase social históricamente determinada, lo que equivale a concebirla en su existencia concreta a la vez como sujeto y objeto de la revolución, y a concebir a ésta precisamente como el proceso de autotransformación de la Clase hasta emanciparse plenamente de la vieja concepción del mundo y forjarse una nueva.