Kursk:

La tumba de la Alemania hitleriana

 

Con cada efeméride de acontecimientos que, aunque por poco que sea, tienen algo que ver con el marxismo o con el socialismo, la burguesía lanza a sus ideólogos y apologistas a la labor de manipular y tergiversar. La Segunda Guerra Mundial y la participación de la Unión Soviética en ella son un terreno especialmente fértil en este aspecto.

Este verano se ha cumplido el 60 aniversario de la gigantesca Batalla de Kursk, la mayor batalla de la historia y donde quedó sellado el resultado de la Segunda Guerra Mundial y la suerte del III Reich.

En ciertos medios burgueses se han hecho eco de este aniversario, vertiendo sobre él su habitual manto de falsedad, a saber, que Kursk fue una derrota alemana y no una victoria soviética, que donde realmente se ganó fue en las playas de Sicilia por la providencial intervención de los anglo norteamericanos… y demás falacias.

Nuestro deber debe ser criticar implacablemente los errores y desviaciones de los que nos antecedieron en la labor de la transformación del mundo, pero también debemos defender y sentirnos orgullosos de los gloriosos logros de nuestros predecesores: la victoria sobre el nazifascismo en la Segunda Guerra Mundial es uno de ellos.

 

Antecedentes de la batalla

El segundo gran conflicto imperialista de la historia se inició, abiertamente, ya que las maniobras de posicionamiento de los imperialistas ya venían de largo y habían causado enormes sufrimientos a los pueblos (entre ellos el español), en septiembre de 1939.

Los imperialistas alemanes, en una serie de fulminantes campañas y en menos de dos años, conquistaron Polonia, Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Yugoslavia y Grecia, habían puesto pie en África y golpeado a sus contendientes imperialistas británicos.

La táctica alemana, bautizada como Blitzkrieg (guerra relámpago), consistente en el audaz uso de unidades acorazadas con fuerte apoyo aéreo, que se internaban profundamente en la retaguardia enemiga, colapsando sus comunicaciones y, finalmente, todo el aparato estatal; se ha convertido, en sus líneas maestras, en la táctica imperialista por excelencia: despliegue de enormes medios técnicos y rapidez para evitar que las consecuencias de la guerra se hagan notar en la propia potencia imperialista (se pueden observar los paralelismos con la reciente invasión imperialista de Irak).

La guerra tomó un cariz radicalmente distinto a partir del 22 de junio de 1941 con la invasión alemana de la URSS. La forzosa entrada en la guerra interimperialista del Estado Soviético, ampliaba la dimensión del conflicto. Ya no era sólo una lucha entre los rapaces imperialistas por repartirse el mundo, ahora se trataba también de aplastar al país que con la toma del poder por parte del proletariado, la movilización de las masas y sus planes quinquenales durante la década anterior habían empezado a socavar los cimientos del orden capitalista. Las órdenes de Hitler para eliminar físicamente a los comisarios políticos y a la intelectualidad marxista, así como que se olvidara cualquier noción de camaradería militar, sazonado todo esto con un brutal racismo antieslavo, son muestra plausible de esta nueva dimensión y de la brutalidad genocida del imperialismo. El nombre de la operación también era sintomático: Barbirroja, apodo del emperador germánico Federico I que durante el siglo XII había ampliado las fronteras del Sacro Imperio a costa de los eslavos.

En un principio, la campaña se desarrolló muy bien para los alemanes, que parecían destinados a repetir los éxitos de los dos últimos años. El Ejército Rojo sufrió millones de bajas en estos primeros meses de guerra, incluido uno de los hijos de Stalin, capturado prisionero. Sin embargo, en estos meses triunfantes, los alemanes ya advertían detalles que avisaban del diferente carácter de esta guerra: las tropas soviéticas cercadas, a diferencia de las occidentales en las anteriores campañas, no se rendían y continuaban resistiendo denodadamente; los soldados soviéticos aislados por el avance alemán no se desbandaban y lanzaban ataques y emboscadas contra la retaguardia nazi, posteriormente en esta retaguardia se organizaría un movimiento guerrillero de enormes dimensiones. Por último, y más técnicamente, los alemanes descubrieron, para su sorpresa, ya que imbuidos por la propaganda racista nazi consideraban a los eslavos seres inferiores, que estos habían desarrollado carros de combate que superaban ampliamente sus propios modelos: nos referimos al legendario T-34, el carro más extraordinario de toda la Segunda Guerra Mundial.

Las pérdidas alemanas, en su avance, también aumentaban de forma alarmante. Para octubre de 1941, los nazis habían puesto sitio a Leningrado (ciudad que resistiría sin rendirse hasta su liberación durante casi tres años, a pesar de las órdenes de Hitler de aplastar a la ciudad que representaba la cuna de la Revolución de Octubre), y lanzaban su gran ofensiva contra Moscú. Esta ofensiva avanzó muy lentamente o simplemente se empantano ante la enconada defensa soviética. El freno del avance alemán en octubre antes de la llegada de las nieves, por sí sólo, refuta la propaganda burguesa de que quien realmente paró a la Wehrmacht (ejército de tierra alemán) fue el invierno y no las armas del Ejército Rojo. En Moscú, se organizaron milicias obreras, que heroicamente frenaron el avance de las poderosas divisiones panzer (acorazadas). Stalin encabezó el valor generalizado del pueblo soviético permaneciendo en la ciudad, a pesar de que a finales de noviembre, los exploradores alemanes alcanzaban a avistar las torres del Kremlin. En este momento, el Ejército Rojo lanzó su gran contraofensiva. Hitler y los generales imperialistas quedaron atónitos, no entendían la enorme capacidad de resistencia del pueblo soviético. En anteriores campañas, como por ejemplo Francia, más que una aplastante derrota militar se había producido un derrumbamiento político. La clase dominante francesa había preferido permitir la ocupación alemana antes de arriesgarse a armar a las masas trabajadoras para librar una consecuente guerra de resistencia, pues ya conocemos el terror que siente la burguesía ante las masas armadas. Además, el proletariado francés ¿se hubiera levantado masivamente para defender “su” orden burgués?

Hitler, cegado por su conciencia ultrarreaccionaria (había descrito el socialismo soviético como “una barraca podrida a la que bastará patear la puerta para que todo el edificio se derrumbe”) no podía ver que eran las masas soviéticas las que se movilizaban para defender lo que ellas habían construido en los lustros anteriores.

La contraofensiva soviética cayó como un chaparrón sobre los alemanes, obligándoles retroceder cientos de kilómetros. Al final de la batalla, en abril de 1942, las pérdidas alemanas superaban el millón de hombres. Por primera vez, la Blitzkrieg había sido derrotada.

A pesar de la derrota, los alemanes conservaban la iniciativa y su estrategia para 1942 era ofensiva. La ausencia de un segundo frente importante (salvo en el ridículo frente norteafricano, donde los alemanes tenían 4 divisiones, Alemania no tenía ningún compromiso importante y podía desplegar más de 200 divisiones en la URSS) permitió al OKW (Estado Mayor alemán) enviar nuevas reservas a Rusia.

La estrategia de los imperialistas anglonorteamericanos continuaba siendo, como dijo Mao, “contemplar la pelea de los tigres desde la cumbre”, es decir que alemanes y soviéticos continuaran desgastándose mutuamente para intervenir luego y quedar como completos vencedores y dueños del continente sin apenas pérdidas. Sólo la amenaza de una Europa liberada por el Ejército Rojo hará que intervengan masivamente en 1944. Al frente italiano nos referiremos posteriormente.

Volviendo a la URSS, el objetivo alemán era ahora el control de los campos petrolíferos del Cáucaso. El hecho de que los alemanes sólo pudieran concentrarse en la zona sur del enorme frente ruso y no lanzar una ofensiva generalizada, como en 1941, es una muestra más del desgaste sufrido por la Wehrmacht a manos del Ejército Rojo.

La nueva ofensiva alemana se inició en mayo de 1942. Las tropas nazis avanzaron rápidamente, pero esta vez no se consiguieron grandes embolsamientos de tropas soviéticas. El fugaz avance alemán era, más que un signo de fortaleza, un indicativo de la mayor experiencia combativa del Ejército Rojo, que evitaba los intentos alemanes de cerco mediante hábiles retiradas.

Sin embargo, los soviéticos se encontraban muy presionados. Los alemanes avanzaban en dos frentes: uno se internaba en el Cáucaso y otro, más al norte, avanzaba hacia el río Volga, hacia una ciudad llamada Stalingrado.

Los nazis llegaron a los arrabales de Stalingrado en agosto. Ya en julio se había cursado la famosa orden nº 227:”Ni un paso atrás”. La batalla tomó un encarnizamiento cada vez mayor. En un principio, el plan alemán sólo contemplaba el avance hacia la ciudad como cobertura del avance principal hacia el sur, hacia el corazón del Cáucaso. No obstante, el Estado Mayor alemán se obsesionó cada vez más con la toma de la ciudad, destinando a este campo de batalla más y más recursos.

La estrategia soviética consistía en mantener a los alemanes atados en los combates casa por casa en Stalingrado con las mínimas tropas propias posibles para mantener sus posiciones en la ciudad mientras concentraban tropas en los flancos de la posición alemana para, en una maniobra de pinza, aislar la 6º ejército alemán que combatía en las ruinas de la ciudad. Los soviéticos pasaron momentos de verdadero apuro con el peligro de verse arrojados al Volga. Los soldados rojos que defendían Stalingrado acuñaron un lema: “No hay tierra para nosotros más allá del Volga”.

La estrategia soviética tuvo éxito. Una gran ofensiva desde los flancos en noviembre del 42 consiguió aislar a los 300.000 soldados del 6º ejército, que capituló a finales de enero de 1943.

Las subsiguientes ofensivas del Ejército Rojo expulsaron a los alemanes del Cáucaso e hicieron retroceder a los alemanes en Ucrania.

Cuando el frente se estabilizo a finales de marzo de 1943, 26 divisiones habían sido borradas del orden de batalla del ejército alemán, Las reservas humanas de los nazis sólo permitían reemplazar la mitad de las bajas sufridas.

Mientras tanto, el oeste de Europa permanecía tranquilo (salvo la actividad de los bombarderos anglonorteamericanos) sin ningún tipo de operación terrestre a gran escala por parte del bloque imperialista occidental.

La batalla de Kursk

Tas la desastrosa campaña de Stalingrado, los imperialistas alemanes reconocieron que ya no era posible la derrota militar de la Unión Soviética. Su esperanza era, mediante ataques limitados, forzar a la URSS a algún tipo de acuerdo político.

El nuevo frente dibujaba un saliente, de la mitad del tamaño de Inglaterra, en forma de puño que se proyectaba desde las líneas soviéticas y con base en la ciudad de Kursk. El plan alemán era destruirlo mediante un ataque en pinza desde el norte y el sur. Este plan fue bautizado como “Ciudadela”. Los nazis esperaban grandes resultados de esta operación: la destrucción de numerosas unidades acorazadas soviéticas y la captura de gran número de prisioneros que serían enviados a Alemania como trabajadores esclavos en la industria bélica (muchos de los hombres usados para reponer las pérdidas de la campaña de invierno habían sido sacados de las fábricas de armamento).

En un monumental esfuerzo, la industria alemana proveyó a su ejército de más de 2000 tanques para sumarse a los que ya estaban desplegados en el frente en preparación de la nueva ofensiva. Entre estos se encontraban nuevos modelos como los Panther o los Tiger, más blindados y con cañones de mayor calibre que superaban a los carros soviéticos existentes. Con su habitual fe ciega en la técnica, los generales imperialistas confiaban en que estas nuevas armas les concederían la victoria. Para el ataque, los nazis concentraron cerca de una cincuentena de divisiones con lo mejor de sus unidades acorazadas, totalizando más de 2700 blindados.

Hitler aplazó varias veces la fecha de la ofensiva hasta acumular el número suficiente de estas nuevas armas. Los historiadores burgueses suelen achacar a este retraso una de las principales causas de la derrota alemana. El especialista militar Mark Healy, poco sospechoso de simpatías hacia la Unión Soviética, en su libro Kursk , es bastante claro en este aspecto:

“El hecho de que no se lograra esta rapidez (en atacar) - retraso tras retraso, hasta que la primavera paso a ser pleno verano de 1943- se ha expuesto con demasiada frecuencia como el motivo del fracaso de Hitler, suponiendo que él era el árbitro de los acontecimientos que iban a producirse. Pero la realidad es que el fracaso de ‘Ciudadela' estaba asegurado a causa de las decisiones tomadas en Moscú muchos meses antes de que los panzer rodaran por fin, cruzando sus líneas de partida en julio.”

Desde marzo el STAVKA (Estado Mayor soviético) sospechaba que el saliente de Kursk fuera un objetivo alemán.

Stalin y el STAVKA llegaron a la conclusión de que era más ventajoso no anticiparse con una ofensiva propia y, en lugar de ello, fortificar el saliente.

Las defensas construidas de abril a junio de 1943 en el área de Kursk difícilmente puedan encontrar parangón en la historia. El Partido Comunista movilizó a las masas (en junio estaban trabajando en la construcción de defensas más de 300.000 personas) que construyeron 8 líneas defensivas con la pasmosa profundidad de 150 kilómetros. Las minas se tendieron (con una densidad en algunos puntos de 17.000 artefactos por kilómetro cuadrado) de forma que canalizaran los ataques de las columnas alemanas hacía “puntos de resistencia” con artillería, dispuestos en forma de tablero de ajedrez. En total, el Ejército Rojo dispuso cerca de 27.000 piezas de artillería. Además había concentraciones de tanques, desplegados escalonadamente, para contraatacar los avances alemanes. Nunca, en los dos años de campaña, la Unión Soviética había estado tan bien preparada para recibir una ofensiva alemana.

El ataque alemán se inició con una tremenda barrera de artillería (sólo en esta barrera, los alemanes dispararon más proyectiles que en las campañas polaca y francesa juntas) la madrugada del 4 de julio de 1943. La táctica alemana consistía en aplastar las defensas soviéticas con bombardeos artilleros y aéreos y después se lanzaba la infantería para aniquilar a los supervivientes y despejar el paso a los tanques. Sin embargo, la sorpresa de la infantería alemana al comprobar que las defensas soviéticas habían resistido admirablemente el bombardeo, se convirtió en terror cuando se encontraron fijados en campo abierto y centrados por el fuego de la artillería y de los infantes soviéticos enterrados y atrincherados. Los ataques de los tanques tuvieron poco más éxito. Los soldados rojos dejaban que los poderosos panzer pasaran por encima de sus trincheras para luego salir y arrojar granadas y cócteles molotov sobre las tapas de los motores. Otros muchos carros fueron destruidos por las minas y la artillería. Salvo en zonas puntuales, el ataque alemán quedó clavado en sus puntos de partida ese primer día. El precio pagado por los alemanes por tan parcos éxitos fue de 300 tanques y 15.000 hombres.

Esta fue la tónica que marco la batalla los días siguientes: cohortes de tanques alemanes cargaban contra las trincheras y carros soviéticos, siendo rechazados varias veces, para al final tomar la posición con espeluznantes pérdidas. Así, las divisiones panzer, el arma favorita de los imperialistas alemanes y columna vertebral del ejército nazi, iban fundiéndose en este gigantesco horno, académicamente llamado Batalla de Kursk.

A la semana de batalla, el avance alemán en el norte del saliente quedó completamente detenido a la altura del pequeño pueblo de Ponyri. La toma de la escuela de este pueblo le costó a los alemanes más muertos que conquistar Dinamarca. En una semana, y sólo en el norte del saliente, los alemanes habían perdido 400 carros y 50.000 hombres.

En el sur, el avance alemán proseguía a paso de tortuga y con enormes pérdidas. La división nazi de elite Grossdeutschland (Gran Alemania) perdió 230 de sus 300 blindados en una tarde

El día 10 de julio se produjo el desembarco anglonorteamericano en Sicilia. Este acontecimiento es el principal argumento de los especialistas burgueses, para, falazmente, intentar desprestigiar las armas de Ejército Rojo y argüir que el resultado de la gigantesca Batalla de Kursk se decidió en las escabrosas tierras de Sicilia al obligar a Hitler a frenar la ofensiva en Rusia para enviar tropas a Italia.

Lo cierto es que el mero orden cronológico de los acontecimientos refuta esta tesis. Si Hitler hubiera quedado tan consternado por la invasión anglonorteamericana de Sicilia como defienden los especialistas burgueses, se deduce que hubiera ordenado la detención de la ofensiva y habría sacado inmediatamente tropas del frente del Este para enviarlas a la isla mediterránea. Lo cierto es que la ofensiva no se detuvo y, es más, alcanzó su punto culminante en los días siguientes a la fecha del desembarco, el 10 de julio: el día 11los alemanes realizaron su último, y también fracasado, intento de romper las defensas soviéticas al norte del saliente. En el sur del mismo, el lento avance nazi proseguía culminando en el mastodóntico encuentro acorazado en las inmediaciones del pueblo de Prokhorovka, la mayor batalla de blindados de la historia.

Además, otro punto a tratar es la importancia del frente italiano. Un número importante de divisiones que presionaban en Rusia, no fueron retiradas hacia la Península Itálica, de hecho, Sicilia fue defendida por menos de media docena de divisiones germánicas. En el momento de mayor apogeo del frente italiano se encontraban comprometidas aquí una veintena de unidades alemanas, menos, por ejemplo, de las que se encargaban de mantener el cerco sobre Leningrado, zona secundaria dentro del propio frente del Este.

A la luz de todo esto, se despeja la niebla de sofistería y mentiras de la burguesía y se llega a una incontestable conclusión: quien derrotó a la Alemania nazi fue la Unión Soviética.

Acabemos ahora con el relato de la batalla. Con el avance en el norte totalmente detenido, los alemanes hicieron en el sur su último intento de ganar la batalla. Los nazis tenían que conquistar el pueblecito de Prokhorovka para partir en dos las defensas rojas en la zona sur, dejarlas a sus espaldas y avanzar por terreno despejado hacia Kursk. Para esta operación los nazis iban a usar a sus tropas escogidas: el cuerpo panzer de las SS, con 600 blindados.

El Ejército Rojo envió al sur al 5º ejército blindado de la Guardia, con 900 carros. Esta superioridad numérica de los soviéticos estaba sobradamente compensada por el superior blindaje y potencia de fuego de los tanques pesados nazis.

El 12 de julio estas dos enormes falanges blindadas se enfrentaron en las cercanías de Prokhorovka. Los T-34 debían que acercarse lo más posible a los pesados tanques nazis ya que a larga distancia eran estos las que tenían las de ganar. Algunos carros soviéticos llegaron a embestir a sus oponentes, estallando ambos blindados en enormes haces de llamas. Al final de la jornada, 300 tanques nazis ardían sobre el campo de batalla. A costa de enormes pérdidas habían parado el avance alemán en el sur. El 14 de julio, después de haber perdido 1500 tanques, Hitler dio orden de finalizar la ofensiva. Ese mismo día se desencadenó la contraofensiva soviética que enseguida eliminó los escasos éxitos obtenidos por los alemanes. A finales de año, el Ejército Rojo había liberado la mayor parte de Ucrania. Las ofensivas soviéticas ya no pararían hasta que la bandera roja de la victoria ondeó en Berlín sobre el Reichstag.

Estos son los dos hechos fundamentales que convierten a Kursk en la batalla decisiva de la Segunda Guerra Mundial: la destrucción de las divisiones blindadas, columna vertebral del ejército imperialista alemán y la ganancia por parte de los soviéticos de la iniciativa estratégica. Hay una máxima militar que viene a decir que el ejército que pierde la iniciativa está condenado a esperar su destrucción. Esto es lo que le sucedió a la máquina de guerra nazi.

Cambios en el Ejército Rojo

Por último, y aunque no sea el cometido de este artículo, hemos querido dejar un pequeño espacio para señalar los cambios en el Ejército Rojo y que, aunque ya venían de largo, se aceleraron durante el año 1943. La crítica total, mucho más vasta y profunda, debe ser realizada en el futuro. Estas modificaciones acercaban, cuando no colocaban totalmente la concepción burguesa de la guerra en el Ejército Rojo.

El proletariado tiene una concepción del mundo propia, totalmente diferente de la burguesa, por lo cual, es natural que ambas clases tengan también concepciones diferentes de la forma de librar la guerra, además de que la burguesía y el proletariado hacen la guerra por metas diametralmente diferentes: El proletariado la hace como medio para su propia liberación y para la emancipación de la humanidad del yugo de la sociedad clasista. Esta verdad fundamental cualquier revolucionario debe ponerla en primer plano.

Si la guerra es la política por otros medios, una guerra de liberación o revolucionaria es la continuación por otros medios de una política revolucionaria. El medio, el ejército, para librar esta lucha no puede ser cualquier ejército, sus soldados tienen que tener una gran conciencia política, ser luchadores conscientes y sabedores de la justeza de su lucha. Es por ello necesario un trabajo político entre los soldados y para esto es fundamental la presencia y dirección del partido revolucionario, del Partido Comunista. Sin embargo, vemos que en el Ejército Rojo de este periodo, la verdadera dirección y presencia del Partido (salvo testimonialmente) y el trabajo político entre los soldados brillan por su ausencia. En el libro de Healy, antes mencionado podemos leer:

“Se evitaron los eslóganes políticos, ya que se consideraban sustitutivos del ‘arte de la guerra'. Ya no seguía siendo el caso, sin duda, de que los alemanes describieran al Ejército rojo como sencillamente una banda de paisanos uniformados.”

Estos y otros cambios (la total pérdida de importancia del comisario político, la reintroducción de denominaciones y uniformes de tipo zarista que denotan la invasión del chovinismo granruso…), alabados por los especialistas burgueses, son una muestra de la concepción burguesa de la guerra en el Ejército Rojo. La guerra se convierte cada vez más en asunto de los militares, cuando ya incluso desde Clausewitz se ha dejado sentado que la guerra es un acto social. Por lo tanto la guerra es un asunto de la sociedad y está intrínsecamente unida, tanto en los objetivos como en la manera de librarla, a la sociedad. En la sociedad burguesa, marcada por la división social del trabajo, es normal que sean los militares quienes se encarguen de la guerra, sin embargo, en una sociedad socialista esto no debería ser así.

A pesar de estas desviaciones, no queremos comparar al Ejército Rojo con las fuerzas armadas de los imperialistas. La liberación de media Europa por él favoreció, aunque por breve tiempo, procesos progresistas, mientras que en el oeste del continente, simplemente se sustituyó una forma de dominación del capital por otra.

César Arnaiz.