Como
hemos visto, la proyección internacionalista que debe contener toda correcta
política nacional del proletariado constituye la primera premisa política de
constitución de la clase obrera en clase internacionalmente organizada. A
lo largo de su historia el proletariado ha demostrado esta vocación de clase
mundial, y a lo largo de la historia también ha sufrido derrotas y el
desmoronamiento de su organización internacional por antonomasia. Hoy día
vivimos uno de estos periodos de retroceso general de la clase, por lo que los
comunistas deben incluir entre sus tareas inmediatas, junto a la Reconstitución
de los partidos de vanguardia de sus distintos países, la Reconstitución de la
Internacional proletaria. Sin embargo, en la época en que nos situamos, cuando
tiene lugar el importante debate sobre la cuestión nacional en el seno de la
socialdemocracia de Rusia del que hasta aquí hemos expuesto sus aspectos
ideológicos y políticos más importantes, así como las circunstancias históricas
que lo rodearon, la Internacional Obrera (conocida como II Internacional o
Internacional Socialista) pasaba por uno de sus períodos de mayor prestigio
y reconocimiento -tanto por parte de sus amigos como de sus enemigos- de su
historia. Pero pronto se demostraría que todo era puro espejismo. El cenit de
su prestigio fue, en realidad, la víspera de su bancarrota.
El
28 de julio de 1914, Austria declaraba la guerra a Serbia. En pocos días, toda
Europa estaba envuelta por la vorágine bélica. Los dirigentes de
los partidos socialistas europeos y sus parlamentarios, rompiendo con el
internacionalismo proletario, apoyaron a sus respectivos gobiernos votando los
créditos de guerra y justificando la guerra patria o la guerra
defensiva. Apoyando a sus respectivas burguesías contra el
proletariado, señalaron la bancarrota de la Internacional. En lo
concerniente a los intereses revolucionarios del proletariado, ésta fue la
primera consecuencia de la gran guerra. Pero hubo más.
La
primera guerra mundial entre las potencias imperialistas puso abiertamente de
manifiesto, y como algo tan ineludible como indudable, los nuevos rasgos que
presentaba el capitalismo, su nuevo aspecto económico y político, su
cristalización en imperialismo. Necesariamente, esto tenía que acarrear
consecuencias en la relativa transformación del carácter de las relaciones
entre las naciones y, sobre todo, en el cambio en la correlación de fuerzas
entre las clases a nivel global.
Efectivamente,
en primer lugar, "lo más esencial e inevitable bajo el imperialismo":
"la división de las naciones en opresoras y oprimidas" ([1]).
Si en la etapa anterior, en la etapa de ascenso de la burguesía, las naciones
podían ser separadas en democráticas -que están llevando o han llevado a
cabo la revolución burguesa- y reaccionarias -que aplastan la revolución
dentro y fuera de sus fronteras (como Rusia entre 1848 Y 1905)-, en la etapa de
ocaso del capitalismo, en su etapa imperialista, cuando sus tentáculos han sido
extendidos a lo largo y ancho del planeta, organizando a su manera las
relaciones de jerarquía y hegemonía económica y política entre las naciones,
bien puede decirse que la semilla de la relación capitalista de producción, que
divide al productor en propietario y trabajador, en explotador y explotado, en
opresor y oprimido, se extiende germinada como una frondosa y espesa hojarasca
que cubre toda la Tierra y divide a las naciones en explotadoras y explotadas,
en opresoras y oprimidas. De esta manera, el proceso revolucionario cambia de
perspectiva. La revolución ya no puede concebirse más que desde un enfoque
global, ya no desde la lucha de clases nacional, sino desde el escenario
internacional. Lo cual, naturalmente, no significa que la revolución proletaria
tenga que ser permanente: universal, simultánea y obrera, como
dicen los trotskistas. Al contrario, la revolución es un proceso universal que
va avanzando paso a paso en función de la correlación de fuerzas entre las
clases y las naciones en todo el mundo. A diferencia de la
revolución burguesa, que se realizaba mediante un acto o un proceso
independiente, la revolución proletaria es un proceso mundial que engloba la
suma de muchos actos. En este sentido y desde el punto de vista precisamente de
la valoración de esa nueva correlación de fuerzas entre las clases y las
naciones, adquiere oran importancia el análisis internacional de la lucha de
clases. En 1916, en plena conflagración mundial, Lenin realiza este
análisis, válido para su época, pero que, naturalmente, es preciso actualizar
en sus aspectos concretos:
"Primero,
los países capitalistas avanzados de Europa Occidental y los Estados Unidos. En
ellos han terminado hace mucho los movimientos nacionales burgueses de
tendencia progresista. Cada una de estas 'grandes' naciones oprime a otras
naciones en las colonias y dentro del país. Las tareas del proletariado de las
naciones dominantes son allí exactamente las mismas que tenía en Inglaterra en
el siglo XIX en relación con Irlanda.
Segundo,
el Este de Europa: Austria, los Balcanes y, sobre todo, Rusia. Precisamente el
siglo XX ha desarrollado en ellos de un modo singular los movimientos
nacionales democráticos burgueses y ha exacerbado la lucha nacional. Las tareas
del proletariado de esos países, tanto en la culminación de sus transformaciones
democráticas burguesas como en la ayuda a la revolución socialista de otros
Estados, no pueden ser cumplidas sin defender el derecho de las naciones a la
autodeterminación. En ellos es singularmente difícil e importante la tarea de
fundir la lucha de clase de los obreros de las naciones opresoras y de los
obreros de las naciones oprimidas.
Tercero,
los países semicoloniales, como China, Persia y Turquía, y todas las colonias,
que suman juntos cerca de 1.000 millones de habitantes. En ellos acaban
empezar, en parte, los movimientos democráticos burgueses y, en parte, están
lejos de haber terminado. Los socialistas no deben limitarse a exigir la
inmediata liberación absoluta, sin rescate, de las colonias, reivindicación
que, en su expresión política, significa precisamente el reconocimiento del
derecho a la autodeterminación; los socialistas deben apoyar con la mayor
decisión a los elementos más revolucionarios de los movimientos democráticos
burgueses de liberación nacional en dichos países y ayudar a su insurrección
-y, llegado el caso, a su guerra revolucionaria- contra las potencias
imperialistas que los oprimen" ([2]).
Este
análisis, empero, sigue siendo válido en cuanto al lineamiento general de
fuerzas. Efectivamente, el proletariado de los países imperialistas debe, como
"en Inglaterra en el siglo XIX", apoyar el derecho de
autodeterminación de las naciones oprimidas y preparar la torna del poder. En
los países con una lucha de clases menos desarrollada y con tareas democráticas
pendientes. el proletariado debe dirigir las transformaciones necesarias
encabezando los movimientos democráticos de liberación nacional contra las
potencias imperialistas. En el caso -cada vez menos probable- de que el
desarrollo de las fuerzas productivas y de la lucha de clases no permitan la
presencia de un proletariado mínimamente organizado, los elementos conscientes
de esta clase deben sumarse a la lucha revolucionaria antiimperialista. Por lo
tanto, resumiendo, son dos campos fundamentos los que se enfrentan: el imperialismo,
por un lado, y el proletariado y las naciones oprimidas, por el otro. El
movimiento revolucionario de este segundo bloque político es lo que llena de
contenido el proceso que se denomina Revolución Proletaria Mundial, revolución
que no puede ser dirigida más que por la expresión de la unidad internacional
de la clase revolucionaria de vanguardia, la Internacional Comunista.
Aunque
Marx ya definió la Revolución Proletaria Mundial como derivación de la ley
general de acumulación capitalista que él formuló, es decir, de la
progresiva separación a gran escala entre burgueses y proletarios, en el
sentido de que el proceso revolucionario consistiría en el enfrentamiento
directo de estas dos fuerzas, evidentemente, y dado el escaso desarrollo del
capitalismo y de la lucha de clase del proletariado de su tiempo, Marx no podía
definir más que el contenido, no la forma de ese proceso. La experiencia
actual nos permite distinguir entre el contenido social (proletario) -tal y
como genialmente adelantó Marx- y la forma del movimiento revolucionario hacia
el Comunismo (que debe resolver tanto ,democráticas como socialistas). Hoy,
sólo el trotskismo permanece incapaz para distinguir forma y contenido en la
revolución; sólo el trotskismo sueña con la revolución obrera pura ([3]).
El
principio de autodeterminación nacional adquiere, de este modo, un contenido
nuevo en la época del imperialismo. Si antes de la guerra imperialista era una
reivindicación principalmente democrática que el proletariado incluía dentro de
su programa revolucionario por motivos tácticos, como medio para profundizar en
el deslindamiento de los campos entre las clases para favorecer el desarrollo
de su lucha de clase -bien como reivindicación contra la opresión de tipo feudal
o colonial, bien para aclarar la lucha de clase proletaria en las
naciones oprimidas, ahora esa reivindicación adopta un contenido proletario,
pues, como vemos, la cuestión nacional deja de ser un problema independiente,
que atañe sólo a un determinado pueblo en un determinado momento, y pasa a ser
un asunto que atañe directamente al bloque de fuerzas revolucionarias modernas
-el proletariado y las naciones oprimidas-, pues constituye la ligazón, el
sello de la alianza que los une en el plano internacional contra el
enemigo común, el imperialismo: máxima expresión de la explotación capitalista,
para el proletariado, y máxima expresión de la opresión nacional, para los
pueblos oprimidos. En este sentido, Lenin advertía ya en 1916 que:
"(...)
la necesidad de proclamar y hacer efectiva la libertad de todos los
pueblos oprimidos (es decir, su derecho a la autodeterminación) será tan
imperiosa en la revolución socialista como lo fue para la victoria de la
revolución democrática burguesa (...)" ([4]).
"Los
socialistas no pueden alcanzar su magno objetivo sin luchar contra toda
opresión de las naciones. Por eso deben exigir obligatoriamente que los
partidos socialdemócratas de los países opresores (sobre todo, los de las
llamadas 'grandes' potencias) reconozcan y defiendan el derecho de las naciones
oprimidas a la autodeterminación. Y precisamente en el sentido político de esta
palabra, es decir, el derecho a la separación política. El socialista de una
gran potencia o de una nación poseedora de colonias que no defienda este
derecho será un chovínista. (...).
El
imperialismo es una época de opresión creciente de las naciones del mundo
entero por un puñado de 'grandes' potencias, en virtud de lo cual la lucha por
la revolución socialista internacional contra el imperialismo es imposible si
no se reconoce el derecho de las naciones a la autodeterminación. 'El
pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre' (Marx y Engels). Un
proletario que acepte la menor violencia de 'su' nación sobre otras naciones no
puede ser socialista" ([5]).
¿Pero
cuál es el trasfondo clasista de este nuevo realineamiento de fuerzas
propio de la época imperialista?. Precisamente, este realineamiento viene
determinado por la deserción en masa y su paso al campo imperialista de los
socialistas chovinistas en toda Europa. En la práctica, la II
Internacional en pleno (exceptuando, claro está. su pequeña ala izquierda,
encabezada por el bolchevismo).
"Por socialchovinismo entendemos la aceptación de la idea
de la defensa de la patria en la presente guerra imperialista, la justificación
de la alianza de los socialistas con la burguesía y con los gobiernos de 'sus'
países en esta guerra, la renuncia a propugnar y apoyar las acciones
revolucionarias del proletariado contra 'su' burguesía, etc. Es evidente que el
principal contenido ideológico y político del socialchovinismo coincide en un
todo con las bases del oportunismo. Es siempre la misma corriente.
En las condiciones de la guerra de 1914-1915, el oportunismo engendra
precisamente el socialchovinismo. Lo principal en el oportunismo es la idea de
colaboración entre las clases. La guerra lleva esta idea a su fin lógico,
añadiendo a los factores y estímulos ordinarios de la misma otros muchos
extraordinarios y obligando a la masa amorfa y dividida, con violencias y
amenazas particulares, a colaborar con la burguesía. (...).
El oportunismo es el sacrificio de los intereses vitales de
las masas en aras de los intereses momentáneos de una minoría insignificante de
obreros o, dicho en otros términos, la alianza entre una parte de los obreros y
la burguesía contra la masa proletaria. La guerra hace que esta alianza sea
tanto más patente y forzosa. El oportunismo se ha ido incubando durante
decenios por la especificidad de una época de desarrollo del capitalismo en que
las condiciones de existencia relativamente civilizadas y pacíficas de una capa
de obreros privilegiados los 'aburguesaba', les proporcionaba unas migajas de
los beneficios conseguidos por sus capitales nacionales y los mantenía alejados
de las privaciones, de los sufrimientos y del estado de ánimo revolucionario de
las masas que eran lanzadas a la ruina y que vivían en la miseria. La guerra
imperialista es la continuación directa y la culminación de tal estado de
cosas, pues es una guerra por los privilegios de las naciones
imperialistas, por un nuevo reparto de las colonias entre ellas, por su
dominación sobre otras naciones. Defender y consolidar su privilegiada
situación de 'capa superior' de la pequeña burguesía o de la aristocracia (y de
la burocracia) de la clase obrera: he aquí la continuación natural, durante la
guerra, de las esperanzas oportunistas pequeñoburguesas y de la táctica que de
aquí se desprende; he aquí la base económica del socialimperialismo de nuestros
días. La guerra transfiguró al oportunismo, cultivado durante decenas de años,
lo elevó a una fase superior, aumentó y diversificó sus matices, multiplicó el
número se sus partidarios, enriqueció sus argumentos con un montón de sofismas
nuevos y fundió la corriente principal del oportunismo con multitud de nuevos
riachuelos y arroyos; pero la corriente principal no desapareció. Todo lo
contrario.
El socialchovinismo es el oportunismo maduro hasta el punto
de que ya no es posible que este absceso burgués siga existiendo como hasta
ahora en el seno de los partidos socialistas.
(...) la vieja división de los socialistas en corriente
oportunista y corriente revolucionaria, división propia de la épcca de la II
internacional (1889-1914), corresponde, en resumidas cuentas, a la nueva
división en chovinistas e internacionalistas" ([6]).
Estos dos bloques de clases, el gran capital monopolista
junto con su sector socialchovinista privilegiado del proletariado, la aristocracia
obrera, frente al proletariado internacionalista unido
a las naciones oprimidas, conforman el contenido social y los dos
ejércitos que se enfrentan en la lucha de clases del mundo moderno.
Por
otro lado y en relación con el desarrollo organizativo del proletariado
internacionalista, este análisis de la nueva disposición de fuerzas de clase
y su asunción por parte de la vanguardia
proletaria (que se realiza, sobre todo, gracias a trabajos de Lenin como El
socialismo y la guerra y Balance de la discusión sobre la
autodeterminación, entre 1915 y 1916) sirve de base para la formulación de
la táctica general de la Revolución Proletaria Mundial, con lo
que puede decirse que esa vanguardia había cumplido los requisitos -junto con
la correcta política internacionalista en la cuestión nacional y la ruptura
orgánica con el socialchovinismo- para la Reconstitución de la
Internacional Obrera.
Esa táctica proletaria general consiste en ir "contra el
frente único formado por las potencias imperialistas, la burguesía imperialista
y los socialimperialistas, y a favor del aprovechamiento, para los fines
de la revolución socialista, de todos los movimientos nacionales
dirigidos contra el imperialismo" ([7]).
Una vez cumplidos los requisitos políticos básicos
necesarios para la Reconstitución de la nueva Internacional, sólo faltaba que
se dieran las condiciones, el contexto histórico y social adecuado para
que cristalizase la nueva organización internacional del proletariado
revolucionario, la máxima expresión de la unidad de la conciencia
revolucionaria de la clase obrera y el órgano destinado a dirigir la Revolución
Proletaria Mundial. Este contexto histórico y social comenzó a darse a partir
de octubre de 1917. El 2 de marzo de 1919, inaguró sus sesiones lo que se
denominaría III Internacional o Internacional Comunista.
Comité Central del PCR
Notas:
[1] LENIN, V.I.: OC., t. 27, p. 269
[2] Ibid., págs. 273 y 274
[3]
"Porque
pensar que la revolución social es concebible sin insurrecciones de las
naciones pequeñas en las colonias y en Europa, sin explosiones revolucionarias
de una parte de la pequeña burguesía, con todos sus prejuicios, sin el
movimiento de masas proletarias y semiproletarias inconscientes contra la
opresión terrateniente, clerical, monárquica, nacional, etc.; pensar así,
significa abjurar de la revolución social. En un sitio -se piensa, por
lo visto-, forma un ejército y dice: 'Estamos por el socialismo'; en otro
sitio, forma otro ejército y proclama: 'Estamos por el imperialismo', ¡y eso
será la revolución social! Únicamente basándose en semejante punto de
vista ridículo y pedante se puede ultrajar a la insurrección irlandesa,
calificándola de 'putsch'.
Quien espere la revolución social 'pura', no la verá jamás. Será un revolucionario de palabra, que no comprende la verdadera revolución" (LENIN, V.I.: OC., t. 30. p. 56)
[4] LENIN, V.I.: OC., t. 27, p. 275
[5] LENIN, V.I.: OC., t. 26, págs. 348 y 349
[6] Ibídem, págs. 260-263
[7] LENIN, V.I.: OC., t. 30. p. 42 (la negrita es nuestra -N. de la R.-)